Stories (ES)

Aryam Rodríguez

La nada y su reverso

Por Carlos Jaime Jiménez

Hay una especie de vértigo inmanente en el hecho de comprender la historia como parte de una sucesión de ciclos en los que la circunstancia o el dato específico dejan de resultar importantes, resultan meras hebras que forman los patrones de un tejido mayor. Es una visión que, dependiendo del criterio o cosmovisión de cada cual, puede resultar tranquilizadora, o por el contrario, terrible, como suele suceder con los intentos por establecer una cartografía mental del infinito, asumido al mismo tiempo como espacio físico, histórico e ideal. Cuando, desde el arte, se propone una postura creativa vinculada a tales presupuestos, surgen también una serie de riesgos y posibilidades. ¿Cómo despojar al discurso de toda solemnidad superflua? ¿Cómo asumir el sentido poético y la proyección metafísica con honestidad, pero sin dejar de estar atentos a la ampulosidad retórica que se deriva del exceso de estos? ¿Cómo, en última instancia, las referencias a un contexto particular se pueden erigir en tanto metáforas susceptibles de ser inscritas –y leídas– dentro de un marco más amplio?

Las interrogantes precedentes, formulan algunas de las problemáticas específicas con las que, a nivel conceptual, dialoga la obra artística de Aryam Rodríguez Cabrera. En ella se percibe un cúmulo de influencias que transitan desde los sistemas de pensamiento orientales –principalmente el budismo–hasta determinados elementos simbólicos asociados a las prácticas religiosas afrocubanas, por citar dos ejemplos puntuales. El artista se apoya en distintas metodologías y recursos iconográficos, respetando en todo momento el carácter del referente primario, pero reformulando o ampliando su potencial de significación. En la confluencia de símbolos y metáforas al interior de las obras se hace visible que, ya sea que estas dialoguen con la religión, la historia, o las problemáticas existenciales del individuo contemporáneo, buscan comunicar un mensaje que resulta, al mismo tiempo, local y universal, personal y colectivo. Ejemplo de ello es su serie Evangelios de nada, donde, más que cuestionar o confrontar las limitaciones de todo sistema social o conceptual basado en valores inmutables o preceptos inamovibles, se invita al receptor a trascender el acto de categorización; más que la aceptación o rechazo, se busca la disolución de cualquier tipo de discurso normativo.

Es preciso señalar el componente espiritual asociado a las obras; el vínculo de las mismas con determinados preceptos filosóficos y religiosos no se limita a lo referencial, sino que se extiende a la propia metodología de creación y exhibición de las piezas, y a su relación con el espectador en los espacios expositivos. Aun cuando el acto de experimentar, asumir o dialogar con el contenido espiritual de las obras dependa de la disposición y sensibilidad del receptor, quien puede o no identificarse con dichos elementos, el valor cognitivo de las piezas es patente. En No Martí, y No ceiba, entre otras, se expresan, con sencillez y delicadeza, ideas y conceptos que en última instancia resultan mucho más complejos de lo que parecen en una primera lectura. El adverbio “no”, en lugar de negar, es utilizado aquí para subvertir la comprensión binaria, ya sea del símbolo, o del objeto, invitando a asumirlo en toda su complejidad, lo cual apunta, en cierta forma, a una búsqueda perenne, y personal, del sentido, reformulándolo constantemente sin atarlo a ningún tipo de convención preestablecida.

Otro tanto sucede con las tankas o banderas de oración, que guardan notables semejanzas estructurales y funcionales con el referente oriental, y cuya orientación temática, no obstante, suele estar profundamente vinculada con el contexto cubano, sin limitarse exclusivamente al mismo (Poder sobre poder, No desesperes pradera todo caballo es efímero, Y en el silencio…). A su vez, obras como El peso de la explotación y No luna, evidencian un interés por explorar las cualidades del material como receptor de la memoria y la identidad. En la primera se utiliza un fragmento de madera perteneciente a la legendaria vía férrea tendida entre La Habana y Güines, impregnada del sudor y la sangre de cientos de esclavos y obreros asalariados cuya situación apenas se diferenciaba de la de aquellos. Sobre la pieza se amontonan varios miles de monedas de un peso, las mismas que circulan actualmente en nuestro país. Las connotaciones derivadas de los objetos que conforman la obra, y su capacidad para vincular aspectos específicos del devenir de nuestros procesos sociales y económicos, movilizan un potente discurso crítico, y se hacen eco de un llamado para no olvidar –y para no repetir– la historia de dolor y sufrimiento que acompaña la construcción y el devenir de toda nación.

La poética autoral de Aryam se encuentra aún en proceso de gestación, pero está claro que el artista no aspira a llegar a un lugar específico, prefijado. Por lo pronto, confiemos en que su búsqueda continúe traduciéndose en obras que inviten a percibir, a observar con detenimiento y, finalmente, a cuestionar.

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