Stories (ES)

Lester Álvarez

Una pintura difícil

Por Giobedys Ocaña Coello

Lejos de toda intención descriptiva me pongo a años luz del ejercicio de la crítica para presentarles un amigo. Las miradas advertidas lo sabrán observar. Él sabe que con erguirse y ponerse en la otra esquina de la multitud se regala su propia condena. Se viste entonces con la querida prudencia y decide andar.

Lester pinta. Toda la tradición simbólica que lo asiste de una manera inmediata cuenta, respeta lo histórico. Los valores culturales que se le han otorgado del pasado lo vigilan. Tal vez por eso la parquedad en muchas de sus propuestas, donde nos regala una austeridad que rosa con lo aristocrático. Advierte en la parcialidad una verdad del mundo, en las distinciones personales, en el “tú pa´ya y yo pa´ca”, en el combate entre ángeles y demonios, en las lides eternas entre Caín y Abel, en las castas. Y es así que se repliega con los suyos. Pienso a Lester perteneciente a una generación de pintores difíciles (una generación histórica, no circunstancial). Hacedores que se han confinado de lo inmediato pero nunca de sí mismos, y se han puesto al margen a ver cómo todo pasa; generación que abarca todas las edades culturales, estilos y formas.

Las obras de Lester pueden nacer motivadas de la robusta literatura de Dostoievski, del vigor formal de Richard Serra, de la creatividad de On Kawara, de la austeridad del cine de Robert Bresson, de la defendida distancia de Regino Eladio Boti, de la mística de Eliseo Diego, del impecable proceder de su compañero de estudio Roger Toledo, de su amigo el poeta persa Ismail Almanzur. Él vacila con la cultura como quien tiene un diván en el cual se siente muy cómodo y privilegiado. Todo lo que la civilización ha enarbolado, y lo que no aún, le pertenece.

Estos tiempos licenciosos, gritones a los oídos, seductores, llenos de luces y efectos especiales, parecen no enfermarlo con la distracción. Temas serios le ocupan y por eso aplaude el rigor. Ver una pintura de Lester es tal vez, mirar una observancia, una comprensión del mandato de un dios que desconfía de las formas y condesciende con la mentira de las imágenes. Situación que lo pone en apuro ante las urgencias del mercado que demanda iconografías seductoras, propias del reino de la visualidad. Piensa en los ciegos. Y quiere amilagrarlos videntes al anunciarles lo inconmensurable de Dios.

Lester no es un maldito. Defiende el márquetin de altura al sospechar del ‘’vamos que llegó la belleza’’ de los estetas al pregonar. No es mercenario y quiero que sean más afirmadas sus castalias maneras. ¡Cuantas pinceladas saturadas de contención! Muchas iras escondidas traducidas en color, pigmentos dispuestos con orden sin vestigios del caos que le circunda. ¿De dónde viene ese saber esperar? ¿Por qué añora la obstinada manía, tal vez necesaria, del perdurar del arte antiguo, si lo que se hace ahora es tan inmediato y contestón? Pienso que no cuenta en él una fisiología agotada productora de tal arte. Soporta y se entiende con los clásicos y aun marcha ligero de equipaje. Un obedecer hebraico parece acompañarle junto a conscientes pasiones ocultas, y entonces la necesidad del recato ante las contingencias del peligro. La obra Encarnación no desmiente. Un silencio se esboza en esas ociosas maneras, lo mismo se puede advertir en el resto de la serie donde es el color blanco el único empleado. Su propuesta Subida al Monte Carmelo es una peregrinación. Cada pincelada un pensamiento, una respiración, un enfrentamiento con lo que es, sin más. Descubrir razones meditativas en ciertas tradiciones religiosas para valer así su acto pictórico, como otros encantos de la cultura universal, no lo enajenan de sí mismo. Sabe comportarse ante tanta informalidad pausadamente, con mesura, para así, arreglar sus cuentas.

Bueno, cada loco con su tema, y este se siente muy confiado ante los escrutinios del analista.

Gracias.

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