Stories (ES)

Henry Eric Hernández

Acotaciones para una historiografía mansa

Por Héctor Antón

Henry Eric Hernández alcanzó visibilidad en la promoción de la cautela y no es un cauteloso. Absorvió el pensamiento suave de “La Generación Jineta” y no utilizó el maquillaje de pasarela comercial. Partió hacia España en 2006 y tampoco derivó en disidente portátil lanzando piedras desde lejos. Dichos trances lo forjaron como un productor visual de la hibridez estética y política en los años noventa, cuando el arte cubano se debatía entre la nostalgia ochentiana y el cabildeo institucional dispuesto a neutralizar brotes contestatarios.

Henry fusionó el legado antropológico de Joseph Beuys, y un soporte menospreciado por conceptualistas de laboratorio como la cerámica; la magia de ensuciarse las manos tocando las piezas y el work in progress de transgredir el fetiche, liberado de connotaciones mágico-religiosas.

El artista como explorador de zonas silenciadas fluyó producto de registros documentales como Bocarrosa (2000), Almacén (2001) y Sucedió en La Habana (2001-2005). Estos fueron realizados junto a Iván R. Basulto y el team multioficio de Producciones Doboch. Una pequeña tropa unida por el arte y la amistad. 

Así oímos hablar de trenes cargados de gente rara viajando a Camagüey, para atestar las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP). El sistema de microbrigadas basado en la mentira y el tupe, que sufrían los albergados producto de ciclones y derrumbes. La vida inútil de personas como Adolfo Roberto Pita, quien prefirió vivir en la calle al sentirse más seguro que en su vivienda.

En su disertación Sobre el arte de la escucha (en la obra de Henry Eric Hernández), la historiadora Carmen Doncel precisa que la Revolución Cubana cinceló el modelo guevariano del “hombre nuevo”, para obviar la construcción de un “cuerpo nuevo”. Tentativa de fundar una ideología corporal desconocida en cuestiones de política sanitaria. 

La condición temeraria del imaginario popular, al margen del cliché victimario, se desplegó en Cuentos cortos (2006). Esta serie documental, recogida en soporte de CD, acompañó al volumen Otra isla para Miguel (Santa Mónica, Perseval Press, 2008). Son relatos que mezclan la épica callejera, bélica y amorosa.

Kimbo, un personaje-narrador de Cuentos cortos, perdió a su madre a los seis años y lo arrestaron a los doce. Ninguno de sus hermanos fue a verlo durante diez años en prisión. Kimbo reconoce que está menos presionado en la cárcel que en la calle. “Allá no tengo preocupaciones de quedarme sin dinero o sin luz brillante para cocinar”, aclara y “me pongo fuertón sin hacer na”.

Otra isla para Miguel persistió en la ficción de convertirse en Manual para la enseñanza primaria; un experimento fraguado donde el libro como excedente de materia prima se destina a reproducir escrituras para restaurar la ilusión lírica.

Conchita Mas Mederos prestó servicios a la revolución siendo una muchacha. Trepaba y bajaba la Sierra del Escambray para llevarles ropa y comida a los alzados del ejército rebelde; persuadió a muchos campesinos que desoían las promesas de los barbudos. Ella lo entregó casi todo a la causa de sus ideales, al compás que era una sirvienta doméstica y estudiaba en la Escuela de Comercio.

En 1963 la residencia del magnate Jorge Fernández Escarza, localizada en la ciudad de Cienfuegos, fue transformada en un círculo infantil. Este adoptó el nombre de aquella precoz miliciana. Once meses después, Conchita Mas Mederos se pegó un tiro. La insurrección comenzaba a teñirse con la sangre de sus criaturas. Dicen que Conchita murió virgen y trastornada a los diecinueve años.

Henry Eric trenzó lo público y lo privado de ambos hechos, para connotar performáticamente esa letra muerta que encadena un obituario tras otro. Reseña biográfica (2003) derivó en intervención in situ, documentada en el libro La revancha (Santa Mónica, Perseval Press, 2006), cronología aleatoria que da inicio en 1964, Año de la Organización. La acción consistió en realizar un cumpleaños colectivo en el círculo infantil que llevaba el nombre de una heroína local olvidada.

Rifas, dulces y payasos reanimaron un espacio vaciado de aura republicana. La celebración incluyó un álbum de fotos, costumbre barrida por el Periodo especial en tiempo de paz que sacudió a Cuba; detalle tan arcaico como el recuerdo de Conchita Mas Mederos, reclutando a jóvenes osadas para estudiar corte y costura en La Habana. Los infantes proletarios disfrutaron sus quince minutos de gloria pequeño-burguesa, gracias a una terapia lúdica reservada a quienes la necesitan.

El Vía Crucis promiscuo recreado por Henry Eric Hernández y sus cómplices genera una interrogante. ¿Para qué sirve la guapería barata, el desinterés económico o la inocencia política en el entramado psicosocial, invadido por parásitos escaladores? Más allá de una conclusión leve o pesada, lo que resulta del proceso evolutivo es una controversia entre la fe y el dolor. El pasado del “hombre nuevo” y el presente de un país de viejos que nubla el futuro.

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