Stories (ES)

Carlos René Aguilera

La sutil elocuencia del sosiego

Por Estela Ferrer

Tiempo hace ya desde que el rugir de los osos y las formas gráciles de sus personajes nos seducen, conduciéndonos a un universo pictórico que piensa la identidad latinoamericana desde otra perspectiva, la analiza, la pone entre paréntesis, la complejiza. Todas estas cavilaciones nos asaltan cuando estamos frente a las piezas del artista Carlos René Aguilera Tamayo (Santiago de Cuba, 1965). Un artista cuya familia propició su acercamiento al arte desde temprana edad y que formó parte de la renovación que se produce en la década de los 80. Es la suya una producción que se ha centrado en las utopías humanas, con especial atención al tema del éxodo, abordado desde su propio tamiz. 

Una emigración, vista desde los nexos espaciales y temporales, desde un juego que quiebra la continuidad histórica, de modo tal que se construyen escenarios irreales. Siguiendo esta temática, el oso polar ha devenido centro de su poética como elemento que resume de todas las entropías. El oso polar constituye la mayor declaración de su postura artística, representa los universos personales, su desapego de estéticas grupales, la unión entre la tradición y la contemporaneidad. 

Tradicionalmente la migración ha sido abordada en el mar externo a la isla, pero Aguilera lo coloca en un escenario de riesgo y lucha del lado interior, idea que surgió al parangonar las extensiones de caña de azúcar sembradas en Cuba con el mar real. El mar interior, proporciona un escenario, el hombre del campo un actor y el surfing una gestualidad interesante y sutil. 

Campesinos y representaciones clásicas conviven con el oso anulando la barrera temporal, más bien la dilatan sin temor alguno. Los presenta de acuerdo a su percepción del universo en que se mueve y existe, que tiene una clara influencia de las teorías de la complejidad, la física cuántica y la teoría de las cuerdas, los enfoques más actuales de la biología, entre otras.

Son creaciones que se definen por la capacidad germinativa del artista, al centrarse en los misterios del futuro, en adentrarse en la incertidumbre y desde ahí aventurar escenas y reflexiones sobre el éxodo, el territorio, la identidad, la memoria y los sueños.

Estas expresiones visuales dan muestra de la hibridación cultural, típica de la cultura cubana que defiende desde 1989, cuando se encontraba desarrollando su ejercicio de graduación del Instituto Superior de Arte. Carlos apuesta por un constante choque de protagonistas y contextos, por un paisaje pictórico donde se dan cita los más plurales personajes y que encuentran en lo literario un complemento crucial. 

El componente narrativo de su quehacer es innegable. No sólo por los diversos parajes de la geografía caribeña donde nos encontramos los osos, sino por los propios elementos que pueblan los lienzos como las torres. Las torres constituyen un símbolo del coraje y el atrevimiento de los hombres que retan a lo divino, que quieren conquistar las nubes.

Ya sea la Babel o la de Pissa, son para él como una idea onírica, antigua. Los osos polares en el trópico son un absurdo que disfruta, como modo de colocar y dar paso a la utopía que es para él la cultura latinoamericana. Una cultura cambiante, que ha tomado de tantas metrópolis, que se permea de los estilos de las grandes capitales de Occidente y que, por momentos, a pesar de sus características típicas, se viste de las ajenas.

Así con mucha naturalidad puede haber un artefacto en medio de un cañaveral, cuestionamientos sobre el mapa mundis y la filosofía, campesinos surfeando oscuros laberintos u osos en medio de maquinarias. Jean-Paul Marat puede convivir con un rojo beso o llevado a una pagoda, no hay límites en ese universo de maravillas que teje el artista llevado por una cuota inagotable de matiz surrealista. Los tonos fríos y cálidos se encuentran y, en ocasiones, prefiere simplemente que predominen el blanco, el negro y algunos matices tierra, sobre todo en los cuadros del surf. La luz está muy concentrada, de modo que la escena cobra mayor vitalidad sin perder su contenido lúdrico. 

La representación femenina aparece en ocasiones como personaje sumido en todos los laberintos. Sujeta también a cuerdas y convencionalismos, a espirales que se encuentran dispuestas por todo el lienzo para hablar de procesos sociales, de contradicciones. El gran tema de su obra son los problemas humanos ya que es inherente a su arte una preocupación por lo social que sin dejar de tener como punto de partida su presente histórico, ha trascendido los localismos y abrazado cuestiones universales. 

Aguilera nos transporta a estaciones de la existencia, como si fuéramos pasajeros de un largo tren con muchos vagones. Abre para nosotros un bosque de cañas, como si de un mar se tratase incluye las tablas, pero no es un surfing citadino, sino al interior de cada uno de sus personajes. Sus alteraciones de espacio-tiempo son argucias para llamar la atención y provocar una reflexión, provocar una mirada más atenta a través del absurdo. Ensayo hedonista, una pieza de su segunda muestra personal realizada en Cuba ya avizoraba que su postura podía incitar si a un disfrute retiniano, pero que había argucia, tropo y enigma. Hoy, a 27 años de ese suceso su artífice continúa provocándonos el vértigo con la sutil elocuencia del sosiego.

Carlos René Aguilera
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