Stories (ES)

Vladimir Iglesias

Ante la incertidumbre, el paisaje

Por Liannys Lisset Peña Rodríguez

A Vladimir Iglesias no le interesa definir su relación con el paisaje para atraparlo; aún cuando le parece insondable, no se apropia de sus imágenes porque no sea capaz de nombrarle. Hace suya esa apariencia “proyecto de realismo ingenuo” que dijera Severo Sarduy (…) sutilmente detona el caos, convoca el azar, insiste en lo imperceptible. Aprovecha esa visión tradicional del paisaje para reinventarlo con la certeza y la duda de quien gesta una primicia. 

Prefiere hacer de este el colofón de una pintura plagada de hipótesis, necesitada de análisis constante. Tras el protagonismo estético, que a primera vista disimula un plano habitual: apariencia clasicista, perfección representativa, orden, medida, proporción, totalidad, armonía, claridad, sencillez; la atención se desplaza al nivel intertextual; donde surge la verdadera escena y con ella la certeza de que no estamos ante un paisaje, sino de una realidad que subyace bajo la apariencia de lo real. La aparición de un iceberg en medio del Caribe, (La profecía), una sombra duplicada (Reverencia, alma de Cuba) el reflejo en el agua de una revelación imaginada (Tangram #1. Left o Right), nos lleva a la pregunta ¿y sí? aquella que formuló Anthony Boucher, cuando quiso definir el sentido de la ciencia ficción y que nos acompañará durante todo el relato que pretende contarnos el artista. 

La pintura ordena sus afectos, en el proceso íntimo del paisaje. El acto pictórico se expande en pos de la representación de la idea; sin embargo su intención es llevar al límite la expresión física, para generar un resultado intelectivo, para ello disfraza la imagen, acude al simulacro de lo visto y lo pintado, resignifica a través de los usos simbólicos, el lenguaje plástico intencionado de las escenas: aún cuando estamos ante el principio de la incertidumbre, nada pertenece al azar.

El espacio bidimensional “cuasi obligatorio” de lo pictórico es manipulado; superar sus límites se vuelve obsesión, llegando a incursionar en el origami, uno más de sus intentos de “poner en vilo” a la pintura, al extralimitar sus márgenes, cuestionar su naturaleza. Introduce la figura del Tangram con sus múltiples movimientos, una zona del montaje que fue experimental hasta que la hizo suya, en la que la representación figurativa del paisaje se deconstruye; da paso a múltiples formas de percepción de la escena. Una realidad imprevisible, capaz de promover fascinantes posibilidades de tránsito y movilidad, como uno de los principios que introduce en su campo de experimentación.

Se refuerza en dos acepciones, eso “pintoresco” que reconoce Addison; ambas parecen entrelazadas: una se refiere a las anteriores cualidades pictórico-formales, la otra a aquella visión de la naturaleza que por sus cualidades ha sido representada, y que vendrá caracterizada por su novedad, singularidad, variedad o extrañeza.

La luz que persiste en las aguas, los colores, el cielo, crean ese oxímoron entre la contemplación y el verdadero simulacro; el sosiego y la respuesta simbólica, la quietud y el mundo “aparente de sus imágenes”.  

Es a través del paisaje/objeto y el arte/vínculo que el sujeto se representará. Los elementos están intencionados en cada proceso: ideas que surgen como flash, se materializan a posteriori en imágenes como conjuntos de intenciones superpuestas. En ellas persiste la manipulación de la escena e incluso del género paisajístico, al establecer una alianza armónica entre naturaleza y subconsciente; pero a la vez el contraste entre lo imaginado-intelectivo hace que ante estas participemos de una nueva contemplación de la belleza.

Percibimos el placer estético de la mímesis como resultado de la conexión entre las cualidades, cada vez más emergentes de lo pintoresco, unido a lo sublime. Tamizado por la intención del artista que relaciona estas esferas en un nivel determinado de la experiencia, como un sistema de vasos comunicantes. 

Una vez vistas es imposible encasillar a este artista bajo un término que limite sus intereses, es no admitir cuanto transgrede y evoluciona el recurso temático/visual en su pintura: Multiversos (El valle y la sombra), la inmigración, (Luz y esperanza), la ecología, el misticismo histórico-religioso (La profecía). Técnicamente no necesita agasajarse en el oficio, su sentido depurado solo es un reto: contraponer su realidad, entre lo representado y lo advertido, intercalar las nociones de lo cuántico a lo real: la ciencia de especular en otras zonas de existencia alternativas a la nuestra. Puede que quizás con la esperanza de evadir lo devastador de la circunstancia: el individuo destruye lo que desconoce. 

La obra de Vladimir Iglesias lleva en sí la “irrecusable sensación de la paradoja”, nos ofrece dos opciones: adherirnos o insatisfechos representarnos de manera más inteligible lo que la imagen que tenemos ante nosotros parece esconder. Todo a través de la pintura, esa que renace cada vez que alguien la vuelve a mirar, cuya presencia se mide en las veces que resurge ante la mayoría de los intentos de novedad, en estos tiempos de la imagen reinventada; cuya persistencia opera cada vez que puede ser observada de otra manera.

Vladimir Iglesias
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