Stories (ES)

Lisyanet Rodríguez – Maikel Domínguez

Entre cronopios, personajes indefinibles y sutiles fulguraciones

Por Antonio Correa Iglesias

¿Normal? ¿Qué es normal? En mi opinión, lo normal es solo lo ordinario, lo mediocre.
La vida pertenece a aquellos individuos raros y excepcionales que se atreven a ser diferentes…

De cronopios y famas
Julio Cortázar

Fue rememorando De cronopios y famas de Julio Cortázar cuando pude cotejar el ambiente en el que las obras de Lisyanet Rodríguez y Maikel Domínguez establecen lo que he querido llamar sutiles fulguraciones. Con cautela y cinismo trasmutado en inocencia, estos dos creadores invaden los terrenos del arte en Miami para, –a coletazos– desmochar el marabuzal donde suele reinar la fanfarria política travestida de ejercicio literario o estético. Difícil es abrirse paso en tales circunstancias cuando reina el colorete y la perfomatividad. Como en todo –o en casi todo– algo que no sabría definir –pues no sería ni la verdad ni lo justo– se impone.

Dos creadores, dos morfologías, dos visualidades confluyentes, dos ontologías gravitatorias que, redimensionando cánones clásicos, establecen un diálogo con la contemporaneidad.

La pintura como genero y la pintura cubana en particular en los últimos diez años ha resurgido de una manera inusitada. El giro pictórico en torno a cierta visualidad, ha “desplazado” a una producción que, refugiada en los new-media, se había erigido como garante de la contemporaneidad.

Es cierto que Lisyanet Rodríguez y Maikel Domínguez están en la antípodas visuales, sin embargo, lo que los hace confluir es un ejercicio crítico en torno a uno de los modos canónicos de la pintura occidental; demostrando las capacidades infinitas de un medio que se niega a ser constreñido a una forma específica. Con un dominio poco usual del dibujo y la pintura, estos dos creadores establecen una visualidad no siempre encapsulada en lo que se ha conocido como abstracción, retrato, hiperrealismo o pop-art. Mas bien, valiéndose de las técnicas asociadas a estas formas seculares, producen una visualidad más cercana a lo que Cortázar llamó “cronopio”; suerte de estructura disipativa o rizomática, inasible, indefinible en toda su extensión y magnitud. No solo los contornos dan cuenta de esta fuga, la propia hevanescencia en su composición, personajes y dramaturgia generan una dinámica donde la teatralización desborda y devora toda la superficie del lienzo. La propia fugacidad de sus personajes genera una estructura ausente que no necesita ser “representada” porque estás, en su propia fantasmagoría, destruyen la causalidad aristotélica fundiéndose en lo incondicionado, principio fundacional de eso que José Lezama Lima llamara “eras imaginarias”. Suerte de historicidad extendida que se niega a ser lineal y teleological. Por eso las figuras-personajes-composición de estos dos creadores, carecen de una forma en su sentido canónico, son sustanci-ousias como diría Aristóteles.

Si Maikel en su desborde cromático general una planimetría, una suerte de cuadriculación de la experiencia en la cual hace encajar figuras que se rehusan esquivamente a ser planimétricas; Lisyanet reduce su universo cromático para explorar una fisonomía que en sus mutaciones abandonan el cuerpo para fundirse en una suerte de Vishnu, diosa tutelar. En cualquiera de los casos, estos cuerpos carecen de memoria, de psique –una psique sin cuerpo como lo llamara Macedonio Fernández- una suerte de ansiedad por sumergirse y emerger de la nada. De ahí el extrañamiento que generan las figuraciones de estas dos visualidades; suerte de suspensión ontológica sumamente lascerante cotejada en su centelleante brevedad.

Lisyanet y Maikel viven en un búnker donde el arte es la coraza contra los demonios que se aglomeran en pedestales y cornisas. Lisyanet y Maikel viven sin ventanas y una cortapisa de concreto pigmentado -con socarrona y sublime apariencia- nos hace flexionar nuestra endeble osamenta para penetrar un recinto donde muchos habitan aunque tengamos la ilusoria sensación de que estamos solos. Sus morfologías seculares, sus altos contrastes en figuras contrastantes, sus ilusorias fabulaciones, sus contrasentidos, sus apacibles guiños y ternuras esconden una siniestra sensación. El hombre está solo en el mundo, solo se tiene a sí mismo y a su capacidad creadora, esto es lo que hace su existencia. Y es precisamente esto lo que está en la búsqueda de cada uno de estos dos creadores. Lo andrógino en Lisyanet, la búsqueda del otro, el regreso al origen del cual un día partieron las parcelaciones del pensamiento y el lenguaje, la búsqueda de una identidad –que en su búsqueda- se funde con el otro que es uno mismo sin ya serlo. De ahí sus figuras, como queriendo penetrase en un acto desgarrador y mutuamente fecundo.

En el otro extremo está Maikel, quien recrea la cuadrícula, desde la experiencia de la cuadriculación. Aunque ennoblecida con pálidos tonos, la cuadrícula del lienzo todo lo reduce a un orden secular y necrológico. Solo las intempestivas figuraciones que a ratos convierten el sobresalto en sobrenaturaleza, nos salvan de ser devorados por una linealidad nominal. Y es que Maikel compulsa a un diálogo no siempre deseado pero necesario entre el orden y el caos, entre Dr. Jekyll y mister Hyde. Lo cierto es que su pintura crea un extrañamiento seminal donde –a intervalos- uno tiene la sensación de que algo no encaja.

Con manos prodigiosas, estos dos artistas se van abriendo sólidos pasos en una visualidad que poco tiene de cubana y si mucho de universal. Este quizás sea un aspecto a considerar en la producción de lo más contemporáneo en pintura cubana. Muchos de los artistas de esta generación han deglutido y rumiado una comprensión de la historicidad del arte cubano con el único propósito de ponerla a un lado y seguir adelante. El sentido festivo que ofrece esta libertad sólo puede –desde un conocimiento crítico- generar obras donde la densidad extirpe cualquier empeño o indicio decorativo.

Los ámbitos expresivos en los que Lisyanet Rodríguez y Maikel Domínguez han generado una visualidad, son solo sucesivas aproximaciones, tensiones que genera el proceso creativo, como quien se sabe poseedor de un lenguaje que no expresa todo lo que dice pues la forma expresiva del lenguaje es insuficiente. Por eso L. Wittgenstein prefería en oportunidades guardar silencio. La contundente visualidad, la laboriosa, paradójica y exuberante narratividad relacionada a estas estructuras simbólicas, rompen ese impulso primario asociado a lo efímero para adentrarse en su “definición mejor”. Por eso, sus rastros humanos adquieren vida, no son solo trazos en un lienzo cromático.

Lisyanet Rodríguez y Maikel Domínguez no se rebajan a la simplicidad; para ellos, como para Jose Lezama Lima, sólo lo difícil es lo estimulante. Despojado el disimulo y el sarcástico deseo de parecer, estos dos creadores con meticulosa devoción hacen lo que mejor saben hacer. Sus obras son un reto a la indecencia e indigencia simbólica, son un frenesí en stop motion, son el aleteo de una paloma blanca que anuncia lo inesperadamente inimaginable.

Maikel Domínguez y Lisyanet Rodríguez, han destapado la sopera de la cual brotan los efluvios de un banquete pantagruélico como aquellos que Doña Augusta organizaba en las páginas de Paradiso, afortunadamente, sólo los elegidos podrán participar en ella.

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