Stories (ES)

Miroslav de la Torre

Pobre Peter Pan

Por Carlos Gámez

¡Cierto: mucho he llorado! El alba es dolorosa.

Toda luna es terrible, y todo sol, amargo.

El agrio amor me hinchó de embriagantes torpores:

¡Que mi quilla reviente! ¡Que me hunda en el mar!

El barco ebrio. Arthur Rimbaud

Para quienes sentimos la vitalidad de una isla pueden ser contrastantes los espacios de representación de la realidad, las miradas desde la que se establecen las imágenes de/para la reflexión, y las mediaciones entre el espectador y la obra de arte. Sin embargo, cada vez puede ser más común asimilar el Otro desde el reflejo de nuestra ficcionalidad.

Las obras de arte contemporáneo de la generación joven de estudiantes del Instituto Superior de Arte (ISA) traen un aura semejante a su propia referencialidad, es decir, coexisten con su pasado a partir de la deglución del mismo y la asimilación de sus principales vitaminas.

Así las obras de Miroslav de la Torre Kozorev (Camagüey, 1992) tienen como referencialidad innegable a la generación cubana de los 50´ y 60´, con Antonia Eiriz, Ángel Acosta León y Humberto Peña, junto a Francis Bacon como espacio obligados de partida, que terminan en Pedro Pablo Oliva.

Las preocupaciones de este grupo de artistas, los jóvenes, se concentran en presupuestos sociales y políticos de pensamiento. Son cimas desde las que proponer un acto de fe, la disposición de ayudar a su contexto con la asimilación de lunares. Cada una de sus voces parte de la experiencia del pasado de nuestro país, de los procesos creativos que han movilizado la realidad vivenciada; para pretender -en otra temporalidad ahora- incidir desde flancos semejantes.

Las series de pinturas de Miroslav de la Torre de los últimos dos años (2016-2017) consideran al expresionismo abstracto, el bad painting, y la nueva figuración como espacio de movimiento, como diálogo factural que expone con su propia crudeza visual, un guiño de realidad constatable. Los cuadros permiten expolear con la sinceridad de una metáfora desgarradora, la denuncia de una anécdota verificable por todos los ojos de una sociedad silenciada. Nada más proscripto que una generación irreverente, que se levanta en la Historia subrepticia, y con su voz, crea un coro de silbidos desacompasados.

Cada pieza de Miroslav es el sueño fraccionado de un aspirante a lo eterno, por eso los títulos hacen alusión a personajes de la literatura, de la Historia de la pintura, de la cultura universal. Los utiliza cual kamikazes, son el escuadrón de avanzada de una idea claramente apócrifa, alterna a toda parcialidad confesable, pues nada más ruidoso que sus personajes en medio de la nada, amontonados sobre lingotes de deseos insatisfechos, de insalubridad, de espacios marginales.

En su obra Las prédicas de Parabacón hay una consistencia ideo-temática que propone, como en el resto de sus pinturas e instalaciones, un despertar del sueño eterno. Como su nombre lo demuestra, otra vez estamos frente al atrio de quien promulga una verdad, ya no estamos en la tierra de Nunca jamás, ya no tenemos a Peter Pan que nos retiene en su mundo idílico. Ahora, frente a la cruel realidad temporal, se nos viene encima este discurso, la prédica de un pastor que promete paraísos insospechados, pero lo cierto es que el puente dimensional ya cerró.

Los colores y la figuración que utiliza el artista en sus últimas series perciben un cambio al llegar a esta pieza, puede sentirse la ironía de quien lo lee, y junto a ella, el espacio de provocación que todo isleño trae consigo bajo la manga. Las prédicas de Parabacón convierte el cómic y el pastiche en sustrato de una imaginación culturalmente intertextual. No podemos observar la pieza y dar la espalda a una generación que ha crecido con la ausencia de figuras oníricas y gurús infantiles, estos autores pertenecen a una lógica de creencia que necesita tres dimensiones.

La producción plástica de Miroslav de la Torre convence a quien la vive, deprime a quien la entiende, reta al demagogo Peter Pan a demostrar su camino al paraíso. Sin máscaras y con la morbosidad de quien disfruta el dolor, sus pinturas e instalaciones vuelven a la visualidad nacional, para decirnos hoy: se acabó la magia Tinkerbell.

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