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Jennifer Ancizar

Acerca de una “collagera”

Por Abram Bravo Guerra

El trabajo de Jennifer Ancizar parte y se sustenta en el vínculo esencial con las urgencias del diseño y la ilustración. Sería un acto imprudente omitir esta realidad, también un descrédito imperdonable a las capacidades creativas que dicha rama permite. Porque, si bien a estas alturas Ancizar ha armado un cuerpo artístico sólido, la escala referencial y directa del diseño fue el objeto primordial para allanar dicho camino. Un tránsito que parte de responder al encargo con la adecuada dosis de ingenio y originalidad, para ir generando una patente visual que pone a su servicio cualquier contenido. Patente que ha encontrado en el collage digital un espacio fértil y complejo para ir (des)encriptando ideas y desbocando la dosis progresiva de texto propio. Jennifer es tan artista, como diseñadora, como collagera –así sugiere su perfil de Instagram-, envuelta en las posibilidades entrelazadas de aquellos tres caminos. Pero hablamos de una obra joven y formulada poco a poco, resultado de circunstancias y cercanías en las que, como es lógico, debe repararse.

Ancizar es habanera de nacimiento, lawtoniana como ella misma se definía en una de nuestras conversaciones. Si bien su incursión directa en el mundo de las artes visuales vendría ya entrada la adultez, tuvo la dosis necesaria de cultura como acompañante en edades tempranas, incursionando en varios giros del terreno artístico –con especial cariño a la música-. Los estudios no terminados de filología fueron, en su momento, vehículo adecuado para adquirir herramientas que la acercarían al patrimonio y, gradualmente, a la creación de un universo sostenible de referencias atemporales y de sustanciosa variedad visual. La guinda del pastel viene a ser el trabajo a dos manos con su esposo, Mayo Bous, quién la inserta en la acción creativa del diseño: primero en sugerencias, luego en la gestión de diferentes zonas del producto artístico, para luego saltar a la libertad creativa a partes iguales. Ahí, en una lluvia de ideas, surge la intención del collage para un proyecto de animación colectivo y, de lo colectivo, pasó a definir su ruta visual. 

Ya en este punto, Jennifer posee esa claridad necesaria para poner a funcionar un sistema visual congruente, todo combinado en la multiplicidad referencial adquirida con el tiempo, la agudeza comunicativa del que diseña y, sobre todo, la sensibilidad innata del que necesita crear para expresarse. De esos tres ingredientes empieza a componer sus collages digitales, rebuscando en extensas galerías de dominio público para ejecutar diálogos nominalmente dispares que redundan con tino en conectar historia, patrimonio y realidad. Porque ella revuelca un universo de referencias pasadas y las actualiza en la combinación de turno, generando un sugerente texto transversal que se bifurca y enriquece en las posibilidades de cada elemento por separado. En este sentido, gravitan referencias decimonónicas casi siempre femeninas (daguerrotipos, guiños al romanticismo tardío o el rococó) enriquecidas en la visualidad comercial de la Cuba del siglo XX, todo en tirones con el imaginario pop de los dos mil y con cierta tendencia a visualidades más urbanas, más trending. Como es lógico, este cóctel de posibilidades termina incidiendo de maneras múltiples en el espectador, reorganizando y construyendo el texto según todos esos factores alterables. A grandes rasgos, Ancizar ha sabido aprovechar las posibilidades del pastiche para construir abigarradas realidades tratadas con extrema delicadeza.

Y, por supuesto, un pastiche ingenioso se convierte en recurso esencial cuando de collage digital se trata. Los índices de acceso a imágenes son enormes en la actualidad, lo que extralimita las posibilidades y, a la vez, multiplica el reto de asociar visualidades dispares en un terreno simbólico adecuado. La certeridad empieza a ser un problema en la era de la (sobre)información. Precisamente, la propuesta de collage en Jennifer Ancizar cela al extremo la selección del patrón simbólico adecuado: no solo renuncia al azar como posibilidad, sino que el cuidado en la elección, posicionamiento y tratamiento de cada imagen es un sello de artista. Cualesquiera sean los sentidos, la narrativa se compone en lecturas progresivas e interconectadas que hilan la totalidad de la escena; un discurso expandido se va direccionando con precisión en el diálogo organizado por cada elemento. La composición, entonces, direcciona y amplifica con seguridad el recurso comunicacional jugando, a posta, con las posibilidades del símbolo, traqueteando con astucia el pastiche.

Por ejemplo, el tríptico de La razón, el diseño y el arte sustituye la figura femenina por hombres fornidos al más puro estilo de Jaques Louis David. Hombres que transitan entre escenas simbólicas, dialogantes con elementos alegóricos –cerebro, boca, corazón- en función relacional con cada fragmento de tríptico por independiente. De cada escena brotan flores de tonos pasteles, medio decó o medio noveau, para cerrar el intencionalmente irónico sello visual de Ancizar. Los recortes se limitan a empalmar lo necesario para organizar diferencias poco estridentes y la postproducción colabora en la pátina general y homogénea. Un breve reparo termina reproduciendo las mecánicas repetidas en cada obra: la poesía emerge en el retazo y, de su propia acción simbólica, surge el discurso discreto que hilvana la artista. Y de nuevo el ingenioso pastiche, tratado con la delicadeza necesaria y la agudeza para potenciar las herramientas filosófico-comunicacionales de los tiempos que corren.

En medio de su propia evolución, el trabajo de Jennifer Ancizar recorre caminos que solidifican su presencia en el contexto creativo insular. Resalta por la precisión con que entrelaza manifestaciones y, sobre todo, por su interesante defensa a dos medios a veces relegados por los más esnobs: el collage y el espacio digital. Jennifer es una citadora enfermiza, una coleccionadora de memorias, una especialista desubicada del pastiche, y su retrato irónico de realidades contagia a más de uno. Collagera, enmendadora de imágenes y –por qué no- inventora de sueños, ha sabido dar la nota alta de sus capacidades y armarse, sin ruido, su ruta personal.

Jennifer Ancizar
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