Stories (ES)

Michel Blázquez

Pintura inquieta

Por Dayneris Brito

Durante los años noventa, mientras los artistas plásticos crecían como la mala yerba y la crisis económica provocaba innumerables olas migratorias, se dispersó en masas una generación emergida a medias entre finales de los ochenta y principios de la década siguiente, que prefirió emigrar y continuar su quehacer creativo fuera de la isla. No obstante, el espíritu bajo el cual se formó dicha oleada de artistas, más allá de las fronteras ideológicas y geográficas que separaron unos de otros, siguió teniendo códigos comunes en cuanto la manera en que asumieron las formas del arte, y concientizaron la demarcación de un período histórico y social, partiendo de patrones comunes de lectura e interpretación de su realidad.  De modo transversal, su producción visual se vio marcada por el desencanto y la contrariedad ideológica, lo que se materializó en la pérdida del referente, y la complejización y metaforización de los registros artísticos intervenidos.  

El objeto artístico per se se vio modificado, inclinándose hacia un tipo de significante aislado y referencial que comenzó a camuflarse bajo las formas semiológicas del arte, haciendo eco en los diferentes soportes, formatos, géneros y trópicos acudidos por entonces. Michel Blázquez (La Habana, 1972), como cualquier discípulo de su generación, incorpora a su impronta estética los rasgos de una década en la que lo artístico se definió en los predios de la sátira social y la densidad tropológica, a decir de Rufo Caballero, conservando en esencia dos de los derroteros creativos que caracterizaron a sus contemporáneos: la metaforización del quehacer estético y la revisitación de la techné. 

Con seguridad, sus obras son efecto del debate conceptual enjundioso y el doble sentido, desarrollado a partir de una suerte de surrealismo expresionista que más allá de suscribirlo a una misma operatoria artística, le ofrece el terreno propicio para la experimentación y la búsqueda formal, sin dejar de lado la fuerte base pictórica y de grabado que se hace visible en sus piezas. 

Sin embargo, contrariamente a lo que supuso el surrealismo de las vanguardias europeas, la gota surrealista de Blázquez no busca el sinsentido y la incoherencia visual a través de la disposición de objetos que nada tienen que ver entre sí. Antes bien, la superposición de figuras, los fragmentos aislados, las manchas de color y el abigarramiento de la decoración cual miedo al vacío, funcionan de conjunto como resultados de una pintura inquieta e incisiva, que se discute entre lo onírico, lo ficcional y lo cáustico. 

Es por ello que, si nos remontásemos a las disímiles influencias que recibe de conjunto la obra toda de Michel Blázquez, encontraremos no pocas referencias a tendencias como el cubismo, el expresionismo y evidentemente el surrealismo. The others, por ejemplo, remane de pinturas surrealistas en la que uno o varios objetos desconectados entre sí, le daban vida a conjuntos que pretendían ser figuras antropomorfas. En esta, su lectura se establece a partir de la interconexión de objetos vistos de conjunto, y no así de modo individual. Sin embargo, en piezas como The Last Sigh, dispone de una mezcla de formas y contornos que no son reconocibles en cuanto a su naturaleza, sino que más bien resultan paisajes alegóricos, cual representaciones cubistas en tanto técnica y procedimiento pictórico, y expresionistas en tanto desarrollo de una idea central a través del desgarramiento y la deformación de las formas. 

De igual manera, sorprenden los títulos con los que Blázquez coquetea en su pintura. Algunos como The Ascension y The Contemplation of Leda aluden a pasajes bíblicos harto traídos en el arte, pero en este caso abordados con una impronta impresionista que nos ofrece relatos otros de ambos fragmentos bíblicos. Mientras que Last Winter Sonata y The Guardian constituyen guiños directos a las composiciones cubistas de la vanguardia en las que una guitarra o un hombre con sombrero resultaban los caracteres centrales en el cual enfocar el objeto artístico-conceptual de la obra. 

Su afirmación en el arte, y específicamente en esta suerte de surrealismo abstracto en el que se desenvuelve, se caracteriza por una búsqueda de la ruptura y del original partiendo, paradójicamente, de presupuestos ya anclados a ideas antiguas como pueden ser las vanguardias del siglo XX y la renovación pictórica. De modo que, esta hibridez artística le sirve para desdoblarse, con no pocos aciertos, en un modus operandi disonante ante los predios del arte contemporáneo, proyectando así toda una producción visual bajo presupuestos identificables y puntuales. Si bien sus preocupaciones estéticas nacen de un evidente sello de vanguardia, su postura se convierte en consecuencia en un enfrentamiento lícito a la oleada de producciones visuales contemporáneas.

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