Stories (ES)

Daniel Barrio

Acteón y la sociedad desinformada

Por Yudinela Ortega

Llénalos de noticias incombustibles. Sentirán que la información los ahoga,
pero se creerán inteligentes. Les parecerá que están pensando, tendrán una
sensación de movimiento sin moverse. Y serán felices. 

(Ray Bradbury, Fahrenheit 451, 1953)

En su libro tercero de la Metamorfosis, canta Ovidio la historia del desdichado Acteón –valeroso cazador– al que la diosa Diana convirtió en ciervo por violar su privacidad durante el baño y quien  murió en boca de sus perros salvajes, los que más tarde vagarían en su encuentro sin fortuna. Primero hombre, luego ciervo y después la muerte, como castigo por mirar donde no se debe, o no se puede, o no es endiosadamente correcto. Fue Acteón un personaje mitológico –queda claro– pero fue más un voyeur inoportuno. Daniel A. Barrio (Cienfuegos, 1988) quien se define antes que nada como un: PINTOR, es también un voyeurista. Es un PINTOR socio-voyeurista, de los escasos que no persiguen el postureo, de los conscientes que no salen corriendo con un cuadro medio húmedo bajo el brazo en busca de recompensas, es más bien de los que se someten al trabajo acompasado, respetando sus procesos íntimos de creación y practicando la pintura, que, por si se nos ha olvidado, es hacer arte. 

Graduado de la Academia de Bellas Artes de Cienfuegos, propenso a labrarse un futuro en el ámbito de las artes visuales dentro de Cuba, Daniel decidió emigrar y desde hace poco más de seis años reside en Madrid, donde yo lo conocí y donde ha desarrollado la mayor parte de su producción visual. Su pintura bien lo relata, sus horas en el estudio, bregando entre tonalidades ocres, azules manchados, naranjas estrepitosos… Daniel conoce los matices de la soledad, discurre sobre la vacuidad, conoce el maniquí inexpresivo, el dolor de arrancar de cuajo las cartelas promocionales de las calles más céntricas de la capital española y el alma vacía. Le preocupan el caos postmoderno, las imágenes que genera y las que consume, en ocasiones, sin la oportunidad de evitarlo. Por ello es que su pintura ha ido evolucionando desde la primera vez que se topó con la idea de que: no importa el movimiento social, contracultural o periférico al que pertenezcas, la iconografía que generes siempre terminará en manos de las grandes industrias y en las garras de un mercado convertido en souvenir. (1) Comparto sus ideas sobre la manipulación de la creatividad y el despojo de sentidos que tienen las imágenes, una vez se ponen a dialogar en otros contextos y su esencia queda soslayada por la verbalización de una corriente que nos hace homogéneos y nos minimiza como individuos. Es lo que me ha motivado a escribir sobre este artista cubano, hijo del mestizaje, de la hibridación, del abordaje de la imagen, del retorno al oficio enfocado en la proliferación de nuevas estructuras del lenguaje, la visualidad, el reciclaje de significados y la comunicación en la era pos-t-moderna. 

Durante los años de trabajo en los que D.A.B se ha concentrado en reunir toda una amalgama informativa, ese residuo perenne que vamos dejando a nuestro paso, lo ha hecho desde un simbolismo exasperante en el que los individuos han sido representados como gestores de una barricada social, una fuerza silenciosa al margen del status quo que simula perpetuarse en los suburbios sin oposición al poder que los excluye. Sin embargo, cuando nos adentramos en su serie City, 2016 –primer contacto con el voyeurismo social del artista– es palpable la actitud irascible de los hombres y mujeres que habitan los primeros planos de sus pinturas. Rostros indefinidos, apagados o camuflados, cuerpos escondidos bajo la coraza de una sombrilla, la inactividad de una postura o simplemente abarrotados en un vagón de metro. Es ahí donde se define la incomodidad, el no encajar en una colectivo inmovilizado tras el velo aparente de la conectividad. El silencio es un denominador común en esta serie. Aquí se abre ese relato sobre el poder que resulta tan importante para D A.B. Ese mismo que le toma la temperatura al estado de las cosas con las que convivimos y abre el vórtice de atención hacia ese palimpsesto de metadatos que nos amalgama, cosa putrefacta que hoy se autogenera en nuestras cortezas cerebrales y que promete ante la pérdida de la individualidad: La libre homogeneidad para todos. 

In. Out Side, 2017, es la segunda serie de pinturas realizada por D.A.B; como en City, 2016, se apropia del material que le ofrecen los mass media, localiza las composiciones que puede re-utilizar en su discurso pictórico y mantiene una constante representación de cuerpos aglomerados con hipócrita comodidad, suscribiendo así esta suerte de escenarios como principios invariables en su narratología visual. Es en este momento de su producción donde se aprecia esa hibridación y esos guiños referenciales de los que es hijo y es que en Cuba la figura del cosmonauta ha permanecido en el imaginario de niños y jóvenes, uno de los tantos legados que nos dejara la presencia soviética en la isla. De Yuri Gagarin a Arnaldo Tamayo Méndez, cada uno de nosotros ha soñado alguna vez con viajar al cosmos. Así D.A.B incorpora en sus representaciones un nuevo personaje: El Cosmonauta, un alter ego, una presencia mitológica que asumirá ese rol de voyeur inside the frame; su viaje no será a la Luna, sino al interior de cualquier evento cotidiano. Será a los efectos, el Acteón posmoderno que se escapa de lo pretensioso, escudriña ese relato que se esconde en las muecas o en la abducida atención a contenidos que nada tienen que ver con nosotros. In. Out Side marca un punto de inflexión en su joven carrera. En esta serie el artista trastoca la idea de marginalidad con la que comenzara a trabajar. Incluye un personaje anacrónico en escenas habituales como metáfora de un malestar generalizado, de desacuerdo tácito con la sociedad. Unas veces su presencia será un aditamento en los lugares comunes, donde ya el resto de los presentes no se ocultan sino que desafían al espectador con la mirada. Por instantes habitará situaciones indefinidas, como en Tótem, 2017, donde ha sido extrapolado de cualquier escenografía identificable y sobre una silla de plástico se dispone a lanzar –cual jabalina– la piedra que arrastra, su yugo existencial, peso que ha cargado desde que le inocularan la atracción por el consumismo y lo coloca en situación de ventaja para poner fin a su dominación. El Cosmonauta revive ese algo que identificara Foucault en el cuerpo social, en las clases, en los grupos, en los individuos mismos, que escapa en cierto modo a las relaciones de poder, algo que no es la materia primera más o menos dócil o reacia, sino que es el movimiento centrífugo, la energía inversa, la escapada. (2)

En la Serie Tribud, 2018, la escapada se ha convertido en enfrentamiento. De la inercia se ha pasado a la acción prudencial, meticulosamente planificada para derrocar o al menos sabotear el impacto de la cultura del souvenir. En estos momentos la gestualidad cobra su nivel más alto de expresión. Ya se han descalificado las escenas construidas en un ambiente pasivamente citadino, se han desechado los dispositivos móviles que mantenían a los personajes absortos en esa realidad otra. D.A.B ha mutado sus pinturas en campos de batalla, en los que confluyen maniquíes residuales, presencias totémicas y alegorías animales. Un pastiche de lo absurdo, entrecruzado con nuestra historia pasada se pone sobre la mesa en un diálogo unilateral con la sociedad desinformada y a-culturada. Sin duda, la lección fragmentada de las pantallas que transmiten un sentido edulcorado y vacío de la vida se recicla para transgredir, desde lo puramente pictórico nuestras nociones de actualidad.

Hoy D.A.B es un artista con una poética más rotunda y definida. Ha desplazado sus códigos de representación hacia un tipo de pintura menos expresiva pero más imponente. Continúa respetando los procesos de producción que acomete, no ya solamente dentro de un lienzo en blanco. Ha encontrado un nuevo tipo de solución formal que ejecuta desde el reciclaje de carteles publicitarios que va encontrando en su diario, los cuales deshace, sometiendo el papel a un proceso de trituración –que pudiera leerse como la antítesis del ritmo de producción acelerado en la actualidad– del que resulta una amalgama de desechos que toma como soporte para sus obras. A esta serie pertenecen: Estudio de movimiento y Estudio de movimiento II, ambas de 2019. Representan a dos figuras realizando actividades que nada tienen que ver: un juego de golf anodino y un abrazo eterno como cúlmenes del encierro y la devastación que sufre la carne enajenada en su sepulcro. 

En la era de la imagen, en la civilización de los doscientos ochenta caracteres, existe un artista cubano que vive en Madrid, al margen de las relaciones de poder, pero emanando sentido con el impacto de su pintura lacerante, su abuso del absurdo, su psicopatía extraña de voyeurista social. No voy a pedir permiso para poetizar sobre él, para replantearme qué es lo válido en estos tiempos que discurren nebulosos, donde quienes no comulgan con el sistema son acallados y quienes nada tienen que decir son alabados. Entiéndanme, solo pediré permiso cuando Acteón renazca en su mito y pose su mirada desafiante donde se debe. 

1. Fragmento del Statement del artista. http://daniel-barrio.com/statement/
2. Michel Foucault. Poderes y estrategias, p.77. Publicado inicialmente en Les Revoltes Logiques, no.4, 1977.

Daniel Barrio
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