Stories (ES)

Vladimir Llaguno

El despliegue de las imágenes

Por François Vallée

Fue en casa de Jorge Luis Marrero donde me encontré por primera vez con Vladimir de León Llaguno, el Vlado para los amigos, y recuerdo perfectamente lo que, por la misma época (2006), me dijo René Francisco respecto al efecto que producía en él su obra: “Las obras del Vlado me fascinan”. Esta fue, sin duda, la razón principal por la que quise conocer personalmente a este artista cuyo estudio-casa-cueva de El Platanito iba a volvérseme muy familiar. La imponente personalidad del Vlado, algunos aspectos eminentemente simpáticos de su carácter, su entusiasmo, su impetuosidad, su marginalidad, su excentricismo, su necesidad de ser comprendido, defendido, su apasionada elocuencia, su manera de explicarse frente a sus obras, de contar las innumerables vicisitudes de su vida, su evolución, sus ambiciones…todo esto hizo que pronto entrara en su familiaridad y la de su obra.

Dicha obra (surgida a principios de los años noventa con el dúo Nudo que marcó un hito histórico en las artes gráficas cubanas), prolífica y proteiforme, inclasificable e iconoclasta, es concebida bajo la forma de un gigantesco rizoma que se desarrolla en un principio de ecos, de derivas, de andamios. Procede por acumulaciones, hibridaciones, diluciones, cada obra suya es la etapa intermediaria y evolutiva de un ars combinatoria cuyo meollo está en la asociación de imágenes, en el funcionamiento analógico del pensamiento. Vladimir Llaguno aborda lo real con una inocencia de la mirada, con ojos abiertos de par en par sobre el espectáculo sublime de las cosas, redescubriendo la imagen más allá de todas las convenciones de lenguaje que el arte supo fijar en su evolución, elaborando un ensamblaje intuitivo de referencias culturales mixtas en el cual los contextos originales de imágenes y de estilos se van difuminando como lejanos recuerdos.

El Vlado opone a la tradición visionaria de la pintura su propia cultura visual, hecha de observaciones y de experiencias en los confines de la vida y del arte. Imágenes de su existencia, de sus sueños, de la historia del arte, del cine, de la televisión, de la publicidad, del design, de la ciencia, de la calle… pueblan sus pinturas, sus dibujos, sus collages, los cuales buscan una amplificación de la vida sensible dentro de un mundo material fragmentado, neutralizan y subvierten las convenciones narrativas transformándolas en acontecimientos visuales que insisten en la primacía de la mirada como fenómeno puramente mental cuya meta es despertar emociones y sublimar la vida. Su obra es la manifestación física de un pensamiento. El Vlado es alérgico a la idea de que las cosas puedan estar fijadas en un estilo, su obra es el lugar de la libertad perfecta, esta libertad que es el privilegio de los artistas auténticos, un ejercicio lúdico de resistencia a fin de ensanchar el ámbito del arte, no rebajarlo al estado de vulgar producto de consumo cultural y reflexionar sobre él a través de las imágenes y su evanescencia.

Lo que me gusta en su obra es su capacidad de cambio permanente y a la vez su homogeneidad, es esta manera de estar siempre abierta a la vida, de ser una metáfora de la vida y, al mismo tiempo, una estrategia contra sus limitaciones, de estar por encima de todo sin convertirse en la esclava de un sistema, de una idea o de un estilo. Lo que me atrae de su creación, además de su irresistible seducción, es su sinceridad. El Vlado es pintor por la calidad de su visión, por su aptitud para aprehender todas las oportunidades visuales –y consecuentemente también alucinatorias- que el mundo le brinda. Tal vez ésta sea la moraleja de la pintura del Vlado, ilustrada con una lucidez y un vigor inusuales: la imagen, antaño considerada como una respuesta, hoy no es sino una angustiante pregunta.

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