Stories (ES)

Marlon Portales

Apuntes a propósito Grand Tour 1

por Gladys Garrote Rigau

Una mañana de julio recibí el primer paisaje que Marlon me regalara. El atardecer californiano llegaba a mí en prosa y cargado de ambigüedades propias de a quien no le es posible apresar la maravilla pero lo intenta.

Me fascinó el hecho de que este muchacho, nacido en una región de naturaleza descollante, se impactara ante la delicadeza cuasi mística de la costa oeste norteamericana. Pero funciona así: cuando la percepción es sacudida por altos contrastes el espíritu se conmueve.

Durante aquel verano tuve la oportunidad de corroborarlo. Ansiosa recibía a diario en mi buzón de correo extensas descripciones de Los Angeles, San Francisco, Corona del Mar; me trasladaba de las zonas costeras a los suburbios, para luego adentrarme en las variaciones cromáticas y sonoras de los barrios latinos. Marlon me brindaba esa naturaleza ajena a mí pasada por el tamiz de sus sobresaltos; lo reconstruido no era procesado por pensamiento objetivo, más bien resultaba del frenesí sensorial, de la excitación de los sentidos. Era prematuro, inmediato, inconexo, caótico…; reflejaba la impresión que el nuevo medio explorado producía en su sensibilidad.

Hombre y naturaleza me llegaban fusionados. Él imponía el sentimiento a la razón: presentaba el entorno impreciso para revelarse, a sí mismo, en su dimensión espiritual.

Compartir su experiencia de explorador me permitió también ir figurando una imagen particular de Marlon. Tal honestidad se me hacía difícil de corresponder. Me quedaba, entonces, revelarle los paralelismos que encontraba entre sus vivencias y mis referentes. Intercambiamos pensamientos acerca del viaje, de cómo se había manifestado en arte, de la trascendental figura del viajero para el completamiento de la noción del mundo…

Recuerdo con especial cercanía la conexión que establecí entre Marlon y los viajeros románticos del siglo XIX. Para mí, su aproximación al paisaje estaba cargada de aquel impulso que priorizaba la impresión global ante el detalle científico. Él, como aquellos, se fundía con el medio para generar una visión personal de lo vivido.

Esa conexión se hizo aún más evidente cuando una vez en Cuba, me entregó su impresión del paisaje auxiliándose de herramientas que le eran, por entrenamiento y academia, mucho más familiares. Con Nueva York, Italia, California y Alemania, me cautivó gracias al mismo espíritu romántico de su prosa, pero desde la intimidad del estudio, el ensayo y la experimentación cromática en la pintura de pequeño formato.

Las pinturas, al igual que sus construcciones verbales logran hacer manifiesta la particular relación sujeto/entorno, sujeto/naturaleza ajena; pero a diferencia de aquellas, parten del procesamiento intelectual, de la calma que viene con la reflexión. Empero, tal calma no implica necesariamente definición, concreción: sus producciones pictóricas se asemejan al recuerdo; como la memoria, regalan fragmentos difusos que repasan sensaciones provocadas por el paisaje: buscan reconstruir la experiencia vivida, mas no representar el espacio donde se vive la experiencia.

Es por ello que el resultado pictórico renuncia a los lugares comunes de las ciudades motivos -todas regiones muy conocidas, altamente visitadas-, casi los rechaza; descarta el landmark, y apuesta por lo indeterminado, por el espacio no distintivo, el deshabitado. Marlon disipa la conexión con el referente y se acerca a lo abstracto para evocar lo metafísico del espacio habitable. Reconstruye atmósferas asociadas a la ciudad y al clima de acuerdo con la estación del año en la que estuvo presente; y esas atmósferas, al tiempo que permiten el vínculo de las piezas con las ciudades motivos, generan una nueva experiencia visual-estética y poética para el que las observa.

No obstante lo disipado de los referentes, es posible encontrar en sus pinturas figuras que recurren. De ellas resultan particularmente oportunas las que irremediablemente hablan del viaje: los puentes, túneles, muelles, trenes (tantos las representaciones vistas desde el tren como el propio medio de transporte), las estaciones, los aeropuertos, cementerios, son evocadoras de una perenne mutación existencial. Desde su condición de emplazamientos de tránsito – en asociación directa a la ligereza pictórica con la que son construidas- funcionan como metonimias del viaje en constante devenir, cambio, metamorfosis inapresable. Sus pinturas hablan del viaje, a través de paisaje, como desplazamiento material asociado directamente a la libertad individual.

Grand Tour asoma como una exposición monumental. Más de 600 piezas se apoderan de la galería dispuestas en paredes y techos. Sobrecoge la inmensidad del conjunto y la imposibilidad de aprehenderlo; oprime la pintura y se siente uno convidado a estar presente en un espacio cargado de testimonio y experiencia. No queda más que intentar revivirla (la del artista) y dejar que la atracción provocada por determinados estímulos nos acerque a unidades puntuales, a fragmentos de entorno experimentado, y al resto sentirlo como una nueva atmósfera, como macropaisaje autorreferencial, como evidencia de que el camino para apresar la maravilla es azaroso pero transitable.


1. Grand Tour. Exposición personal de Marlon Portales con curaduría de Gladys Garrote. Galería Galiano, La Habana, marzo/abril, 2017.

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