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Sergio Payares

La audaz renuncia al artificio

Por Abram Bravo Guerra

Sergio Payares asume la obra en un acto de renuncia consciente. Una búsqueda inversa que le ha llevado a descomponer la materia pictórica y la escena representada –en sentidos paralelos- a un estado simbólico primordial. Pareciera volver obstinado a la iconografía rupestre, a las escenas de caza, a los seres enunciados en actos tribales, como si la enrevesada sociedad contemporánea se mantuviera –en esencia- sedimentada en las bases de una organización primitiva. Por supuesto, este gesto tiene todo de audacia lingüística y nada de ingenuidad representacional: se ha enfrascado en decodificar la materia social hasta encontrar la estructura sostén, la red de líneas y puntos que conectan el (sub)mundo individual con la realidad objetiva –o aparentemente objetiva-. Payares recurre a la síntesis para estructurar una cadena comunicacional en signos muy bien elegidos y, de paso, sabotear las posibilidades reales de la acción pictórica a través del mismo acto –ahora irónico- de renuncia consciente.

Por supuesto, Payares está muy lejos de ser un vándalo, aquel saboteo se concentra en seguir muy de cerca la estilización y limitación de recursos extravagantes en lo visual, su figuración se va ensamblando en referentes enunciados y no estrictamente representados, tampoco desfigurados en el trabajo de la pintura o el empaste. Así organiza una obra de sencillas siluetas, silenciosas y planimétricas, encaminadas a comunicar o ejecutar una metáfora no tan específica –polisémica a conciencia- organizada en la composición y acción descritas sobre el lienzo. Ahora, para nada es casual la doctrina figurativa que defiende, Payares se bebió de cerca el movimiento artístico de la Cuba de los ochenta y, como tal, recurre a cuestiones propias de ese momento: la especie de vuelta a la semilla y la mirada a un origen étnico-cultural mesoamericano que, en este caso, se ha reubicado a escala universal. Una operatoria simbólica que se ha visto obligada a amplificarse, pero con la agudeza de reconocer un cimiento todavía sólido y fértil.

Dicha amplificación es consecuente al viejo motivo del viaje, a la necesaria adecuación de un corpus visual aprehendido en casa. Porque el viaje de Payares comienza en Cuba, para recalar en Venezuela, luego en México, Estados Unidos y España. Un periplo bastante extenso y que, necesariamente, pone en crisis las bases discursivas de una obra pensada inicialmente en Cuba. No obstante, incluso las primeras incursiones de Payares poco tenían que ver con un cuestionamiento o alabanza a la realidad socio-política objetiva, sus preocupaciones parecen alinearse desde el inicio a un sentido más humanamente existencial, ontológico si se quiere. Solo que en esta etapa se hacían más evidentes las deudas con aquel interés genealógico ochentero, o con temas recurrentes en la tradición pictórica insular como la religiosidad o la ruptura en el acto migratorio; digamos que a tono con el momento y el lugar. Los movimientos hicieron eclosionar esa semilla, alineándola a preocupaciones con la sociedad global y –con nada casuales citas a De Chirico o, quizás, a Mimo Palladino- al cuestionamiento de las estructuras comunicacionales y dislexias en los sistemas filosófico-políticos occidentales. Y esto es un punto muy a favor en la operativa de Sergio Payares: entiende el trabajo ligado a un contexto, pero ese contexto no es una camisa de fuerza, más bien supone la plataforma de base para desarrollar una obra pensada para su funcionalidad horizontal, en todos los mercados y espacios posibles. Lo interesante del tránsito en Payares es, precisamente, la renuncia al discurso vertical y la demostración veraz de la adaptabilidad de un arte fundamentalmente cubano.

Ahora –siendo más pragmático en el análisis- entiendo la figuración de Payares cercana a un espectro de lo surreal y lo imaginario, eso en un estado plenamente visual. Sus lienzos, cartulinas o cartones, recreados en veladuras y estas hendidas y dibujadas bajo la presión del buril, estampan sociedades arcaicas hiper-tecnologizadas en una especie de retrofuturismo. Sociedades fragmentadas primeramente en su estado material –compuestas de seres cercenados, sin rostro, angulares, edificios truncos, partidos por la mitad o un costado, árboles que escuchan y caminan- y, también, en orden urbanístico –ni calles, ni puertas, ni hendijas, llevan a ningún sitio objetivo-. Pero, si para el surrealismo el “sin sentido” era una herramienta práctica en su (no)significado, para Payares sería el camino más corto a generar el sentido explícito que envuelve cada cuadro. Payares es un pintor de metáforas visuales, de narraciones, sus micro-sociedades traslucen en astutos giros de guión sus verdaderas intenciones. Por eso los silencios primitivos se rompen en torres de telecomunicaciones, o Cuba parte por la mitad a una mujer que habla, o se entrecruzan mensajes en líneas discontinuas, o deambulan sin rumbo antiquísimos seres vegetales: cada obra de Payares es un fragmento cerrado de historia, un capítulo personal devuelto a reflexionar en idioma multitudinario. Descarna los nervios inconexos de la sociedad actual, ahora ensamblada en sus tribus silenciosas e incoherentes, pintadas en los signos y flechas de su cueva de Lascaux posmoderna: como si la imagen, engañosa, necesitara todavía la misma direccionalidad y certeridad de la palabra escrita.

A grandes rasgos, la renuncia de Sergio Payares finaliza en términos de intercambio equitativo: como los viejos alquimistas, entrega y obtiene en la misma medida. Entonces su diálogo toma forma de obra, y se revierte en la capacidad comunicativa que adquiere en cualquier contexto. Muy interesante que exteriorice con eficiencia el mismo fenómeno que, más de una vez, lo atormenta en sus piezas: comunica en la misma medida en que se obsesiona con la comunicación, con el ser social. Ha encontrado la fórmula adecuada para la urgencia específica. Y, al final, trastoca en un peculiar analista del ser humano, de un estado ancestral colado –con cierta picardía- en la hipertrofiada sociedad actual.

Sergio Payares
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