Dentro y fuera del muro
Por Dianett Quintana Solís
La poetización del contexto social es históricamente una variante de manifestación para el arte. Los receptores se identifican con lo que plasma la obra porque de alguna manera toca un punto sensible de su identidad. Juan José Lozano Blanco es un artista que se solidariza con su entorno social, en sus piezas hay cabida para los personajes anónimos que forman parte de la vorágine de la cotidianidad. Es portador de un pesar social construido a partir de los personajes y su relación con el paisaje urbano.
En esta ocasión, su obra es portavoz de vivencias históricas de su generación. Apoyado en la plástica como medio para expresarse, el artista expone circunstancias de su entorno isleño mediante lienzos, en algunos casos monumentales, que aluden a temas recurrentes como las limitaciones materiales, las migraciones, la lucha por la supervivencia, el destino, y otros. Siendo la circunstancia insular objeto de debate desde los años 90, el artista retoma y actualiza este discurso. Aspectos alegóricos como los dilatados espacios acuosos y el emblemático Malecón habanero, son constantes en su producción simbólica que denotan su inserción en el espacio cubano y una deuda con su identidad.
La voluntad antropológica de Lozano se expresa mediante la incorporación de las figuras en su ambiente habitual, representando el drama de lo cotidiano y la conformidad que manifiestan los personajes. Su obra Mar interior (85 x 66 cm) es testigo de esta dinámica; los personajes imbuidos en los límites que impone un sartén (herramienta culinaria) con agua en su interior, el pescador que espera y la ausencia de un mundo más allá de lo que se visualiza, producen una sensación de subsistencia. Los personajes bordean este muro simbólico con excelsa tranquilidad, buscando en la quietud de ese mar interior, saciar sus conflictos y sus sueños.
Las composiciones del artista parecen congelarse en el tiempo, son planos atemporales que exceden un suceso específico y un conflicto personal. La inverosimilitud que generan los personajes minúsculos en los inmensos paisajes recrea un universo surrealista, donde el entorno supera la voluntad de sus figuras. El pensamiento romántico se apodera de las composiciones, la inconmensurabilidad del entorno, no necesariamente natural, empequeñece al hombre que trata de evadir los límites. El tratamiento de la luz ilusoria y los claroscuros de algunas piezas enaltecen el matiz idealista de estos paisajes.
El artista en varias etapas de su obra se retroalimenta de la monocromía y la policromía. En algunas piezas resaltan el cromatismo de los ambientes aunque es más usual la utilización de pigmentos azules que en alusión al mar, protagonizan gran parte de su producción. El empleo de este recurso tributa a la ambientación del espacio isleño que unido al grisáceo de los muros conciben la visión de una mañana fría en el gran malecón habanero. Estos lienzos se despojan del exceso de matices para enfocarse en la fuerza de su discurso.
Un recurso frecuente en la producción pictórica del artista es la representación de los sujetos en el panorama urbano. Estos hombres envueltos en las multitudes pierden su esencia individual, pues como seres separados son insignificantes en el entramado colectivo. En muchos casos estos personajes anónimos están representados con paraguas, símbolos que manifiestan la necesidad de protección de las inclemencias del tiempo, transmitiendo la carencia de resguardo general, ya sea en sentido real o metafórico. Otro elemento sígnico interesante lo constatamos en el objeto central de la pieza Via Crucis (124 x 84 cm). Este título alegórico a la religión católica no responde precisamente a un interés del artista por representar un tema religioso, sino que alude al peso de la cruz simbólica que deben cargar los seres humanos en el camino de la consecución de sus soñados anhelos. La unidad de los sujetos portando una misma cruz sugiere un sentido de sociedad y de objetivos comunes.
Las migraciones, como axioma inherente en la obra de Lozano, se manifiestan en la pieza El Milagro (165 x 135 cm). En este caso se recrea el puente comunicador entre dos espacios, uno de ellos es relativo al Malecón y aunque el otro extremo se pierde en el horizonte, se trata de un discurso reconocible por todos los cubanos, donde se percibe un intento de reconciliación con la “otra orilla”. Sin embargo, el tratamiento del paisaje con oníricos azules claros dota de cierta palidez y escepticismo al planteamiento conciliador.
Sin alardeos decorativos y con un mínimo de recursos, casi “minimal”; la obra artística reflejada en estas piezas de Juan José Blanco Lozano es una suerte de recuentos y sucesos, con un relevante regodeo en la condición insular del paisaje. El artista refleja con su mirada a los sujetos anhelantes que viven a su alrededor, en una constante interacción con los límites del poético Malecón y una añoranza de salir de detrás del muro.