La deriva existencial del hombre
Por Yenny Hernández Valdés
Ellos no saben a dónde se dirigen, ni siquiera saben que están en el camino. Y yo me acerco y les digo “sigue andando porque tu camino ya es”. Confía, confía, confía…1
El hombre gregario, el poder omnipresente, la monumentalidad arquitectónica, la masividad extraviada, la búsqueda constante de un estado mejor y superior, una atmósfera lúgubre, dramática, de matiz escenográfico y con añadiduras textuales, resultan algunos de los elementos constantes en la obra del artista cubano, radicado en Madrid, Gustavo Díaz Sosa. El gran leitmotiv de su trayectoria ha sido intentar dar respuestas, en clave estética, a tres grandes cuestiones que han trascendido a la Humanidad: ¿quiénes somos? ¿de dónde venimos? y ¿hacia dónde vamos?
A partir de estos cuestionamientos, la obra de Gustavo se nos revela como una reflexión personal y poética sobre el estado actual del sujeto en la sociedad moderna. Sus personajes son una representación de la Humanidad toda, sin rostros, sin identidades, que vagan por doquier como ovejas de un rebaño, desconcertados dentro de sus propias percepciones, acorralados entre muros, escaleras y enormes espacios limítrofes. Su obra viene a ser una parábola sobre la pérdida de la identidad del hombre, quien busca salvarse o sobrevivir a ese estado pasmoso y hastiado sin percatarse que el camino a seguir está en él mismo, en su interior, en su esencia como sujeto.
Como es arriba es abajo. Como es dentro es fuera. Busca en tu interior…
Las pinturas de Gustavo Díaz Sosa son una proyección poética de nuestro presente y futuro más inmediato, a la luz de los tiempos modernos. Como ciegos, desorientados, de manera gregaria y caprichosa, esos hombrecitos negros caminan sin un rumbo definido. Parecen títeres operados por un poder superior que los obliga a moldearse a su antojo, a sus estructuras inmóviles y a sus leyes inquebrantables. El poder encuentra su paralelismo en las moles arquitectónicas que se elevan, macizas, laberínticas. El artista presenta aquí una sociedad a la deriva, anónima y desesperada ante la incertidumbre que la agobia por no ser ya consciente de sí misma, por no poder controlar su propio devenir, y por dejarse sacudir cual marioneta por un sistema superior, tóxico y atento a mantener a raya al rebaño que somete (113: Serie Huérfanos de Babel, 2019). Se advierte en estas piezas una atmósfera de vacío, una soledad apabullante que empequeñece aún más a estos personajes anodinos. Hay un contraste entre el vacío sepulcral de determinados planos con el sujeto indefenso y minúsculo que aparece y desafía a la inmensidad que lo domina. Intento fallido en ese enfrentamiento.
El hombre queda miniaturizado ante esas grandes estructuras de concreto inacabadas que, vistas en contrapicado, se elevan de forma monumental (129: Serie Wrong way to Heaven, 2019). Esto revela una idea de continuidad truncada, un sueño frustrado del hombre por pretender alcanzar a Dios o ese estado divino que representa simbólicamente el origen de todo. Nuevamente, intento fallido.
Por otra parte, la arquitectura siempre ha comportado en su esencia el lenguaje divino de la Creación. Recuérdese que este arte se eleva hacia el cielo y perdura en el tiempo. Pero, la grandilocuencia de la arquitectura ha sido también motivo de dominación de los más poderosos sobre los más desfavorecidos. Esa dualidad encuentra fundamento conceptual y semiótico en la obra de este artista. Los sistemas arquitectónicos a los que nos remite presentan esa duplicidad que oscila entre lo divino y lo carcelario. Lo divino en tanto idea de ascensión hacia un estado glorioso. Piénsese que la urbe contemporánea se erige sobre fundamentos ideológicos, políticos y sociales que proyectan una visión de crecimiento, de elevación y de riqueza. Todo el entramado citadino se proyecta desde y hacia la búsqueda cada vez de la superioridad, siempre en ascensión.
En contraste, lo carcelario pone en evidencia aquí la vulnerabilidad del sujeto actual. El artista perturba el sentido tradicional de arquitectura y ciudad como espacios de convivencias armónicos, para hacer énfasis en la incertidumbre y fragilidad del hombre de hoy en el entorno en el que se desarrolla y relaciona (157: Serie Wrong way to Heaven, 2020). Nos hace partícipes de un comportamiento errático, de pérdida y desolación del hombre con su propio medio y con sus semejantes. Nos hace entender cómo la incomunicación, la alienación y el automatismo se imponen, cuales condiciones de aparente naturalidad, en una sociedad paradójicamente hipercomunicada. Estos hombrecitos disgregados que vemos en las obras de Gustavo deambulan en una suerte de limbo existencial buscando algo más allá de su posibilidad material de alcance. Encauzan una búsqueda atormentadora, de manera inversa y hacia afuera, cuando, en realidad, ese camino debe construirse hacia dentro, hacia el interior de uno mismo.
Hay tantos caminos para llegar a la verdad como almas sobre la Tierra, pero Verdad solo hay Una…
Ciertamente, la obra de Gustavo Díaz Sosa ha madurado en la misma medida en que él, como artista, también ha crecido. Su trabajo ha transcurrido por varios procesos de maduración técnica y conceptual; y en él se advierte una alta dosis autobiográfica, repleta de reflexiones suyas volcadas sobre el soporte. En sus obras iniciales la arquitectura es protagónica dentro de la composición, con un interés muy particular en los templos y ruinas clásicas, y en los espacios cerrados sin representación de figuras humanas (Serie Tiempos entre silencios pictóricos, 2000-2004). Posteriormente, evolucionó hacia una etapa en la que comenzó a cobrar relevancia la masa humana. En esas obras se siente una connotación social muy marcada, la condición autobiográfica se hace potente y se suman ciertos matices satíricos y reflexivos que dan como resultado una pintura metafísica más cerrada (63: Serie De Burócratas y Padrinos, 2016).
En ese proceso de maduración, el artista ha llegado más allá en la representación de estructuras arquitectónicas compactas, para abrirse hacia la espacialidad compositiva. Ahora, contrasta interiores y exteriores en los que el sujeto continúa aturdido en ese andar atónito y propone obras que llegan a un estadío de mayor fuerza existencial (143: Serie Como es Arriba, es Abajo, 2018). Se advierte un trasfondo filosófico y de misticismo que nos revela, cada vez, ese gran leitmotiv que mueve la obra de Gustavo. Pero, lo cierto es que no hay respuestas fáciles ni rápidas para explicar ¿quiénes somos? ¿de dónde venimos? ¿a qué aspiramos? ¿por qué y para qué existimos?… No obstante, es necesario formular respuestas, ya sean certeras o erradas, porque es la única manera en que los hombres de esta sociedad actual –líquida como la clasificó Zygmunt Bauman; orwelliana como la de la novela 1984 de Georgel Orwell; o sociedad hipermoderna con pérdida de la conciencia histórica como la definió Gilles Lipovetsky–, seguirán buscando el camino de la verdad.
Existen diversos caminos para llegar a la luz verdadera…
Sin dudas, la obra de Gustavo Díaz Sosa no da cabida a la indiferencia. Y en ello influye también el particular ritual técnico que desarrolla. Es él un artista que gusta de la pintura desenvuelta, accidentada a conciencia. Concibe el soporte como un boceto más de los que conserva en sus cuadernos de trabajo, pero a mayor escala. Pega papel sobre el lienzo, trabaja sobre capas que va creando y accidentando sin un guion técnico cerrado, aplica tintes concentrados, materiales industriales, emplea carboncillos… hasta lograr una estética ruinosa, de tonalidades ocres cual dibujo antiguo y desgastado que ya se ha convertido en una suerte de firma plástica suya muy peculiar.
La obra cobra vida y fuerza de manera espontánea. Gustavo vierte sobre ella, cual inyección artística, esa necesidad de traducir pensamiento y preocupaciones donde el tormento existencial del sujeto es la columna vertebral de su discurso. De ahí ese diálogo armónico y nervioso entre el dibujo y la mancha que da como resultado una reverberación simbólica colmada de referencias propias y heredadas; dígase, la torre de Babel, el caballo de Troya, el totalitarismo de los poderes universales, el mito del origen de todo y de Dios como fuerza divina superior, Kafka, Dante, Anselm Kiefer, la supuesta “desaparición del hombre” que profesó Foucault, y muchísimas más referencias que pululan al interior de sus obras. A todo esto, se suman escritos que redondean los ambientes escenográficos y dramáticos. Palabras o frases forman parte también de su ejercicio artístico, no como añadidura gratuita, sino como respuesta a una necesidad suya por transportar al lienzo, de manera escritural, otras percepciones, análisis, ideas que surgen de manera súbita durante el proceso de creación.
Gustavo Díaz Sosa nos interpela con una obra tan sublime como inquietante. Con ella remueve toda visión complaciente de la realidad para recordarnos que hemos olvidado nuestro origen, nuestro propósito existencial, nuestra identidad vital. Su arte es la manifestación de lo intangible en lo tangible (Statement del artista); es su interpretación poética sobre el transcurrir del sujeto hacia un camino de despertar y de liberación en la sociedad contemporánea. En palabras del propio artista: es la representación de un “neo-renacimiento” de la Humanidad, considerando esto como posible, desde una mirada optimista. Cada obra suya es un pensamiento volcado en tinta y carboncillo que se nos presenta como el punto de partida para nuevas cavilaciones y miradas a las angustias que continúan hoy aquejando al sujeto. Cada obra suya es un juicio sobre nuestra realidad imperiosa que se refuerza en esas frases puntillosas y claves. Su obra genera más consternación que desahogo, provoca más zozobra que júbilo, despierta más preguntas que respuestas. Eso sí, él nos ofrece, desde el arte, un camino para seguir buscando las supuestas verdades sobre ¿quiénes somos? ¿de dónde venimos? y ¿hacia dónde vamos?
Y si has comprendido este mensaje entonces estás en el camino correcto…
- Las frases en cursiva que acompañan este texto son una apropiación de las que aparecen, con caligrafía nerviosa y rápida, en las obras de Gustavo Díaz Sosa. Ellas forman parte esencial del círculo hermenéutico de las piezas y, también, de este texto.