Cavilaciones de un artista abstracto
Por Estela Ferrer
Paralelo a tierra firme existe un universo abstracto, amorfo, en su deliciosa complejidad. Un espacio de ensueño donde cielos permeados de sombras, ceras y neblinas concretan los caprichos más excitados de una mente inquieta. Reflexiones disímiles, dinámicas, al punto de casi chocar unas con otras se abren paso. La lucha se hace más encarnizada cuando tratan de encontrar una forma corpórea para su representación.
El dilema representacional reina, se entroniza como cumbre dentro de estas paredes o quizás más bien texturas. Atravesar este umbral puede ser un juego extremadamente seductor para la retina, hasta demasiado subyugante; pero me vencen los colores y la porosidad de las manos deslizándose por el lienzo.
No sé si estoy despierta, si estos paisajes mentales son reales o no, o si podré entender completamente la aventura que se abrió ante mí al ver sus cuadros, pero hagamos un poco de historia. Una suerte de recuento ya que esta antigua dama nombrada “pintura” tiene mucho que ofrecer; sobre todo si nos adentramos en las obras de Jorge Luis Bradshaw Venzant.
Lo curioso es que esta peculiar señora ya cuenta con varios años de existencia. Después de Los Once, y los cuadros de Samuel Feijóo pareciera que una de sus hijas, la abstracción, ya hubiera agotado sus temáticas. Sin embargo, este mundo pictórico rebosa salud y vitalidad. Tal vez porque no son el “mero” paisaje sino la conjunción de sensaciones, de las cavilaciones del artista.
Luise Bourgeois, Gregor Schneider, Anselm Kiefer o Bill Viola pasan por mi cabeza, se asoman tímidamente, pero son retomados o transgredidos con igual rapidez y movimientos ágiles de nubarrones, les arrebatan el protagonismo. Todo sucede a prisa, como en una película y caigo justo en el centro del firmamento.
Dentro, detecto una sensibilidad especial a la hora de ordenar el espacio y los objetos, una especie de energía oculta que juega con las presencias y el vacío. El ritmo interno de lo que comienza a definirse como una bóveda celeste se estabiliza. Por alguna razón recuerdo todos los principios de la génesis y la metafísica. Se hace importante la psiquis, las estructuras confeccionadas en esta particular superficie para aprehender las experiencias cotidianas y los devaneos de lo que conocemos como el yo, el ser interior.
La atmósfera de momento cambia, todo es espejos y la luz se hace más difusa. El reflejo dota al espacio de un extraño misticismo. No sé si veo la obra o ya soy parte de ella. El artista se personifica ante mis ojos y me muestra fotos y videos, y ya no es lo dúctil, sino la capacidad refractaria del material lo que sostiene el funcionamiento del universo. Cambia el medio, pero las preocupaciones existenciales continúan abrumando mi cabeza.
La crisis por desgaste o bloqueo mental pasa de lejos por este infinito. Hoy puedes tropezarte con sus colores, quedar atrapado entre esta temporalidad distinta, provocadora, donde la arbitrariedad ejerce una atracción casi magnética. No busques con herramientas racionales u obsesión académica porque sus bordes están definidos con otra materia, son subjetividad pura. La clave de entrada es…