Crónicas desde el lienzo
Por Estela Ferrer
Tal vez porque se va sintiendo el peso de la edad o quedando pocos espacios para melancolías y nos abruma un exceso de racionalidad es que la poética de Alan Manuel González se descubre como bocanada de aire fresco. Si tanto ha recalcado Immanuel Kant en su fenomenología la importancia de la cosa en sí y para sí, en este caso sería meritorio destacar la validez de una producción que narra por sí misma la circunstancia histórica de Cuba.
Con formación iniciada en la Casa de Cultura local, seguida por la Escuela Vocacional de Arte, la Academia de Arte San Alejandro, tres años en la Universidad de las Artes (ISA), y treinta años de vida profesional, la producción de Alan Manuel se encuentra en un período de franca madurez.
Inmerso en la preparación de su muestra personal para The Americas Collection, una de las galerías más reconocidas de Miami, este artista cubano que por la Ley de Memoria Histórica se acogió a la ciudadanía de sus abuelos, es hoy ciudadano español empadronado en Pontevedra, pero pasa casi todo el año creando en su estudio de la Habana.
Desde sus inicios Alan Manuel, burlando censuras recurría al paisaje como paralenguaje y progresivamente ha evolucionado a metáforas objetuales que también incluyen paisajes urbanos y al hombre en su contexto en contraposiciones de sentido del adentro-fuera o la certeza y la incertidumbre. Paralelamente el color alcanza connotaciones simbólicas que abarcan lo sociopolítico-espiritual y sus trabajos han incorporado versículos de las sagradas escrituras- ahora más atemperados, como resultado de una evolución hacia la síntesis formal- para conducir al espectador a una reflexión no contextual sino universal; así las lecturas de su obra se han tornado más inteligibles.
Utopías e historia, hedonismo y utilidad son pares que pone en crisis constantemente. Obsesionado por narrar su momento, no pocas veces edificaciones representativas del poder político han sido de su interés. Se da cita también un espacio de meditación íntimo que capta el dolor personal, las limitaciones de su propia condición humana y la fugacidad de la vida. En esta arena la investigación y la crónica son sustituidas por sueños y reflexiones de sentido trascendente.
La Habana toda es protagonista en sus lienzos. Una ciudad que pervive entre dos tiempos, la que es y la que dejará de ser. Siguiendo esta ruta de memorias visuales, elementos arquitectónicos como rejas y fachadas se hacen parte del lienzo, dejando testimonio de las edificaciones cubanas contemporáneas; ejercicio que lo convierte en una especie de cronista. Las piezas resultantes son expresión de un sentimiento nacionalista ungido de profunda nostalgia por la belleza perdida o en franco proceso de desaparición.
Pintar es una suerte de catarsis o de necesidad vital para Alan Manuel, que se cartografía a sí mismo y al hombre de su tiempo en un contexto y una soledad acompañada, preso de sus insatisfacciones, deseos y temores.
El color, tan magistralmente empleado, seduce y crea un diálogo con múltiples símbolos atrapados en cristal. La transparencia y solidez del vidrio, al tiempo que alude al aislamiento o quizás preservación de una memoria, deviene también, según el propio artista, en símbolo de la vida misma «contenida y encerrada en una realidad física, limitada por barreras invisibles, pero que aspira al infinito que le rodea y le aguarda».
Un texto-manifiesto o un manifiesto-obra que muestra a todas luces la circunstancia de su creador, sería tal vez el calificativo más acertado para las pinturas actuales de Alan Manuel. En esta oportunidad, como sucede desde tiempos inmemoriales, la obra de arte no logra escapar a su tiempo. Sin apelar a teorías baratas, el artista pinta hasta el cansancio las realidades de su horizonte histórico, pero ya no desde la complacencia, si no desde la convergencia entre la metáfora y lo distópico.
Cuba está en la obra de Alan Manuel González representada en las siete palmas amarradas sobre el árido suelo, en la Virgen que se mantiene flotando sobre el mar aunque la barca ya no esté, y en la Patrona con rostro mestizo. Cuba es plural, y acechada por la incertidumbre del más allá. Es paisaje, es autorretrato, es cristal que protege y enajena al mismo tiempo. Un cúmulo de sentimientos y referentes que quedan plasmados como landmarks en el espacio inmortal del lienzo, en silencio, como testigos inmóviles, a la espera; en una suerte de paraíso paralelo donde el hombre, una vez más, anhela alcanzar redención y vencer a la circunstancia.