Stories (ES)

Dorian D. Agüero

Retratos de Dorian

Por Virginia Alberdi

La obra de este pintor que se presenta es inquietante. Más que por la evidencia, por las corrientes subterráneas que se advierten en su figuración. No faltará quien lo clasifique como un ejemplar del arte joven que se realiza en Cuba. Pero ese término es insuficiente e impreciso. Jóvenes como él, como los que irrumpieron en el panorama de las artes plásticas de la Isla en los albores del siglo XXI toman muy diversas direcciones y no siempre atinan a cantar con voz propia. Este creador se afirma desde su originalidad; posee el dominio de instrumentos muy precisos, sobre todo, sabe muy bien lo que pretende comunicar. Es inquietante, insisto, por su perspectiva temática, y más aún, por la forma en que es capaz de trasmitir al espectador un mundo de imágenes problemáticas sin que por esto tenga necesariamente que adelantar respuestas.

Este artista es joven no por su edad ni compromiso generacional, sino por la propia naturaleza de un arte en primera instancia altamente disfrutable para la retina y la sensibilidad, pero a fin de cuentas lúcido y cuestionador.

Dorian D. Agüero (Las Tunas, 1989), graduado de la Academia de Artes Plásticas de Las Tunas y posteriormente de Licenciatura en Diseño Escénico en la Facultad de Artes Escénicas en Universidad de las Artes (ISA) en La Habana, ha transitado por el grabado con éxito, así como obras de carácter instalativo, pero la pintura le identifica ampliamente y en ella pone de manifiesto su visión de la sociedad. La creación de este artista, no resulta para nada complaciente ni facilista, todo lo contrario, tras una visualidad colorida ofrece su panorama del mundo circundante con una fuerte carga de ironía.

Con la presentación de un universo poblado por reses (vacas y toros), el artista elabora la metáfora de los seres humanos como animales de corral, en un mundo que lógicamente es un espacio de apacentamiento de puros elementos vivos en espera de ser guiados o conducidos en provecho o al antojo de quien los controla, y los presenta de manera satírica ocupando espacios en la sociedad y en la vida cultural.

Pero, cuidado, estos animales también pudieran ser y de hecho lo son el anverso de una presunta mansedumbre. El imaginario que nos ofrece Dorian, por su carácter traslaticio, induce también a pensar cómo cada uno de los retratos, porque en definitiva este es el género pictórico en el que halla una mayor cercanía, se nos presenta una operación desmitificadora, mediante la cual nos rebelamos contra ciertos patrones éticos y estéticos que secularmente nos han querido imponer.

En el arte cubano existe un precedente en la obra de Rafael Zarza (La Habana, 1944), un incisivo y crítico pintor y grabador que se destaca por haber poblado telas y papeles de toda una sociedad vacuna, en la que incluye personajes literarios y populares. Otro caso de bestialización del individuo, se aprecia en la obras de Tomás Esson Raid, uno de los iconos de los ochenta. En el arte universal otros importantes creadores han sentido especial atracción por el mundo taurino. Si desenredamos la madeja, el hilo nos llevaría a Francisco de Goya, pero ya se sabe que la trama del arte es infinitamente sucesiva y a Dorian Agüero, evidentemente, esto no le preocupa.

Dorian emplea una figuración neoexpresionista, que en ocasiones va desdibujándose hasta alcanzar obras muy próximas a la abstracción, pero en su casi totalidad impregnada de un cromatismo intenso, agresivo con una fuerte influencia del pop art.

No deja de ser curioso el hecho de que el pintor haya escogido ejemplares de la ganadería vacuna como base de su iconografía. En el contexto cubano estos animales han sido tanto un oscuro objeto del deseo -en los tiempos actuales marcan un ansia de consumo inversamente proporcional a su posibilidad de acceso en “el mercado legal”- como de símbolo de distinción entre quienes se dedican a su cría: los ganaderos en nada se parecen a los agricultores, visten y se comportan de una manera diferente en el ámbito rural; quizás por esto las vacas (y los toros) de Dorian pecan también por orgullo y distinción de su linaje.

Entre las obras que se destacan y llaman poderosamente la atención tanto por su técnica, como por el sentido en que ha logrado captar al personaje con toda precisión está Catrina, una pieza ejecutada en óleo sobre lienzo en gran formato en la que el color penetrante del tocado y del maquillaje dan fuerza a esta hermosa soldadera, tomada de la iconografía de los años de la Revolución Mexicana, hermana de los personajes de los grabados de Posada o los murales de Diego Rivera, pero instalada ya en el bestiario de Dorian, con todo el esplendor del pop.

En otras piezas de marcado carácter paródico, hace alusión a referentes del arte universal asimilados por el prisma de su lúdicro sentido de la apropiación. Como en Wharhola, donde emplea un texto para hacer un guiño desde al personaje a un Andy Warholl revisitado.

Pero de nuevo, cuidado! Dorian Agüero solo se parece a sí mismo y eso basta para que ocupe un lugar en la visualidad contemporánea cubana.

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