Stories (ES)

Luis Enrique Camejo

La marea maldita, la marea hechizada

Por Ricardo Alberto Pérez

En Cuba existe un pintor contemporáneo que se ha fascinado en traficar con ese misterio, a veces insondable, que suele ser la ciudad. Me refiero a Luis Enrique Camejo, nacido en la provincia de Pinar del Río en 1971, y graduado del Instituto Superior de Arte en 1996.

Su reto es grande y muy complejo; se ha empeñado en sumar una nueva Habana, a todas las ya existentes e imaginadas durante más de un siglo. Hablamos también de una Habana que ha escapado metafóricamente de las pulsiones marítimas, y ha anclado en la literatura, el cine, y el teatro. De La Habana que quisiéramos, y tenemos que  reinventar palmo a palmo; porque nos da la sensación que puede llegar a desaparecer. 

Camejo, en esta aventura no puede darse el lujo de pisar, ni una sola vez en falso; el abismo que le queda a sus espaldas consiste en ser tragado por aquello que suele denominarse como lo decorativo; y representa en realidad ser expulsado de los confines del arte verdadero. 

Todo lo que le acontece al espectador cuando se sitúa ante sus piezas, a veces de gran formato, está regido por una profunda sutileza, que le permite a este percatarse de algunos detalles que en el plano real escapan. La marea maldita de Virgilio Piñera, y la marea hechizada de José Lezama Lima comulgan sobre un mismo escenario, lo vuelven contradictorio, y a la vez rico en sustancias esenciales.

Surgen fragmentos empalmados de vida y espacio, a través de los cuales fluye una memoria que en el hecho de mostrarse contaminada, parece exhibir su mayor satisfacción. El terreno que restituye Camejo es un terreno  totalmente circunstancial; donde están mediando con bastante frecuencia varios tipos de contratiempos que parecen desembocar en tensiones, que complican la ruta de los transeúntes, algo así como una lluvia que persiste, o un mar que penetra.

Al artista, en esta circunstancia que nos tocó vivir, solo le queda comentar el destino de la ciudad fracturada. A pesar del escenario diezmado por tantas cosas, sus cuadros provocan aún el extraño deseo de salir corriendo al reencuentro de los rincones donde en cierto momento ocurrió algo memorable para nuestras vidas. Su excelente técnica nos complace tanto que puede llegar a convertir en insignificantes las llagas de un entorno que en alguna medida también sufrimos. 

El manejo de las luces, incluidas las de los automóviles, es una de las cuestiones esenciales dentro de su poética. Las luces van adquiriendo un poder, o función simbólica, porque contribuyen a evocar la velocidad del presente; junto a otros efectos de colores que parecen adulterar  el diapasón de un tiempo, que lejos de transcurrir en la calma de otras épocas, se desata con total cinismo sobre el destino impreciso de los seres. 

Tampoco podemos obviar el peso que tienen en sus piezas, aquellos “detalles menores” que se revelan desde su propia soledad, elementos que al irrumpir, dan una sensación de descuido, de que alguien los olvidó; y en su gestión mínima se adueñaron de un espacio que a la larga es intenso. De ese modo podremos encontrar a un árbol, un automóvil, o a una bombilla eléctrica intentando participar del diálogo.

Sin dudas, uno de los puntos de apoyo determinantes  para las ilusiones pictóricas de Camejo es la fotografía, esta se agazapa en el proceso que antecede a la obra, e interviene en gran medida en el desenlace de su elección; es un vínculo que cada espectador debe interpretar a su manera, enriqueciendo este detalle la relación entre ambas partes. 

Sin dudas, en los últimos años las acuarelas están ocupando un lugar determinante en su quehacer a la vez que enriquecen de manera visible su poética, aportando luces a la evolución de la trayectoria de un pintor capaz de encontrar una y otra vez la sorpresa y la emoción. Estas acuarelas participan de la constante tensión climática que se genera en la isla, tanto desde lo geográfico como desde lo social. Aquí hay un modo de hacer que tiene raíz, que se encanta con momentos brillantes de esta tradición, como es el legado de William Turner, y lo transporta con levedad y frescura hasta un presente convulso.

Las transparencias que termina obteniendo Camejo son muy nuestras, lucen códigos que nos pertenecen y forman parte de la complejidad de lo cotidiano. Contemplando minuciosamente cada una de estas piezas, terminamos comprendiendo que en ellas se ha puesto en juego lo que es irrevocable, la vocación misma de este lenguaje en donde no hay espacio para el equívoco, por lo que cada intervención representa un canto al riesgo y a la capacidad de sobrevivir a este.

Estamos ante un artista que no niega aquello accidental, o sorpresivo que de manera súbita puede tener un impacto en su trabajo; exactamente eso ocurrió en plena pandemia (2020), cuando el café se derramó sobre una cartulina y lo hizo reflexionar en torno a las posibilidades expresivas de este pigmento; que de entrada ya arranca hacia el espacio visual con su contundente simbolismo. Esta aventura desembocó en una atractiva muestra denominada Coffee Time, espléndida en su factura, y donde es posible confirmar aquella máxima del poeta norteamericano William Carlos Williams, donde expresaba “que solo hay poesía en las cosas”, y justo las cosas que contienen esta muestra son tan diversas que van desde una bicicleta, a la cultura oriental insertada de manera un tanto surreal en nuestro trópico. 

Si nos detenemos en algunos de los títulos que Luis Enrique Camejo ha venido eligiendo para sus muestras personales: Desaparición, Sueños, Tráficos, Después de la lluvia, Transparencias, La isla del día después, Coffee Time, o El espejo y la paciencia entre otras; vamos a experimentar un arraigado contenido metafísico que en definitiva se vuelve materia, cuando nuestros ojos se reencuentran con El Hotel Nacional, El Tángana, El Malecón, o las diversas escenas cotidianas de la calle Veintitrés; para recordarnos una vez más que cuerpo y espíritu no tienen por qué empecinarse en andar separados.

Luis Enrique Camejo
Luis Enrique Camejo
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