Stories (ES)

Marco Arturo Herrera

Pintar una fiesta innombrable

Por Julio Lorente

Los vaivenes de la pintura en la historia del arte y más recientemente (y cuando digo reciente, me refiero a partir de las neovanguardias hacia acá) componen los sobresaltos de un género que sobrevive siempre a sus sepultureros teóricos. Ya sea como abstracción-evasión, como pastiche, como reducto neohistoricista o, finalmente, como ejercicio aleatorio de forma light y contenido escurridizo, ésta logra perpetuarse con los préstamos de turno. 

Si a esto le sumamos su condición elástica para subvertir y encajar con naturalidad las tramas ideológicas que tejen la filigrana de la censura, no es de extrañar entonces que pintar sea, ocasionalmente, la manera más propicia de lidiar con el «síndrome de la sospecha».

Claro, esto no es un axioma y de esto puede dar fe Tomás Esson (La Habana, 1963) y su A tarro partido II, exposición de pintura facturada en 1988, que fue censurada al otro día de su inauguración. 

Un poco de todo esto hay en la pintura de Marco Arturo Herrera (La Habana, 1991). Los colores de sus cuadros no son reminiscencias a los delirios cromáticos del trópico, sino más bien la elaboración de un plano de subjetividad donde lo impersonal se vuelve medio para que sus caricaturescos personajes, relaten historias que pueden ser o no las nuestras. La ambivalencia como coartada.

Para Marco Arturo Herrera todo podría comenzar en el expresionismo alemán, pero eso sería agregarle a su obra una tensión dramática que busca lo trágico y lo heroico. Elementos que realmente no le son necesarios para su discurso. Un discurso que asume la levedad, el desenfado y el color como un silogismo que devela entresijos de realidades cuasi políticas, que son engullidas por gamas altisonantes. Se podría hablar en todo caso del neoexpresionismo alemán, la transvanguardia italiana y parte de la pintura norteamericana de los años ochenta.

Pintando a flote

Ha llovido algo desde que Rufo Caballero definiera como pintura pepilla, la producción de un grupo de pintores jóvenes que desde las cúpulas del ISA apostaba por la pintura aupados bajo las curadurías del crítico Píter Ortega. Pero todo movimiento efervescente con dotes de revolución, tanto en el arte como en la vida, está destinado al desinfle. Hoy, a la saga de esa generación, emergen pintores que asumen ciertos parentescos conceptuales y/o estéticos. 

Marco Arturo Herrera pudiera estar en esta cuerda, donde la pintura más que un medio, presupone una actitud. Su obra en pintura de este artista se vuelven un telón de fondo –cínico– para una realidad que se torna monocromática, y donde la pátina fulgurante de la historia se desvanece en su impotencia. 

Y no es que en ocasiones Marco Arturo Herrera no aborde la melancolía, la frustración o cualquier otra patología humana, es que cuando lo hace es un ejercicio impostado, casi teatral donde la “fiesta innombrable” que presuponíamos lezamiana, transmuta en un adagio de Reinaldo Arenas: En Cuba todos llevan una máscara. 

Resulta interesante en esta amalgama de imágenes que se suceden como un cuento con moraleja implícita, un dibujo sobre lienzo titulado Pinos Nuevos (2017). En él aparecen varios árboles navideños sembrados en maceteros con los típicos adornos de estas festividades, a lo que se le suma una pañoleta pioneril; símbolo de la utopía educativa en la Cuba revolucionaria. La metáfora martiana de renacimiento queda anulada por una plantación serial creada con un objetivo: adornar una ilusión; fungir como un decorado simulacral en el paraíso de las ficciones. 

La androginia temática que padece gran parte de la pintura cubana actual, opera desde un pliegue donde se sigue jugando con la cadena y no con el mono, como evitando los estigmas que alejan del mercado y a la vez te ponen en la mirilla del Big Brother. Si Marco Arturo Herrera sortea estos ardides epocales es porque asume la pintura como divertimento, como “celebración navideña”; gracias al centellear de las guirnaldas puede diluir mordaces comentarios en escenificaciones que presuponen ironías bien cargadas de óleo. No por gusto su más reciente exposición se tituló Christmas Calientes. ¿El trópico lleno de nieve o la nieve llena de trópico?

A Marco Arturo Herrera le interesa pintar desde un limbo donde la alegoría fauve, cree relajados espacios contra la interpretación, pero no porque haya ausencia de tópicos (más bien abundan), solo que estos cuadros detentan un rasgo que salta a la vista, solo que sus cuadros detentan un rasgo que salta a la vista: la necesidad de asumir colores e ideas con voluntad bascular.

Pintar se torna una fiesta innombrable cuando abundan las suspicacias, por eso el reservorio simbólico de este artista roza intencionadamente lo ingenuo y se cotiza como fábula. No hay mejor manera de sobrevivir que construir –o pintar en este caso– nuestros propios mitos. Son tiempos donde definir sigue siendo cenizar.

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