Una de las piezas del rompecabezas del arte cubano contemporáneo
Por Antonio Correa Iglesias
“(…) Así pues, oculto desde siempre, hemos de contemplar su esencia interna”.
Tao Te Ching
Anclado en la pintura, Karlos Pérez ha desbrozado toneladas de pigmentos para dominar este medio. Con antecedentes en la fotografía, el video y el video instalación, la indagatoria llevada a cabo por Karlos Pérez ha establecido un orden de construcción del discurso donde las gradaciones semiológicas operan una dinámica relacional en la obra misma. Su obra pictórica ha desdibujado –como los aerógrafos que utiliza- los órdenes tradicionales del discurso tradicional del arte. En Karlos, el expresionismo se mimetiza en el orden abstracto y resulta de todo ello una posición retadora en los dominios de concepto secularizado del retrato. Y es aquí donde el poder de las imágenes adquiere carácter existencial. No son retratos en el sentido tradicional, sino la experiencia de la imagen la que cautiva y convierte a Karlos Pérez en un artesano de la experiencia. Lo existencial solo se explica a sí mismo a partir de la imagen que se “representa”, de ahí el carácter en oportunidades agónico y lúgubre de sus propuestas.
¿Jugando? en oportunidades con un padecimiento personal, todas las obras asociadas a la serie Ametropía, resultan una búsqueda donde, la patología se convierte en modo operativo para la construcción de las imágenes. El resultado no solo es el “desenfoque” producto del padecimiento, sino el esfuerzo visual en la construcción de la imagen. De aquí que la puesta en cuestión de la naturaleza misma de la imagen, su originalidad, su incomplitud, sus reminiscencias y cómo se opera todo ello en su constitución, echa por tierra la metáfora óptico/geométrica que nos ha “constituido” desde la modernidad como potentes refractantes de lo real. Realidad en la que el sentido de la “espacialidad” se desvirtúa. Y no es que se pierda el espacio pictórico, todo lo contrario. La espacialidad se diluye en un conglomerado de planos que remiten a esa gradación semiológica de la que hablábamos anteriormente. Por ello, para Karlos Pérez, “cada dominio de experiencia o dimensión cognitiva nos da una configuración específica del mundo incluidos nosotros en él”.
De lo cual se intuye que “no hay experiencias aisladas, todas son el fruto de un modo de interacción particular de los seres humanos con un mundo infinitamente diverso en un contexto y en un tiempo”.
Karlos regresa a un oficio no con la intención de recrearse en sus nada relamidas pinceladas, sino con el propósito de domesticar una práctica que, como un rostro de arena se desdibuja a la orilla del mar.
Karlos Pérez, pese a su espesa juventud, es un buen ejemplo de como la más contemporánea pintura cubana -habría que definir con mucho tino que entender por ello, pero los propósitos de este texto son otros- ha ido configurando un espacio propio, dialogando con una producción nacional e internacional en “igualdad” de condiciones. La permanencia de su búsqueda, no solo a nivel formal sino y sobre todo a nivel conceptual, lo sitúas en una dimensión enriquecedora para el presente, pero sobre todo, para el futuro del arte cubano.