Stories (ES)

Máximo Caminero

Del caos pictórico a la degustación poética

Por Yenny Hernández Valdés

Entre líneas, colores, empastes, texturas… todo aparece como entremezclado, caótico, vivaz. Todo se nos revela en pleno gesto poético, sensorial, retiniano, degustable. Todo parece volcarse en emoción desenfrenada, a golpe de impacto visual, de amasijo pictórico. De esta manera el pintor, dibujante, gestor cultural y escritor dominicano radicado en West Palm Beach, Máximo Caminero (República Dominicana, 1962) “escribe” su propia historia creativa de su paso por el curioso e intrigante universo artístico, dentro del cual su historia con la pintura ha venido madurando a lo largo de los años. 

Máximo Caminero nos ofrece una producción simbólica cargada de emoción y textura poética; invita a adentrarnos en un universo colmado de líneas y colores mixturados, de brochazos y lienzos apareados pasionalmente, quizás intempestivamente también. El impulso pictórico apreciable en sus superficies plásticas y la gracia exquisita de pinceladas delirantes, me conducen a ver en su producción una pintura gestual y poética capaz de generar emoción, de impactar en la retina desde una voluntad plástica desenfadada y consciente.

Su sensibilidad, volcada en su acción plástica –que no es la única en tanto Máximo traduce en escritura sus “latidos”, como mismo él refiere– se metaforiza en lo existencial del sujeto, en su paso por este mundo caótico y sublime al unísono. No obstante, su discurso no pretende anclarse –al menos para mí– en el regodeo filosófico-antropológico del ser humano contemporáneo. Caminero parte de su experiencia vital, de la sensibilidad existencial inherente que, como sujetos, comportamos, para entonces traducir todo ello en clave pictórica con dosis de experimentación formal y un manifiesto interés por el proceso creativo. 

Sin dudas, cuando nos acercamos a la obra de Caminero, puede advertirse que es un artista avezado en la pericia técnica y en la praxis y dominio del medio que asume. Consecuencia esta de una operatoria técnica que cuenta ya con años de experiencia y, por ende, de maduración conceptual también. De este modo, nos ofrece sus “reflexiones plásticas” que detonan cual efecto caleidoscopio. Me explico: un efecto retiniano y psíquico que tiende a una introspección inquietante. Dejarse seducir por el torbellino de formas y líneas de Caminero puede conducirnos a una suerte de limbo aderezado de este efecto caleidoscópico en el que, además de impregnarle su emoción procesual y su visión artística, también nos brinda la posibilidad de volcar nosotros esa sensibilidad que despierta el arte en el ser humano.

Sin dudas, el lirismo se hace manifiesto en sus obras, y tantea una subjetividad colmada de emociones, de sentimientos, de recuerdos, de cuestionamientos… Sus entornos pictóricos se diagraman a partir de elementos formales –que en ocasiones se tornan recurrentes en sus obras–, de zonas planas de color y también de áreas empastadas: elementos todos que articulan la composición final en un alarde de expresividad sublime. 

Precisamente, esa diagramación de “paisajes oníricos”, si se quiere, que por momentos se nos presenta espontánea en su visualidad, dotan a la obra de un halo poético y degustable. Y me refiero a “paisajes” en la obra de Máximo Caminero en el sentido metafórico de la creatividad suya de “espacios raros”, entornos plásticos que se deslindan de cualquier atadura clasificatoria en términos estéticos. Y es que, ciertamente, la obra artística de Caminero se torna inquietante en tanto no podemos –o no debemos, para no pecar de ingenuos–, enmarcarla en una u otra estética, estilo o lenguaje.  

Si nos detenemos a pensar en lo “abstracto” tal cual, debemos hacerlo comprendiéndolo a partir de un análisis transversal que supera los manidos pensamientos que incurren en el arte no-figurativo, para acceder entonces a una reflexión simbólica y epistemológica que parte de una interpretación de la(su) realidad que no se nos revela per sé, sino tamizada por un imaginario formal que habita en lo no-común, en lo simbólico de un lenguaje amplio y diverso.

Por tanto, la obra de Máximo Caminero no llega a ser totalmente abstracta en tanto se nos disponen, a veces y de manera muy inteligente, elementos figurativos en toda su explícita visualidad. Y es que en la trayectoria de este artista nos topamos con una producción vasta y variada en resultantes plásticas: desde obras con cierto aire minimalista que me transportan a los lienzos de Joan Miró, hasta otras un poco más abigarradas de formas cubistas cual up to date picassiano y gala de un horror vacui caribeño, hasta obras cuasi volumétricas por el empaste y la solución expresionista con ciertos aires estéticos bebedores, quizás, de la poética de Lam. Son todas obras que oscilan entre lo experimental y lo emotivo, que no requiere de clasificaciones ni determinismos estilísticos, que develan estados de su creador y que resultan en una consecución oxigenante para quien observa. 

Esa diversidad pictórica nos lleva a un estado de goce que se debate entre lo sosegado y lo impetuoso, entre lo indefinible y lo preciso: un estado que encuentra su génesis en el artista mismo que genera su obra. A fin de cuentas, la obra de Máximo Caminero desprende una voluntad de disfrute por esa dinámica en continuum de la acción plástica más que por el resultado final de la obra misma. Se advierte en el trasfondo de esas pinceladas delirantes la espontaneidad y el impulso gestual suyo: degustable y admirable.

Máximo Caminero
Máximo Caminero
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