Paisajes humanos
Por Eva del Llano Rodríguez
La ciudad, como contexto significante de la experiencia humana, discursa sobre la propia vida; es un tejido complejo que se redefine constantemente; también así, las visiones que de ella se elaboran. A Javier Barreiro le interesa observar su entorno, las imágenes que se repiten día a día, el sentir de lo público cotidiano. En algunas obras muestra la ciudad desde dentro: las calles, los charcos de agua, niños jugando, la entrada de luz que ilumina los muros en la tarde, los basureros, los postes de luz, los bicicleteros, la vista del Capitolio (no en su habitual apariencia turística, sino desde cualquier calle del interior de La Habana Vieja). En otras piezas su enfoque se aleja, comienza a interesarse por la mirada distante del paisaje urbano, en algunos casos desde su vista en San Miguel del Padrón. Lo capta en tono expresionista, como espectáculo de pinceladas de color abigarradas. No es su interés una representación denotativa del paisaje, sino en tanto imagen que interpreta la realidad.
La representación como multitud y superposición en el espacio indica un modo de vida. Refiere un entorno particular, donde lo urbano crece guiado por la precariedad y adopta una forma de supervivencia. El solar una de sus obras donde se aprecia la acumulación de casas y edificios en un panorama de trazos de color gris, donde destacan zonas amarillentas. Desde el título pensamos en un tipo de habitabilidad que abunda en nuestro país, los llamados solares, ciudadelas o cuarterías donde el hacinamiento y la carestía son constantes. Tal condición no solo interpela a nuestro contexto, también su existencia y padecimiento se extiende como problema social de la pobreza en el mundo. Las zonas acentuadas, además de otorgar belleza a la composición, pueden antojarse como emulación de la luz solar. Cierto intercambio de sentidos se produce entre el nombre para denominar el espacio hacinado y el clima cálido asociado a ese ámbito de precariedad.
La imagen muestra un paisaje urbano, pero la fuerza de la obra cala más profundo. Como rasgos que se repiten podemos identificar la aglomeración y la diversidad de elementos. A manera de símil entre las casas y los cuerpos de los individuos que allí habitan, la multitud de moradas refleja una dinámica de vida heterogénea y compleja.
Marea gris transmite un impulso visual por el predominio del color referido. Desde la práctica vivencial de nuestra ciudad, pudiera leerse como un llamamiento a la apariencia deslucida del paisaje urbano, a la austeridad de la arquitectura que privilegia la funcionalidad ruda y descuida la estética. En una línea similar se encuentra Ruinas, donde se advierte un paralelismo de regusto punzante entre el estado lastimoso del rostro de la urbe y las ruinas grecorromanas. Nos hace pensar en el pasado, en lo que fuimos, en la belleza de nuestra arquitectura y de nuestra vida urbana que se ha perdido aceleradamente por la desidia de la autoridad. Como la arquitectura grecorromana, una vez viva; nuestra ciudad, viva aún, va quedando en ruinas.
Lo político, inseparable de lo social, también vibra en las propuestas del artista. Obra ilegal, de la serie Esto podría haber sido otra cosa se vale del lenguaje expresionista que linda con lo abstracto para mostrar un contexto de formas indefinidas. De esa manera hurga en la condición de ilegalidad, la cual presentada desde la representación abstracta, insiste en su tamiz subjetivo. Como se aprecia, lo único identificable es la bandera, el resto es impreciso. Con ello cuestiona la ilegalidad desde la imagen de la bandera como referencia a un contexto en el que resulta polémica su representación. ¿Si se re-presenta no se está concediendo su importancia y la necesidad de pensarla desde el presente? Una serie de interrogantes pueden emerger de la tensión entre ilegalidad/censura y libertad, valor inaugural enarbolado por esa pieza de tela de tres colores que nos identifica como nación.
La frase Podría haber sido otra cosa como reflexión transmite un estado de decepción ante la realidad; pero a la vez es una apertura a la posibilidad y a la voluntad de cambio, a revolucionar la quietud de la representación, y a comenzar por la potencialidad de lo abstracto, que se puede convertir en otra cosa.
La cotidianidad necesita ir acompañada de una conciencia de los entramados políticos en los que participamos y que nos determinan como individuos en un ámbito social. El examen que hace Javier Barreiro de su entorno canaliza esas preocupaciones. La ciudad le sirve como motivo de discurso: la imagen que proyecta de ella activa sentidos que exceden lo arquitectónico y llegan al terreno de la vida misma.