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Luis Miguel Rivero

Una masa densa de la sensibilidad: la obra de Luis Miguel Rivero

Por Magaly Espinosa

«No se trata de una negación de la pintura, si no más bien poner de relieve su fragilidad desde la categoría difusa y esquiva de lo pictórico».
Santiago Olmo.

Varias series agrupan la producción artística del cienfueguero Luis Miguel Rivero, en una combinación de lo pictórico con lo instalativo, como si con ello fuera factible decir del retratado mucho más de lo que el retrato nos apunta. A través de las series Prefabricado, Área y Reconstrucción de Babel se acerca a personajes y circunstancias de la vida cotidiana: constructores y cañeros. En esta última serie se muestra un anciano junto a la bandera cubana y un conjunto de retratos familiares enmarcados por varas de cañas de azúcar Esa es toda su vida: la patria, el trabajo y la familia.

Sin embargo, su serie más reciente Carne simulada va por otro camino, aunque siga siendo la presencia humana el centro de su atención. Apela a dos de las escuelas modernas más vigorosas: el expresionismo y la abstracción, para elaborar figuras en las que se combinan las definiciones de formas, con las evaporaciones que facilita la abstracción, sin que se trate simplemente de unir los procedimientos que las caracterizan, sino de ir más lejos apelando a la esencia emotiva del instante.

En algunas de sus obras se siente que el tratamiento de la imagen reproduce la técnica del zoom, cuando la cámara desdibuja el primer plano para resaltar el segundo, tratando de llamar la atención del espectador sobre el aspecto resaltado. Así ocurre en una de sus pinturas en la que se aprecia el rostro y torso de una mujer que yace en reposo en un primer plano vemos el brazo sobre el pecho, en un largo trazado que lo desdibuja y en un segundo plano, el rostro mejor definido, alcanzando esa óptica de la expresión que anunciaba Cezanne, esa intimidad de la imagen que no precisa de la exactitud de lo real. Queda así esbozado un doble juego que le es tan afín a la imagen en movimiento, en el instante en el que el ojo no capta la realidad en todas sus dimensiones y la retiene en sus detalles.

Su creación incluye un amplio diapasón de sujetos, compuesto por niños, mujeres, hombres y ancianos; niños que simulan posar ante la cámara, un grupo de hombres en plena labor de trabajo o un anciano mostrando su pecho deforme, al lado de otra pieza que contiene la imagen de una anciana a la que seguramente no le importa exponer su desnudez. Su rostro posee mucha fuerza, aquella que surge del peso de la vida. La dureza de sus facciones no se consigue equiparar con ninguna acción humana, con ningún poder social. Por ella ha pasado todo, y ya no está por tanto a la deriva de las esperanzas.

Hay un fuerte dramatismo en varios de los rostros, sensualidad en unos, hedonismo en la mayoría. Estos elementos al combinarse le imprimen unidad al conjunto, son las sensaciones que despierta en el observador, lo que nos hace familiar los instantes de sus vidas, en ocasiones íntimos, en otros públicos. Quizás una de las piezas que más impacta es aquella que presenta el rostro de un hombre hundido en el pecho, parece ser este un acto de bochorno o de pérdida, y sin que apenas podamos vislumbrar sus expresiones, sabemos que hay mucho dolor en él.

De tales circunstancias nace su simulación, con todo, ella no lo es en el sentido exacto del término, referido al engaño o el fingimiento, por el contrario, las obras son directas, escuetas, lo que dicen está anunciado en la pose, la expresión, o el gesto. Esta antinomia responde a la manera a través de la cual la estética del cuerpo ha sido presentada: la carne como una masa densa, sin afeites ni adornos, sin importar que no sea hermosa y atrayente.

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