Stories (ES)

José Luis Lorenzo

Lorenzo, un artista de nuestros tiempos

Por Yania Collazo González 

El arte contemporáneo cubano ha atravesado por varias etapas en los últimos sesenta años. La creación artística en la isla, ha estado ligada indiscutiblemente a los procesos sociales, políticos y revolucionarios de orden diverso. Desde diferentes manifestaciones se ha asumido lo mejor de la tradición artística universal y las herencias de nuestros propios aportes estéticos y vanguardistas, logrando una producción significativa capaz de ser pensada en círculos claves de debate -considerando la fenomenología del arte actual-, desplegando estrategias para insertarse y comprender las nuevas y cambiantes dinámicas de los imprescindibles circuitos del mercado -universo al que nos hemos enfrentado con ciertas limitaciones, sobre todo temporales-.

Entre explosión social, crisis y reacomodos políticos y culturales, los intereses temáticos de nuestros artistas se han acercado a los sucesos cotidianos -desde lo más aparencial hasta lo más crítico, ahondando en cuestiones de orden político, religioso, racial y estético artístico-, a cuestiones de identidad -relacionadas directamente con el ser humano, su idiosincrasia, tradiciones, factores antropológicos e históricos, elementos autóctonos-, a la autorreferencialidad -como indiscutible contenedor de concepciones, valores y memoria-. Así, las obras que atesora nuestra historia del arte, cual verdaderos mosaicos de nacionalidad, nos posibilitan apreciar, desde las primeras creaciones, una isla en franco crecimiento y enriquecimiento social y estético.

Los paradigmas del arte cubano se han nutrido de la recreación panorámica, la enarbolación de identidades, la exaltación de símbolos e iconografías, la crítica social explícita o latente, la exploración y salto a los nuevos modos de creación; y hoy, como en el resto del mundo, se aprecia un creciente interés en el aprovechamiento de las peculiaridades técnicas, las bondades tecnológicas y un enfoque múltiple que incluye arquitectura, diseño, video, instalación, teatro… sin obviar, claro está, los incuestionablemente valiosos discursos de inclinación más lírica que crítico social, que persiguiendo derroteros más poéticos, han oscilado entre tendencias figurativas o abstractas, a lo largo de tal historia.

El grabado ha tenido una trayectoria significativa en nuestro país y como en el resto de las manifestaciones, los debates en torno a cuestiones como lo anecdótico, lo folklórico o la reproductibilidad, han abierto paso al interés por los procesos creativos, la riqueza y posibilidades experimentales de las diversas técnicas, el reciclaje y la fusión con otros géneros -fotografía, pintura, instalación…- en pos de un producto donde no son pretendidas las clasificaciones.

José Luis Lorenzo es uno de nuestros reconocidos jóvenes talentos. Desde criterios filosóficos, religiosos, mitológicos… nos ha posibilitado repensar nuestras vidas a partir de claras exposiciones sobre su fragilidad, fugacidad e invaluabilidad. El artista no solo se concentra en la depuración técnica, se interesa por cuestiones que constituyen material conceptual indispensable para el diálogo artístico actual. Se ha caracterizado por una trayectoria de mucha experimentación, resultando sus incursiones en la pintura, la instalación y el grabado, las más significativas. En sus puestas en escena de lo cotidiano los elementos propiamente técnicos apoyan constantemente al concepto. Fondos de colores alusivos a cada planteamiento y prácticamente difusos, que parecieran convencernos de girar en círculos que poco avanzan, que se estancan, que prometen eternidad o el convencimiento rotundo de la verdad incuestionable o que se comportan como escenas de un filme cuyas tomas se suceden en roles y máscaras que logran casi dominar al hombre o a la bestia que todos llevamos dentro. Fondos que apoyan, que sirven como base de presentación, que sobre todo establecen un pretexto para exaltar los figurantes de cada narración, que se tornan plenos de tribulaciones o con cierta mezcla paradójica de agitación y orden. Fondos que aunque expresivos por el trabajo de colores y texturas –referentes a lo fecundo que yace bajo la supuesta inmovilidad- siempre proporcionan acomodo a la exposición de las figuras, definitivas protagonistas de su propuesta. Desde la recreación de lo cotidiano, Lorenzo nos abre toda una galería de personajes. Entre apariencias, sobornos, tentaciones, subordinaciones, comprometimientos, manipulaciones, subyugaciones o poderes y autoridades ejercidos, descubrimos al controlador y al controlado, al orientador y al orientado, al castigador y al castigado. El hombre de Lorenzo aparece como parte de un proceso constante de transformación. El artista asume cada animal desde las bases elementales de su esencia y las incorpora a lo humano, fundiendo gestos y prototipos, que junto a símbolos, objetos comunes y en contextos consabidos, se evidencian en el proceder y las posturas frente a sucesos y circunstancias. El imaginario colectivo aflora y las metáforas locales, regionales y universales se mezclan para, frente a las más diversas escenas tangibles e idílicas, cuestionar o potenciar los más legendarios mitos y leyendas. En muchas de sus series recrea paisajes sociales de dudosa complicidad ética, deterioro, abandono, dejadez, descomposición; utilizando en este caso el recurso de la máscara, del juego con los convencionalismos para exponer la naturaleza humana en roles y desempeños. Lorenzo pone en evidencia las posibilidades del ser humano de participar o no en el rumbo de su propio destino. Ante nosotros quedan develadas numerosas actitudes discutibles o entendibles a partir de la relación del hombre con su entorno. Nos obliga a optar en el laberinto indescifrable que se multiplica a cada paso de nuestras vidas, y a decidir a cada nuevo suceso que la precaria y efímera existencia nos ofrece, qué personas ser, si las unas o las otras. Nos convoca a participar, opinar, actuar, decidir, a ser responsables de nuestros actos, status o futuro.

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