Stories (ES)

Kmilo Morales

Silencio palpitante en los espacios flemáticos

Por Yenny Hernández Valdés

Pintar es una práctica que requiere paciencia, disciplina, sabiduría, generosidad, diligencia, meditación. Es crear un lugar de contemplación, quizás para meditar sobre la pintura misma… Es la combinación de lo físico con lo espiritual. Es hacer un viaje, adentrarse en el proceso y habitarlo, es tomar todas las experiencias y plasmarlas en un área en blanco que termina por convertirse en un lugar, un espacio, un templo. Así refiere Kmilo Morales (Las Tunas, 1990), joven artista cubano, cuando pretende explicar lo que para él significan el acto de pintar y las sensorialidades que de ahí se desprenden.

Y es que una paz abrumadora y a la vez un desafuero inquietante son las sensaciones que se generan en mí cuando estoy frente a las obras de Kmilo, lo cual supongo conjuntamente con otra serie de diferentes emociones, también se produzcan en los demás receptores. Precisamente esa sensación de desplome, de pesantez a la vez que inmovilidad se sentía una vez que entrabas a la galería Galiano y apreciabas las dos impactantes obras de Kmilo en su última exposición bi-personal de conjunto con otro joven artista cubano, Gerardo Liranza, entre los meses de diciembre de 2016 y hasta enero de 2017.

Y me permito remitirme precisamente hasta ese momento, hasta esa muestra y hasta esas obras en específico porque a partir de ellas considero necesaria la articulación de mi discurso para con este texto. Apreciando detenidamente Mañana es otro día (2016) y El último refugio (2016) y recordando los primeros trabajos de Kmilo por allá por el 2014 se evidencia una bienaventurada evolución y derivación de un período respecto al otro que merece un estudio continuado. Siendo así, se hace necesario señalar que en sus más recientes producciones no abandona los referentes a la cultura oriental a los que se adhirió desde sus primeros trabajos. El budismo zen (Marea baja, 2015), la alusión a los jardines japoneses (Sin título, 2014-2015) y la recurrencia de terminologías en lengua japonesa como anclajes y títulos de algunas obras (Satori 1, 2015 y Do, 2016) siguen marcando un ritmo fuertemente presencial en su carrera.

No obstante, ya en Mañana es otro día y El último refugio se advierten “pinceladas” de aires nuevos en su manera de percibir, concebir y proyectar su arte. En ellas, y en otras piezas también pertenecientes a esta etapa más reciente de su producción, ha desencadenado un modo de hacer hacia la síntesis recurriendo para ello a la carga semántica y visual que le ofrecen el pigmento, la línea y la luz como pilares, cual columna vertebral, a partir de los cuales irradiar su poética.

Ambas piezas funcionan como espacios flemáticos que dan cabida a todo y a todos desde el reflejo producto de la intervención del espectador (Mañana es otro día) y la incidencia de la luz a propósito en el lienzo (El último refugio), que potencian a su vez las marcas, empastes y texturas enérgicamente visibles y necesarias para cerrar el círculo hermenéutico de su codificación. Tanto la zona negra como ese mar gris dan entrada a todo y a su vez se nutren de ello. Se genera así una reciprocidad, un toma y daca que favorece y respalda tanto al cuadro como al receptor. Ambos se nutren de lo que el otro puede ofrecer y ofrece. Uno se completa de la existencia del otro y en ese sentido es una obra interactiva, resultado de un trabajo procesual que continúa cobrando sentido y contenido aun después de que Kmilo ha concluido la faena pictórica tal cual. La intervención de un agente externo completamente diverso y desconocido como lo es el espectador es imprescindible; viene a ser ese elemento totalmente necesario para el completamiento epistemológico de la pieza.

Sin dejar a un lado aquellos primeros trabajos, y tomándolos como certeros pasos en su camino artístico, Kmilo ha avanzado un peldaño más en la manera de concebir sus obras. Se ha distanciado de los escasos elementos figurativos que poblaban sus lienzos para transitar hacia una pintura procesual a la vez que mínimal e incluso abstracta por momentos. Pero en este caso no se trata de un trabajo procesual descontrolado por la agitación emocional e introspectiva de su creador. Es una pintura gestual a conciencia reveladora de los movimientos que hicieron posible su concreción y que da como resultante obras sugerentes a la vez que contenidas, traslúcidas a simple vista y repletas de conceptos al unísono, muestras de un silencio desplomado a la vez que una reacción pausada en esas líneas rastrilladas, manipuladas de manera seriada que vibran visualmente y atrapan al espectador más distante para seducirlos ante su geometría suave y delicada, para hacerlos naufragar en esas ondas de mar que Kmilo repite. Pero me refiero a una repetición en el sentido netamente técnico y procesual mas no discursivo. Repetición que no llega, ni por asomo, al calificativo de aburrimiento o redundancia, sino en busca de la provocación medida, de despertar la exaltación desde una postura meditativa frente a las obras, una contemplación experimental más que sensorial y de saboreo retiniano.

Ambos lienzos resultan un receptáculo para cada espectador, como una suerte de capilla o templo al cual ir a confesar las pasiones internas, los malestares y los éxitos, las derrotas y las necesidades, los logros y las conquistas, lo que somos y lo que queremos ser, lo que el alma nos dice y lo que el corazón nos provoca hacer, el todo y la nada, la grandeza y lo minúsculo, el vacío y el silencio, la introspección inherente y el desasosiego arraigado, la vida y la muerte, la vida y la no-vida: emociones, comportamientos, ideologías, perspectivas, sensibilidades, costumbres, acciones y reacciones que nos definen, nos complementan, nos desbordan y que al interior de esos lienzos parcos, aparentemente tranquilos y silenciosos están recogidas.

Las obras comienzan siendo una expresión personal/individual del creador para convertirse en algo mayor, en turbaciones e inquietudes de un sentir colectivo. Es por esto que no se deduce de ellas un anclaje temporal o circunstancial específico de acuerdo a la diversidad de espectadores, sino un impasse que ocurre desde el propio acto constructivo de la pieza que afecta, siempre para bien, al artista y al receptor en tanto es asumida como un espacio de meditación, como puente entre lo racional y lo emocional.

Las obras mencionadas, junto con otras del mismo período e incluso con las más recientes, solo constituyen la punta de la lanza en la maduración y solidez profesional de Kmilo Morales. Ello comprende un estribo de superación estética, técnica y discursiva respecto a momentos iniciales de su joven carrera. Un crecimiento positivo que requiere estar al tanto de las nuevas y futuras propuestas, que de seguro irán in crescendo en todos los sentidos, de este joven artista a quien catalogo como un pintor del silencio palpitante.

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