Magazine 32 (ES), Stories (ES)

Dayron Gallardo

De lo espiritual (y la sospecha) en el arte

Por Marta Mariela

El arte contemporáneo ha conciliado muchas formas del pensamiento existencial: sublimando o anulando al ente, apelando a la belleza o a lo grotesco, según demande el momento. Cada obra ha concretado una reflexión sobre nuestra manera de relacionarnos con el mundo y sobre el modo de representarnos a nosotros mismos. Cada obra ha sido una invitación a explorar nuevas perspectivas y caminos, desde la sospecha, la irreverencia… Por su parte, en su libertad de expresar, el artista contemporáneo nos fuerza –o al menos lo intenta- a enfrentar la complejidad y la incertidumbre de la vida, sus combates y sus interrogantes. A menudo, sus creaciones nos llevan a cuestionar nuestros valores y creencias más profundas, desafiándonos a ver el mundo desde diferentes perspectivas, produciendo sentimientos y auto-descubrimientos. 

Esto es lo que experimento cuando visito las obras de Dayron Gallardo (La Habana, 1986). Con ellas frente a mí, vuelvo a un punto en el pasado; y asimismo, voy a un lugar muy lejano, en el futuro. Cada lienzo sabe a nostalgia, a ríos y lagos, a mares navegables, con o sin tormentas. Pero se percibe la angustia. Aquella inevitable de la que Kierkegaard decía se incrementa con la inteligencia y la espiritualidad, y surge mientras estamos en la encrucijada entre lo que es y lo que podría ser, entre lo que somos y lo que podríamos llegar a ser. La angustia en Gallardo desencadena un sentimiento conducente al interior del ser, del ente más allá de la accidental materia. Es la inquietud del artista por entender la cultura para después despojarse de ella en tanto sea dable, e ir –como experiencia mística- al encuentro de la Naturaleza, verdadera hacedora o maestra, en espera de ser hallada. Es la angustia por entender y dominar la tradición del género, el paisaje. Por esa razón, hallamos grutas, terrenos semidesérticos, signos comunes del paisaje para entender el horizonte, la espacialidad dentro del cuadro. Es una preocupación, palpable en sus trabajos anteriores, en los cuales presentaba el microcosmos –diseccionaba el universo en pequeños fragmentos-, y nos lo entregaba amplificado. En aquellas, puede verse aún el horizonte. En cambio, en sus últimas piezas, si bien asistimos a “algún sitio” con peñascos, montículos… vemos los motivos suspendidos en medio de una atmósfera; no es un lugar específico, sino lo que Gallardo denomina paisajes mentales o paisajes de la intuición. De ahí que tropecemos a menudo con ambientes sombríos, también con cavernas, abismos, precipicios luminosos, en una atmósfera espacial, mistérica, con agujeros que emanan luz.

Entre los elementos iconográficos aparecen seres humanos deformes, fragmentados, enormes y excesivamente corpulentos, algunos con cabezas diminutas. Recuerdan sus personajes de la serie Yo no soy un animal. Nos encontramos frente al “cuerpo grotesco” de Mijail Bajtín, por sus deformaciones y por la función liberadora, expresión de lo reprimido y marginado; igualmente, se observan figuras que imitan las partículas unicelulares, semejantes a bacterias o virus; o vulvas, en alusión al culto ancestral a la Madre Tierra, dadora. Se avistan en caída o en suspensión dentro de ese ambiente, otros, completamente derribados. Y aquí vuelve la angustia, la autogestión del límite. Eso explica el fragmento, la sección, el pedazo trashumante, precipitándose hacia el vacío. Y, de modo similar, por qué en algunas piezas se siente el erotismo de la escena de un coito hiperbólico, y la humedad del seno interior. Algo de esto se salva por la luz redentora enunciada a través del amarillo.

Dayron Gallardo bebe de dos fuentes principales: las fotografías propias y la música de Skyrim Atmospheres. The Elder Scrolls V, un videojuego de ambientes lúgubres, fantástico y medievalista. Ambos referentes, junto a sus propias vivencias, se acoplan en la mente del pintor cual lugar anhelado y evocador del futuro. La música es imprescindible para la creación. Es el vehículo para canalizar el dolor, la oscuridad o la angustia por querer vivir una realidad en la cual no vive; de contemplar un espacio mental. Más que innovar, al artista le interesa comprender, contemplar ese paisaje mental. Aspira a desentenderse de los constructos culturales, abandonar sus “ruidos” y en un giro de 180 grados dirigir sus pasos hacia lo trascendente, hacia lo ontológico, hacia el silencio.

Todo esto se aprecia en su más reciente proyecto dentro de la serie Far Horizons, un work in progress que viene elaborando desde el año 2016. Son recurrentes en su obra ciertos motivos, como parte de su identidad: la piedra flotante, guía en el camino, emanación de la Tierra; las ramificaciones, portadoras de vida, conductoras de savia; las atmósferas, envolventes, apabullantes; los meandros, que conectan con las huellas del pasado; los círculos, metáforas de la bondad, del poder y la belleza de la Naturaleza, o de ese espacio mental perfecto donde confluyen todas las preguntas y todas las imágenes; los fragmentos, guiños a las estatuas griegas maltratadas por el tiempo, símbolos del rompimiento con la cultura y su recelo hacia esta.

La obra de Dayron Gallardo traduce la relación entre la materia, la pintura, y el espíritu, la música; inefable plasmación de lo divino, de lo inasible. El proceso que da lugar a su obra, es vivido estoicamente por este artista; como el héroe enfrentando al dragón-cultura, para salvar a la doncella-Belleza, sin derecho al descanso ni a la dádiva a cambio de flaquear en sus batallas. Con ello intenta llegar a ese “lugar otro”, genésico, donde comienza la existencia misma. Un lugar de calma, de contemplación, donde lo humano queda al desnudo, fundido en el inmensurable Cosmos.

Dayron Gallardo
Dayron Gallardo
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