Stories (ES)

Luis López del Castillo

La pérdida progresiva de la memoria

Por Roxana M. Bermejo

Lewis Carroll, autor de Alicia en el país de las maravillas, alguna tarde se preguntó -seguramente aceptando de antemano la desaparición de la entidad pensada-, qué pasaría “si dejara de soñar contigo”. No fue Carroll el primero en cuestionarse semejante arbitrio, allí había un Descartes como precedente con aquello del Cogito ergo sum… Y tampoco sería el último: entre otros, nos alumbró el Borges de Las Ruinas Circulares. Hoy llegamos a Luis López del Castillo, quizás menos conocido entre tantos grandes, pero igualmente obsesionado por la influencia definitiva que ejerce un hombre sobre su propia memoria y cómo este subconsciente se extrapola a lo que llamamos “realidad”.

Insular de aspiraciones, López del Castillo (Camagüey, 1976) es egresado de la Escuela Vocacional de Arte y de la Academia de Bellas Artes. Esta formación, al seno de las prestigiosas instituciones cubanas, lo conducen junto a otros jóvenes de su generación a formar parte de Los 16, un grupo de artistas noveles que, como él, fueron seleccionados para mostrar sus obras en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales de la capital habanera (Proyecto Personal, 2002). A esta exposición, seguirán algunas exhibiciones individuales por las cuales pronto de hace merecedor de una residencia artística en Milán, Italia, auspiciada por Spacio Xpo & Liz (2003-2004). Posteriormente, arriba a Estados Unidos, como parte de Edge Zones (Art Basel/Art Miami (2006-2007)) y desde entonces, otros escenarios le han dado la bienvenida, como es el caso de la exposición Arte de Cuba, celebrada en Toronto en 2009. Merecedora de lauros como el Primer Premio del Salón Joel Porto, la creación plástica de este autor se mantiene actualmente en un continuo fluir entre las Vegas y Miami.

En su condición de artista siempre en metamorfosis, Luis hace uso en sus piezas de técnicas diversas, como la fotografía manipulada, la pintura y la representación objetual, intentando romper los compartimentos tradicionales, pero al mismo tiempo, amparándose en ellos. Pudiera decirse que esa es la condición básica de su producción: la alternancia entre puntos remotos y excluyentes, que no solo se evidencia de manera física en la superficie de sus obras sino que viaja también amalgamada en sus temas más citados: las problemáticas inherentes al ser humano y los diferentes grados de permisibilidad que estos hallan al seno del circuito social.

Asuntos grandilocuentes como “los vestigios del tiempo”, “la verdadera esencia”, “las energías vitales”… lo dominan, de manera que, a la postre, su obra no puede explicarse más que como una proyección de sí mismo, o de la persona que la lee. Sabe López del Castillo que la pieza pertenece tanto al espectador como al artífice, y de esta forma ubica su creación a medio camino entre lo personal y lo universal. Solo así se justifica la existencia de títulos como Pérdida progresiva de la memoria, donde el no-lugar se sobrepone a cualquier localismo que pudiera anclarnos a la realidad única del autor. Sus escenas y personajes recuerdan ese toque ácido del expresionismo alemán, que más que sardónico resulta preocupante, enfermizo. Asumo que se esconde tras ese modus operandi la intención de decirnos que lo que nos rodea es solo la vaga imagen, la proyección tenue de nuestro propio mundo interior. ¿Será el hombre capaz de nombrarlo todo? ¿Lo que escapa al sustantivo se libera del peso de la memoria? Quizás estemos siempre abocados a estas presiones, como al abismo que se extiende, grisáceo, en alguna de sus pinturas. López del Castillo, desde esa niña de arena que (des)dibuja en la arena, nos pregunta.

A estas alturas, todavía no me hallo en condiciones de responderle.

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