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Katia Leyva

A la distancia de un beso

Por Katia Leyva

Mirar fijo a alguien implica una violación de su espacio vital, una intromisión en su privacidad, un uso irrespetuoso de un terreno ajeno que, en salvadas ocasiones y si se nos otorga la bondad de la reciprocidad, podemos llamar comunicación. Este es un fenómeno al que nos vemos expuestos la mayor parte del tiempo, que sucede en el devenir cotidiano del día, de la semana, de los meses, de la vida.

Pero este, en ocasiones romántico, asalto no siempre resulta bienaventurado y mucho menos agradable, sobre todo cuando nos vemos asediados, voluntaria o involuntariamente, en espacios públicos (cerrados o abiertos) en los que se acumula personal. Cada vez que la concentración de personas genera tumulto, nos encontramos un espacio plural en el que se tensiona al límite el individual, por lo que se hace más propensa la violación territorial; ya no necesariamente del orden físico, según son dadas las circunstancias, sino en el campo visual.

Todo ser humano necesita cierto espacio y cierta distancia de sus semejantes. Entre unos y otros se hace imprescindible un volumen de aire suficiente, de modo que se permitan ver libremente, sin bloquearse sus perspectivas visuales, inmiscuirse en las ajenas o ser asediados por ellas. En ocasiones el uso que hacemos del espacio (propio o ajeno) nos puede afectar en gran medida el drama cotidiano de las relaciones sociales.

A menudo tratamos de impedir que la gente entre en nuestro territorio, marcándolo -cual corresponde a todo bicho humano que se respete- como “nuestro”. Cuando alguien invade un territorio ajeno se evidencia un aumento de excitación fisiológica del “propietario”, lo que se puede comprobar con la simple observación.

Tanto la mirada como la mirada recíproca, generan o determinan una distancia psicológica que aumenta o disminuye según aumente o disminuya la distancia física y/o el campo visual de los actores en cada caso determinado. A partir de esta fórmula general se deducen ciertos patrones (la distancia física equivale a la amplitud del campo visual y es inversamente proporcional a la distancia psicológica; o por el contrario puede ser directamente proporcional y no equivaler al campo visual, etc.); pero son muchas posibilidades las que se generan de estas variables, eso sin tener en cuenta otros factores circunstanciales, sociológicos, psicológicos y temporales diversos que pueden influir determinantemente en cada caso. Los ejemplos pueden ser infinitos.

Este universo de lo visual psico-sociológico -más allá de todas las determinantes de los estudios científicos y los pormenores tecnicistas- resulta ser, básicamente, el leiv motiv de mi trabajo. Las series de obras que componen esta propuesta se basan esencial y específicamente en el fenómeno de la violencia visual en el territorio intervenido, dicho de otra forma, en la serialidad y abarrotamiento de las miradas que se generan en los espacios públicos.

Cuando hablo de miradas me refiero “a la conducta relativa, al modo de ver que tiene un individuo, que puede o no reflejarse, también, en la otra persona…”, al intercambio visual recíproco y no, “a la situación en que dos o más interactuantes se observan entre sí”, generalmente centrando la atención en el rostro.

Esta suerte de ojo con ojo intenta sintetizar estas ideas sobre las miradas múltiples, las perspectivas múltiples y los múltiples espacios superpoblados, en imágenes pictóricas. Diversas composiciones que, a partir de elementos gráficos que simbolizan defectos, enfermedades, mecanismos y comportamientos visuales, aluden al acto de mirar masivamente a corta distancia.

Son imágenes visualmente agradables -incluso bellas- que esquematizan y visualizan el continuo ajetreo de las miradas en su viajar de un lado a otro tras imágenes siempre cambiantes y renovadas, llenas de confluencias y divergencias.

En ocasiones nos preguntamos qué sucede cuando abrimos los ojos, cómo se realiza la magia de ver. Pero el caso es que vemos -simples mortales- sin importarnos lo que hay detrás de ese proceso, estamos acostumbrados, y dejamos que nuestro sistema perceptivo elabore con su inteligencia nuestro universo visual.

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