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Darwin Estacio

Nada menos que pintura. (Fragmentos de la tesis)

 Por Darwin Estacio Martínez

Toda la pintura, en Occidente, antes del siglo XIX se había preocupado por el sentido en cómo una pintura se relaciona con el mundo, cómo lo representa; en otras palabras, cómo podía traducirse el mundo en imágenes, basado en una perspectiva ilusionista. Este tipo de pintura pretendía trazar un paralelo con la “realidad”, se esforzaba en semejársele. En esta pintura lo que se tenía como interesante era la manera específica en que el pintor desarrollaba el tema.

Con la aparición del lente fotográfico y las vanguardias artísticas, se acentúa un acelerado movimiento de la pintura hacia la autonomía, empieza a convertirse paulatinamente en un objeto en sí mismo. En esta etapa los esfuerzos de los creadores iban  encaminados  a convertir la imagen en filtro de la realidad, enfatizando precisamente la artificialidad de la representación, y utilizando los recursos plásticos para llamar la atención en las emociones que emanaban de las telas. De toda esta etapa es importante recordar el gran poder que tuvo la abstracción en todas sus facetas hasta llegar al mínimal: lo sintáctico se convirtió en lo semántico.

Creo que toda la concepción de la pintura que se está realizando hoy, está profundamente permeada de la ideología abstracta que se derivó de los pintores de la nueva abstracción. Incluso las obras más ligadas a lo anecdótico y centradas en la producción de elementos reconocibles al ojo, es decir, con un sentido más figurativo-naturalista, se proyectan como pinturas con la concepción que de esta surgió de los análisis minimalistas. Realmente puede decirse que la pintura contemporánea, por obligación, por su propia esencia, difícilmente pueda escapar a un status de objetualidad autosuficiente, sometida a la voracidad del mercado.

Básicamente la pintura no ha cambiado en su esencia. Pienso que sigue respondiendo a los mismos principios y abocada a problemas fundamentales manifiestos desde hace siglos. Sigue la pintura, a mi modo de ver, preocupándose de las mismas cuestiones de siempre. El llamado “absoluto” del que hablaban los suprematistas, para mí, no es más que la constante búsqueda de la propia pintura en la pintura.

La pintura es la escenificación de la ilusión del arte, y la cronista de todo el drama de la representación. Cuando Platón en sus tiempos  atacaba a la representación, estaba no solo denunciando el robo que la imagen perpetraba en la realidad, sino que de paso, estaba definiendo su sentido, estaba develando su vacío inescrutable; toda la historia de la representación se consume en el titánico esfuerzo por enmascarar de diversos modos ese vacío.

Luego de haberse despejado la representación del movimiento oscilatorio entre lo abstracto y lo figurativo, solo queda en la actualidad una conciliación entre ambas, que se puede apreciar en muchas obras de pintores contemporáneos. Muchas pinturas son un híbrido entre ambas modalidades, quedando un producto en donde si hay algo de interés, es solo lo que hay de pintura personalizada en la imagen pintada.

Pintar sacando imágenes del archivero personal o bien modificando otras ya existentes realmente no tiene la menor importancia, la fuente puede ser variada y muchos los caminos recorridos pero esto no es realmente esencial, para mí  la pintura es su propio sentido.

Mi pintura no es menos abstracta por representar en ocasiones determinadas figuraciones.

Sería un poco tonto decir que me importa la figuración en mayor escala que su opuesto, cuando en realidad ambas modalidades de imágenes  son tratadas  sin ninguna distinción. Por ello prefiero hablar más de organización del color y las formas sin importar sobre cuáles imágenes; aunque en ocasiones la naturaleza abstracta o figurativa que advierto inicialmente en lo que pinto pauta derivaciones morfológicas posteriores.

Los colores y formas se vuelven su propia coartada. Las imágenes desaparecen detrás de ellas mismas. Estas se suelen ver como símbolos de otras cosas; pero en realidad su aparición en el lienzo responde en mí a una necesidad netamente gestáltica, a una identificación a nivel visual que establezco en momentos en los que el esparcimiento o el ocio se confunde con los instantes más creativos, como, por ejemplo, cuando hojeo alguna revista en los tiempos de descanso.

La elección de las imágenes parte de una identificación a nivel “visual”, que establezco con estas y que no están exentas de una intención “conceptual”, puesto que para mí no hay ninguna diferencia entre ambas. El grado de eficacia que pueda tener una obra de arte plástico, si está trabajando desde la imagen, no debe estar alejado de su apariencia. Para mí lo que se observa debe ser lo que contiene, despejado de la dualidad forma – contenido tan llevado y traído a través de la historia de la representación.

La relación que intento exponer en mi obra entre (ojo – pensamiento) es de la misma índole que la relación que se da en el Oriente entre (mente – corazón). Es decir, una cosa no está separada de la otra porque ambas son lo mismo en un nivel más sutil. Más bien trato de explorar la posibilidad de ver el   juego de la pintura, que se regodea en una imagen señuelo que juega  a ser lo importante, cuando en realidad lo importante es la pintura en sí.

Toda obra de arte lo es porque enfoca automáticamente la atención de todo el arte en sí. Pintar es, hoy día, comentar acerca del hecho pictórico, y ensayar una cierta idea de la pintura.   

Por eso pintar un cuadro es evocar todo el pasado de la pintura, desde el mismo momento en que tomo un pincel ante un lienzo aparecen en la superficie todas las referencias anteriores. Una vez que he puesto la primera mancha, revive toda esa historia, todo ese pasado en mi presente.

Obviamente la pintura se ha convertido en lo que sus detractores le han criticado; pero precisamente esa es su fuerza. Esa suerte de maleficio que le persigue como medio de producción simbólica está hablando precisamente de cómo se comporta y de cómo se consume dentro del contexto del arte contemporáneo. La muerte que muchos le quieren adjudicar, o que le desean, quizás no sea más que una “última” artimaña  para seguir llamando la atención: la ilusión de su propio aniquilamiento.

Si me preguntasen qué es lo que busco con mis pinturas, diría que, nada diferente de lo que se ha buscado con ella a través del tiempo. No me aterra la “irrelevancia”, o la “ineficacia” de esta afirmación, pues esta es su realidad, y con eso trabajo.

Así a lo más que puede aspirar una pintura –mi pintura– es a ser vista.

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