Stories (ES)

Ruslan Torres

La invisible levedad de ser

Por Ramón Cabrera Salort

La obra de Julio Ruslán Torres Leyva exhibe una singular coherencia dentro de la joven plástica cubana de hoy. Una coherencia que devela la experiencia de un espíritu ascético, se manifiesta desde sus años de formación experimental en las aulas de la facultad de Artes Plásticas del Instituto Superior de Arte hasta nuestros días. Ya desde esos tiempos lo que desplegaba en sus obras pictóricas, en sus instalaciones, en sus grabados, sus fotos y dibujos, más que lo originado en los intertextos de otros discursos visuales –que los había: Hans Haacke, Peter Halley y otros-, se hallaba transitando por una experiencia vital de límite y poder, también vivida desde lecturas que lo avivaban y que rizomáticamente crecieron en el tiempo con nombres como los de Michel Foucault, John Dewey, Jacobo Levi Moreno, Enrique Pichon-Rivière y Humberto Maturana.

Una obra que nació pensada llega hasta nuestros días con las evidencias de quien primero vivió como taller la biblioteca y como lienzo las páginas cogitantes de los autores citados. Últimamente, Isaac Joseph, y en especial Erving Goofman desde la microsociología, lo animan, lo imantan, azuzan ese ámbito de morfologías geométricas que se dejan ver como si fuesen las experiencias formales de un calvinista del arte como Mondrian y que, empero, surgieron de la vivencia del límite –no siempre advertido- en el espacio indistinto y común de residencias estudiantiles, de un poblado del interior del país extraviado en los mapas, también en las evidencias burocráticas de una planilla, de un sello, de un número de clasificación o de una cuadrícula, registros documentales que cobran la verdadera autoridad de lo real. Piensa, entonces, las relaciones geométricas como relaciones de poder y la primera plana de un periódico oficial la lee hoy como quien revela nuevas noticias desde esa mirada reticulada para hacer mundos.

Somos así los invitados de un gesto, de un trazo que se hace creer libre, cuando apenas resulta todo de la actuación de un drama escrito, dibujado y legislado siempre por otros: las circunstancias, la política, la institución arte, provenir de las provincias, de una isla, sentirse a-isla-do, ser una partícula, un agregado, un átomo a expensas de un campo de fuerzas y, a la par, quedarse sumido en la ciega perplejidad de lo que somos junto a otros, otros que pueden ser el artista, yo o quien nos lea.

La obra de Ruslán Torres parece una experiencia datada, marcada y es más una huella abierta en nuestra invisible levedad de ser.

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