Stories (ES)

Gerardo Liranza

Desafíos de la representación

Por Hilda María Rodríguez 

Más de una vez han sido cuestionados los límites de la representación, siempre -eso sí- vinculada a lo que en última instancia la sella, la legítima o devalúa, que no es otra cosa que el sentido. Mucho “sufre” la escogencia del hacedor cuando el aura aristotélica despierta como precedente de la semblanza de la pintura resultante.

Horas invierten aún los artistas tratando de reivindicar o de darle el golpe de gracia al lenguaje. Lo cierto es que -mercado aparte- continuamos sin podernos desembarazar de lo que marca y quizá explique la perdurabilidad de las diatribas acerca de lo que se representa. Eso es, la experiencia pictórica y la posibilidad de reidear una lectura -la interpretación escribiría Danto- de lo que se convierte en “motivo”, sin olvidar el valor del proceso.

En ningún caso me estoy refiriendo a meras representaciones, reproductivas, antes más bien deseo privilegiar la “información”, el sema si se prefiere, más allá de la teoría socrática que incluso puede resultar conveniente en estos tiempos postmodernos. Justo en medio de las sinuosas reflexiones coloco las obras más recientes del joven creador Gerardo Liranza.

La historia de Liranza comienza con la fotografía como documento de aquel fragmento real primigenio que, luego se integra a todo el proceso de creación de una “nueva realidad” perteneciente al acontecimiento pictórico. Y como de representación estamos tratando, podría pensarse que, dada la naturaleza delmotivo visual o espacio físico escogido, éste puede ser captado para habitar en la vastedad de la fotografía. Solo que también existen las diferencias entre los medios y ello me hace reconocer que la necesidad de la representación pictórica está muy vinculada a la expresión, a los recursos y efectos propios del acto de pintar.

Con esto no estoy siquiera sugiriendo que -especialmente hoy- la fotografía no se muestra bondadosa en sus potencialidades, cuando realmente se brinda plena para transfiguraciones, dotada para la excelencia técnica y el más sofisticado y virtuoso de los manejos retinianos. Ello, sin dudas, deviene desafío para el resto de los caminos de creación, mas deseo consentir las fascinaciones propias del rito pictórico.

Liranza trae un “asunto” recurrente y no por ello menguado, porque siempre se distingue el valor simbólico, la sugerencia del artista. Estamos ante espacios que pertenecen a la reminiscencia, construcciones que otrora vivieron a través de la actividad productiva, antiguos galpones, almacenes, que hoy exhiben más bien sus restos y reclaman ser retomados por el imaginario artístico.

Gerardo interviene desde un gesto arqueológico, recupera, reabre el capítulo de la memoria y, la pintura le coloca en otros caminos que le permite escrutar los potenciales expresivos de la propiedad corpórea del óleo. El empaste, el grosor del pigmento aplicado pródigamente en ocasiones, supone también que pueda referir la materialidad, como ocurre en la pieza Respiro, en la que casi se fuga el reconocimiento de la apariencia real tras la imposición del “close up”, el efecto casi abstracto de los detalles texturales y las pastas blancas, grises y negras.

El díptico Vestigio, dimensiona las estructuras de metal que el paso destructivo del tiempo ha dejado al descubierto, pero al mismo tiempo podemos notar la interacción que resulta entre el entramado de metal y las cubiertas de concreto, tanto como la caprichosa superposición de planos. En algún sentido el accidente le ofrece al artista el pretexto para connotar las beldades de la arquitectura, de los tejidos lineales que antes fueron sostén y ahora crean espacios ilusorios y hacen habitar las sombras y las luces.

La dejación del documento fotográfico le libera para la creación de paredes que destacan en blancuras sospechosas, puras, que se erigen señales transgresoras de la lógica en medio de las ruinas, como ocurre en Reconversión.

En última instancia estamos dando crédito al valor de lo sensorial, al lícito sentido de la esteticidad o la adjetivación metafórica, sin despojar al receptor de la información que, en este caso tiene que ver con un llamado sobre la pérdida, el abandono, la desjerarquización y también la transmutación de las cosas. Los recursos visuales, la ponderación incluso de lo que atrae, léase la exhibición de la perspectiva lineal dada por las tramas férreas de las vigas en esa suerte de galpones, las cuales perturban en su perfección ingenieril, ahora presumiblemente “retocadas” por la sutileza de los claroscuros y su prolongación en las sombras, tan rigurosamente propuestas en Desmantelamiento y Restos. De otro lado está la integración a través de la perspectiva aérea, la insinuación del entorno natural como referencia del enclave real para que nos percatemos que más allá hay vida (Vestigios).

Muchos otros efectos completan el interés visual, los cuales se revelan en las transparencias de ligeras acumulaciones de agua en el suelo, manchas de humedad o pintura desprendida en los fragmentos de fachadas, los paredones quebrados. La apariencia es surrealizante e incluso escenográfica, y mucho tiene que ver con la reconversión que el propio título de una de las telas se encarga de hacer obvio como deseo.

Hay algo de vanidad en el desafío a una mera representación y hay mucho trabajo, pero al servicio de esa apelación a las soledades y al misterio habitado por la memoria, aunque no sepamos ya como se nombraron tales construcciones o donde aún resisten sus “osamentas”, con una dignidad vertical que es enaltecida por un golpe de luz, en su cualidad de energía. Esa asunción casi ética, convierte estos lugares en argumento más que en excusa para el artificio técnico; en fragmento sustantivo, trocado por el modo en que Liranza lo vio o más bien lo reinventó para nosotros.

Ver más obras del artista