Con manchas se puede construir un cosmos
Por Rafael Acosta de Arriba
No representamos lo que vemos, no conocemos y no vemos
las cosas como son. Vemos lo que sentimos.
Claudio Parmiggiani
Los artistas que merecen ese nombre lo son, entre otras consideraciones, porque poseen la rara capacidad de manipular los imaginarios. Nada más apropiado para ese don de trastocar los procedimientos ordinarios de gestar las imágenes y pintar desde las manchas es una operación que muy pocos asumen en el presente. Henri Michaux lo hizo en el pasado siglo, otros también acudieron a ese procedimiento heterodoxo, pero por lo general muy pocos, supongo por la dificultad intrínseca de esa práctica y por el riesgo a no brillar en el empeño. Hay un poco de magia (del arte mágico, no de la prestidigitación contemporánea) en ese proceso, hay también un poco de improvisación, el pintor mancha la tela o la cartulina y nos convence de la artisticidad y legitimidad de su gesto: la imagen resultante se impone a la mirada, la seduce. Las manchas se animan, cobran vida propia, alientan los signos, despegan ante nuestra sorpresa.
Es por estas razones que al ver la obra de Alejandro García no puedo menos que coincidir con el crítico Nelson Herrera Ysla en que este creador es un alquimista (“alquimista moderno” le llama) de las imágenes. Los artesanos de la alquimia fusionaban no solo materiales y elementos sino ideas, y nuestro artista mezcla ideas con imágenes. Para mí, a su vez, es un ser que domina y es dominado por una concepción demoníaca y muy experimental de la pintura, un artista que pretende insuflar vida a manchas, sombras y texturas enigmáticas que brotan de sus manos en un frenético pulso con la superficie en blanco. Su imaginación se propuso producir criaturas que connotaran, fantasmales signos que buscaran su envoltura propia y produjeran a un tiempo curiosidad y delirio.
Pintor de gran intuición, Alejandro García nos presenta obras en las que las manchas operan como el límite entre nuestra visión y los oscuros monstruos del inconsciente, entes que se vuelven presencias, una suerte de proyección del otro que nos habita. Las gamas cromáticas nos hablan de su inquietud procesual, son como el norte de un ser absorto en la locura de las imágenes. Pero no solo las manchas pululan en estos cuadros, también hay momentos en que la figuración parece marcar el paso aunque el propio artista nos dice, para evitar las dudas, que es la gestación automática de la obra la que determina su imagen final. Ese automatismo o creación intuitiva, ya sea desde lo abstracto, lo figurativo o la hibridación de ambas, es lo que lo define. Podemos creerle si visitamos su estudio.
Sus obras son como apariciones, lo increíble encarnado en lo visible; son especulaciones, el revés del mundo, no la transparencia de los espejos. Maquinaciones de la fantasía, sus cuadros nos permiten escuchar el furor de las texturas, las formas en busca de su disolución. ¿Necesidad de aprehender un lenguaje propio? Puede ser, pero mejor sería decir que se trata de la manipulación de un meta-lenguaje que intenta poblar la tela. Las manchas brotan de la superficie del cuadro, no las puso el artista, emergieron solas, el artista las retoca, las pretende convertir en signos. Tentativa lograda a fuerza de una fabulación singular, nerviosa. Si la abstracción llegó a convertirse en el arte moderno en una nueva academia, Alejandro García huye de ese agujero negro y pinta antiacadémicamente, parece un diálogo enloquecido con sus manchas, una suerte de diálogo alterado en el que la oración final nunca será dicha.
He aquí su misterio personal: improvisación, comunicación precaria, silencio, una tentativa que encierra la negación que afirma, vaya paradoja, un creador que no niega sus contradicciones, las expone. Una sensibilidad inteligente le permite ver algo en la maraña de sus cuadros, una luz al final de la oscuridad, es su don y nos trasmite. Sus cuadros son lugares de encuentro, el que no consiga ver lo que el artista nos dice se pierde en el entramado caótico de un desorden llamado pasión; o, quizá mejor o más elaboradamente, razón fantástica, pues mucho hay de ambas.
Es esta una pintura que no se entrega sino que se repliega sobre su intimidad. ¿Voluntad de orden dentro del caos e impulso poético de su mente? ¿Es su espacio como el de los demás? ¿Parentesco con la astrología? Puede ser. Los alquimistas combinaban la astrología entre sus espesos ajiacos de materiales químicos y disciplinas filosóficas, buscaban también la purificación personal. Quizás ese cosmos personal de Alejandro García contiene un big bang en cada tela, un nuevo nacimiento en cada imagen, es como la idea de la explosión final o el espacio presentido antes del último eclipse, el eclipse final, dominio de las manchas que esbozan una gramática de la desolación, y del silencio.