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Alejandro García

La ubicuidad de la imagen

Por Nelson Herrera Ysla

Cuando uno observa a Alejandro García trabajar con imágenes planas, materiales diversos, el espacio a su alrededor, la memoria inmediata o lejana, los recuerdos amontonados en su cabeza, y otros elementos imposible de nombrarlos todos, me asaltan de pronto esos documentales donde Jackson Pollock aparace soltando chorros de pintura con una brocha hacia el lienzo colocado en el piso o a Ives Klein pintando cuerpos de mujeres semidesnudas para que impriman paredes cercanas y telas, entre tantos otros creadores ensimismados, viviendo desde dentro sus obras, sin importarles la visión que algunos privilegiados espectadores pudieran entresacar de tales visiones. 

Es la sorpresa que sobreviene, una tras otra, cuando de impulsos iniciales se trata, a partir solo de una idea no del todo definida sino apenas esbozada, imaginada, soñada en el vértigo de la noche mientras uno descansa; cansado ya de andar por las calles descubriendo signos y símbolos de la vida material y espiritual que nos rodea. Es lo que hace Alejandro en su rutina cotidiana. Por ahí, por allá, encuentra objetos deformados e inútiles, restos de letreros y palabras, que le recuerdan historias pasadas, dispuestas a renacer en su imaginación y en sus manos. Los ubica en rincones no siempre organizados o en archivos que el azar y el asombro se encargan de encontrarlos y sacarlos a la luz del día, listos para formar parte de un acto de creación que tiene componentes de la realidad y de lo intangible, de lo imposible de definir. 

De ese trasiego entre lo soñado, pensado y vivido, se desprenden bocetos que comienzan a cobrar sentido y realidad en papeles, lienzos y objetos aunque no podamos esclarecer verdaderamente su nacimiento porque se funden, se yuxtaponen, se mezclan, aferrándose a lo nuevo que va surgiendo hasta consolidarse en una forma específica o en morfologías escabrosas que los creadores y la crítica llaman obras de arte, producción simbólica, propuestas de connotada esteticidad. Surgen y se sumergen una y otra vez, como esas olas del mar que van y vienen incansables sin que podamos precisar qué son realmente, por qué siempre están ahí, a cualquier hora del día y de la noche sin pedir permiso, sin pedir nada a cambio salvo su permanente y eterno fluir.

Nada claro, nada perfecto, pero suficientemente creíble, pues palpamos sus dimensiones, colores, texturas, olor, destello… cuando se convierten en obras de arte. Eso sentimos de un modo u otro, ante las magnitudes de las obras de Alejandro García que no expresan un determinado principio o fin, una estructura racional, una lógica aparente: son expresiones de lo ignoto, de lo inédito, de lo desconocido que subyace en nuestra memoria e irrumpe cuando menos lo esperamos. Es la creación en estado puro, lejos de instrumentos de precisión, de ideas preconcebidas. Es la floración silvestre que hallamos en el bosque sin la intervención de la mano del hombre.

Desde que comenzó como pintor, grabador, y creador de objetos inclasificables, este artista borró las fronteras entre las expresiones de la visualidad y abrió caminos poco explorados por otros. Tanto la pintura como el grabado se expandió en formatos pequeños y grandes, y le abrió las puertas a la naturaleza para que formara parte de sus procesos creativos. Colocaba lienzos pintados en el techo de su casa, para que la intemperie colaborara en la terminación de las obras: así el aire, la lluvia, los pájaros y hasta el salitre del mar se mezclaban al óleo y el carboncillo, a la serigrafía impresa en cartulina o tela. Aliada suya, la naturaleza le ofrecía nuevas texturas y otras dimensiones cromáticas que él intuía sin prejuicios: obra abierta hubiera dicho Umberto Eco, obra inacabada en resumidas cuentas, pues tiempo después, la humedad y los cambios de temperatura continuarían la obra iniciada.

Eso no es otra cosa que una de las facetas de la expansión de la creación y del arte. Un rostro producto de la audacia y el desenfado, de la irreverencia en esta era donde las imágenes imperan y nos asaltan día tras día creando una especie de monopolio, de imperio inabarcable imposible de eludir. La imagen habita toda la cultura creada por el hombre igual que el verbo, considerada la primera expresión del hombre sobre la Tierra. La imagen nos rodea y abarca toda condición humana. Vemos diariamente más imágenes de lo que creíamos… y leemos menos. Las imágenes compiten por ocupar el espacio mayor del conocimiento, aunque les cuesta mucho trabajo pues pensamos (todavía) con palabras y no con imágenes.

Alejandro es un devoto de ambas instancias del saber, se mueve de una a otra a velocidades imprevistas y con ellas recorre inmensos territorios de la cultura. Exhibe su creación ajustándose al espacio expositivo, porque ninguna idea previa le satisface para alcanzar ese estado privilegiado donde el espíritu libre, el alma inconforme, el arte en proceso de expansión, organiza y despliega sus obras en paredes, en el piso, en el techo o en cualquier superficie porque sus obras se valen por sí mismas.

Alejandro García
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