Stories (ES)

Michel Chailloux

Digamos que hablo de pintura

Por Estela Ferrer

Si Michel Chailloux no me hubiera mostrado su producción en retratos y piezas de su muestra personal Momento grato en la galería Carmen Montilla de La Habana Vieja, hubiera creído que desde el inicio su obra se había encauzado por las sendas del paisaje.

Michel Chailloux (Holguín, 1983) realiza una pintura que se desancla de la retórica gastada de «signos nacionales», para abrazar, desde los códigos del expresionismo, una narrativa fresca, insólita, colmada de entuertos y dicotomías visuales. Destaca su quehacer dentro del tejido de las poéticas artísticas actuales al hacer convivir en el espacio pictórico múltiples figuras que obedecen al absurdo. Se inserta Chailloux a través de su singularidad, en la hornada de artistas emergentes que vienen impulsando el desarrollo del paisaje en la isla en los últimos años.

El contraste figura/fondo

La tradicional composición aquí puede ser olvidada ya que los fondos tienden en mayor medida a la abstracción provocando en el espectador inquietud, ambigüedad, la sensación de hallarse en un ambiente extraño, enajenante.

Dentro de esta narración el color ofrece una gran singularidad a su obra toda. Permite a Chailloux otorgar a las figuras un halo teatral que las muestra inamovibles, como congeladas, presas de una atmósfera de ensueño. El carácter teatral se hace evidente en Atalaya, donde asistimos a la perenne vigilia de un personaje que nos resulta completamente amorfo. El suspense se acentúa por la paleta escogida: verdes y amarillos intensos usados acertadamente a la hora de dar las luces.

La relación tripartita

Objetos, figuras humanas y paisaje conviven dentro del cuadro. En ocasiones también animales y en cada caso el protagonismo cambia. Los roles mutan en una suerte de juego sin fin donde no en pocas ocasiones la prominencia de la mancha y la pincelada suelta delatan su gusto por las texturas y las bondades del material.

Entre una pincelada en ocasiones más relamida o que puede imitar la realidad del paisaje se mueve Michel, llevando en cada pieza más al límite las relaciones que pueden crearse entre todos los personajes. Existen juntos en un espacio ficcional que desafía a toda lógica. Las figuras femeninas pueblan el lienzo o se convierten en simples espectadoras de una acción entre animales como ocurre en Brega. Son relaciones pobladas de fantasías, rarezas que operan a todos los niveles internos de la pieza al hacerla orgánica, críptica y, a la vez, generar una sensación de extrañamiento.

Del boceto barroco a la síntesis

Su estudio compositivo se aprecia en los bocetos donde comienzan a tomar forma en las figuras planteadas las relaciones entre los diferentes personajes. Por lo general son más barrocos y a medida que realiza el cuadro la síntesis aflora, al igual que se modifican la ubicación o dimensiones de las figuras en el plano.

Sin embargo, desde el boceto mismo ya la subversión mayor de su trabajo es tangible. Chailloux nos ubica en medio de la nada y en ese paraje que nos es ajeno sitúa una cabina de teléfono a la usanza londinense ya abierta, junto a una ensarta de peces y coloca un cielo turbulento de fondo. En ese propio gesto destruye toda linealidad en las dimensiones espacio-tiempo. Por tanto, la descontextualización se hace evidente a varios niveles: el primero, la propia de la representación física de los personajes que son despojados de su apariencia tradicional al tener un aspecto pétreo; el segundo, la divergencia entre las actividades que realizan y finalmente la descolocación que propician las atmósferas oscuras marcadas por la luz cenital que aporta un contenido dramático.

En la poética de Michel Chailloux nos entregamos como hechizados a las paradojas del absurdo que nos plantea. Nos sumergimos en el limbo, y nos hacemos cómplices del silencio de la liebre y del pez muerto en el secadero. En las montañas de su universo, ese que dibuja, bifurca e ilumina a voluntad todo es posible porque la realidad no es otra que la que nace como resultado de sus caprichos o quizás, de los dictados de la liebre que guarda sus secretos.

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