Stories (ES)

Osley Gil

Provocación de la retina

Por Eva del Llano Rodríguez

El hiperrealismo, o fotorrealismo, se halla entre las preferencias del arte emergente cubano. Desde su llegada a la plástica cubana en los años setenta con figuras como Flavio Garciandía o Rogelio López Marín (Gory), ha formado parte del universo de lenguajes de nuestra pintura, y en los últimos años se evidencia cierta fuerza en el escenario artístico. Cada creador focaliza inquietudes y temáticas a su parecer; pero sin lugar a dudas es una expresión recurrente. El quehacer del artista cubano Osley Gil es uno de los ejemplos que lo verifica.

Su obra se centra en el retrato y la naturaleza muerta, por lo general en grandes formatos, aunque no descarta las pequeñas dimensiones. Con sus representaciones pretende sugerir historias a partir de las formas y la atmósfera que generan. Se detiene en la apariencia de los objetos, intenta apresarlos en su exterioridad e invita a deleitarse con sus superficies. Lejos del lenguaje pictórico gestual y expresionista; el hiperrealismo implica un detenimiento, una ejecutoria preciosista. Aquel busca liberar la forma, el hiperrealismo la encierra.

El proceso creativo implica a la fotografía como mediadora, que captura el instante preferido para luego ser desarmado –pienso en las técnicas de representación– y vuelto a armar en otros términos, otro soporte, otros materiales. Asimismo, el tiempo que demora realizar un trabajo de esta clase determina una relación distinta del artista con su obra. Las horas frente al lienzo para cuidar los detalles, los colores, las texturas, la iluminación, a razón de lograr la mayor mímesis posible, suponen un proceso racional y pausado. Lo que no significa que el resultado final no interpele emocionalmente. 

Su obra Meditación muestra una escultura de busto de una mujer. Esta se encuentra sobre una mesa, situada a un extremo y contemplando el espacio desocupado. Se crea un ambiente inquietante por la evocación del vacío y su carácter inanimado. Resulta curioso cómo la imagen se halla en diferentes planos; es decir, se trata de una escultura fotografiada, luego llevada a la pintura. Quizás ese sentido –de “profundidad de la imagen” le podemos decir– acentúe el carácter introspectivo que implica el acto de meditar. 

Otra de sus naturalezas muertas nos presenta unos pantalones jeans con una camisa, colgados de un perchero. Ahora se interesa por la simulación pictórica de textiles diferentes y la representación de objetos que por ser parte de la cotidianidad pasan inadvertidos, pero el artista los captura y llama la atención sobre ellos: los devuelve en otra sustancia, en grandes dimensiones y como producto de un pensamiento plástico. La disposición como centro de una obra pictórica rompe la ligereza de lo cotidiano y realza los valores plásticos del textil. Además se trata de otra manera de representación del sujeto a partir de su atuendo. Resulta paradójico que dedique un lienzo a la representación de vestuario, cuando en la mayoría de sus obras se sugiere desnudez.

El sujeto femenino es el protagonista de sus retratos. La representación de la mujer, congénita de la Historia del Arte, seduce al creador una vez más. Osley escoge específicamente sus rostros, habitualmente en plano medio –me remito al lenguaje fotográfico–. Se percibe el vínculo con la estética de la fotografía de estudio, por el fondo neutro y la iluminación. Además, trabaja con diferentes modelos, las cuales siempre dirigen su mirada al espectador.

Así, tenemos piezas como La Suno, de pequeño formato, que presenta un primer plano de un rostro en monocromía azul grisácea, donde los ojos generan la mayor intensidad expresiva e interpelan al espectador con notorio magnetismo. El cuidado en su representación es evidente y la importancia que le otorga el artista al poder comunicativo de la mirada.

En Vida la modelo lleva en la frente dicha palabra en color rojo, el mismo tono y textura de su labial. Se crea una relación de semejanza que sugiere la referencia a determinados rasgos de la identidad de la mujer, la conectada a la reproducción como origen de la vida y la sensualidad y el atractivo femeninos. 

Así pasa en la pieza Niña; sin embargo esta vez el estado anímico cambia y sus ojos irradian una mezcla de seriedad y candidez. Por demás, resulta curioso el efecto de luces y sombras que aparece en esta obra, donde la fuente de iluminación se traslada y funciona como un elemento de unicidad para la pieza. Ambas obras tienen una visualidad similar, donde la limpieza del fondo refuerza la atención sobre el sujeto retratado, y el espectador agudo puede detenerse e intuir rasgos de su personalidad.

Definitivamente, la inquietud formal toma partida como la motivación inicial de Osley. Luego, impredecible, intuitiva y caótica, la recepción fluye y se monta en cavilaciones posibles.  El artista provoca –primero nuestra retina–, y el espectador es libre de construir su propia historia.

Osley Gil
Osley Gil
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