La ciudad que se multiplica
Por Ricardo Alberto Pérez
La ciudad de Bernardo Navarro Tomas (La Habana, 1977) almacena la huella de una travesía que se multiplica entre memoria y presente, es un espacio generado a partir de obsesiones y rupturas; fruto del conocimiento y la vivencia cotidiana elevados al sentido estético de la representación. Nacido en el barrio habanero del Vedado, su poética ha evolucionado bajo la influencia de fenómenos puntuales como: la estética Bauhaus, el expresionismo, y el ready made; todo esto mezclado a la fuerte influencia del entorno cubano, del cual sobresalen el espíritu transgresor y contestatario de la generación pictórica de los ochenta y otros artistas de sólida estirpe como Antonia Eiriz y Raúl Martínez.
En su paso por el arte pop existe un visible agregado de connotación política, así lo devela la serie Los nietos de Karl Marx (2013); y El coco te comerá (2013), esta última una imagen totalmente satirizada donde “el gran líder” se reproduce ante su propio discurso. Justo ese “gran líder” resulta un protagonista habitual en muchas de las obras que pertenecen a esta etapa, casi siempre conviviendo con símbolos que indican hacia la cultura y el modo de vida de su enemigo natural: el Imperio.
Al trasladarse de La Habana a Brooklyn en el año 2004 (donde actualmente reside), reconstruye y mezcla detalles de las dos presencias urbanas más importantes que constituyen su experiencia. Estamos ante una mente que muta preservando los pigmentos de una zona que se relaciona con el afecto y los recuerdos. Se trata de una identidad que se incorpora sin traumas y aprende a gozar de lo que crece con entera libertad para entregarnos la emoción del vértigo en el descenso.
Desde el nuevo hábitat experimenta, sin límites, la soltura inusitada del color y de las formas; esto se revierte en una suerte de estado de ánimo que se le impregna y lo provoca en el afán de encontrar el rostro de la urbe imaginada. Estamos ante el espacio comprendido e interpretado a través de capas y texturas, intervenido en ocasiones por elementos como el propio papel periódico, que no deja de robar la atención con ciertas campanadas de su grafía. Estos rasgos sobresalen en la mayoría de sus piezas recientes otorgándole un empaque particular, una suerte de densidad que incita a meditar y deja una clara sensación de disfrute.
Navarro ha logrado un equilibrio, del cual saca bastante provecho, entre la introducción del concepto y la prevalencia de la forma como un instinto visual (lo que él llama texturas visuales), estas en ocasiones se valen por sí solas para garantizar la legitimidad de la pieza y su impacto en el espectador. Fragmentos de su obra comentan la ciudad a través de la dinámica de los ciudadanos, mientras otros se valen de la estructura constructiva. Una de las marcas principales del relato es el frenesí de ese color ya mencionado que se desdobla para apoyar una contundente subjetivación.
Algunos de estos trabajos se distinguen por su formato circular y especialmente en ellos se destapa una geometría algo rústica, provocadora, ávida en desplegar su capacidad metafórica a partir de las posibilidades infinitas de combinaciones que encierran entre sí dichas formas, sugiriendo situaciones y comportamientos que se refieren a las tensiones del presente.
Entre su labor actual se encuentra la serie City Aura (2018) que contiene la austeridad (papel y crayola) y el desapego, desde allí practica la estrategia de sosegar los instintos para que de sus aportes se obtenga una armonía vivaz; donde de manera inusitada los colores se transforman en sonidos. Somos convocados al festejo melodioso de las formas; al desmontaje de la morada cotidiana de millones de personas, transferida a una alegría que nos llega a parecer un plural canto de pájaros.