Stories (ES)

Osy Milian

Cápsulas para un reencuentro y aves de paso…

Por Yanet Oviedo Matos

Estamos realmente adentro o afuera, es acaso la duda que ha permanecido inerte marcando por décadas el diálogo y el desarrollo psíquico social de innumerables generaciones de cubanos. Un fenómeno que trasciende el espacio físico, geográfico y pervive en la conciencia como un eslabón perdido de la cadena, del que todos especulan nociones, pero nadie puede hablar de una única certeza. Nostalgia, anhelos, memorias, desencuentros, confluencias infinitas, destinos, desarraigos y apegos, que llegan hasta nuestros días renovados, con nuevos matices y extraordinaria fuerza.

Osy Milian (La Habana, 1992) forma parte de esa generación inquieta que en los 2000 no supo permanecer esquiva. –Ya no somos los mismos– el suelo sigue siendo el de ayer, pero los sentimientos han variado. En aquel entonces, sus imágenes desenfadadas irrumpieron dentro del panorama artístico cubano, la Nueva Pintura que describiría el curador y crítico Píter Ortega en su libro Contra la toxina (2011) la alistaría dentro de un arte emergente que revolucionó el espíritu del momento. La síntesis formal, el dibujo preciso, la selección cromática, el estilo gráfico y planimétrico de influencia pop, se irían conjugando indistintamente en un lenguaje propio que hasta hoy ha distinguido su quehacer. 

Pero el acicate estético es solo el vehículo desde donde intenta escarbar en sus intimidades, en sus miedos y conflictos personales, en un universo contingente que con argucia empatiza al efecto con un sentir generacional. Osy es hija de los avatares de la nueva era, de una nueva ola que se posiciona en la sociedad, reconoce sus conflictos e intereses, asume sin tabúes su sexualidad, cuestiona su identidad y pertenencia. 

Cést Moi Cést Nous (2019), Norte (2020), Los Grises (2021) se le antojan como títulos para sus más recientes puestas en escena. Cada lienzo es una historia de vida, la extensión de una autorreferencialidad que conecta con una experiencia colectiva. Decenas de atractivos retratos femeninos encarnan su respectivo rol con valentía; no temen ir en busca de su verdad e interpelen fríamente al espectador. Cuáles son los rostros que quedaron de la pandemia, –debería escribirla con mayúsculas–, cuántas emociones encontradas, cuánta pérdida y desconcierto, cuántos tonos de grises, bajo qué neblina se tradujo la humanidad, sobrevivió Cuba. Detrás de una cortina de ocres pinceladas, en la penumbra del silencio, se encuentran la mujer de El sofá (2020) y Las comprometidas (2020). Personajes que parecieran inmóviles ante la realidad, que guardasen un secreto común.

El ave o las aves otra vez marcando el territorio de sus lienzos, como una especie de tótem que tiende a acompañar al sujeto, y que a modo de leit motiv, figuran la conciencia del vuelo. El pájaro es la huida, la libertad, el tránsito, el deseo incontrolable de movilidad, simboliza la idea del viaje contenida en el pensamiento; el aquí y el allá que ha marcado el ritmo y las dinámicas de vida en la isla, más aún en los últimos tiempos. En sus pinturas el ave, que es también sinónimo de fragilidad, nunca es la misma, varían en especie o color, como si quisieran balancearnos en sus múltiples relecturas. 

Osy pretende hallar la belleza en medio del caos y selecciona cuidadosamente esos fragmentos de vida con los que recompone un tejido otro a partir de los retazos. Microhistorias preteridas, desplazamientos in-voluntarios, violencia, estancamiento-cambios, se convierten en líneas cruzadas donde el teatro estético completa como estrategia poética un discurso bien agudizado. Motivos extraídos de la cultura japonesa, del anime, íconos americanos, fetiches, una paleta de lúdicos colores vibrantes o pasteles otorgan a sus personajes femeninos un especial atractivo. Cuasi atemporales, estos cuerpos se debaten en la espera de saberse presos de una identidad vacua o sentirse liberados. Como telón de fondo, una textura que nos recuerda los mosaicos y cenefas de casas cubanas decimonónicas y de principios de siglo, se antoja de relleno casual las más de las veces, en un guiño a esa persistencia que nos ata al origen, al perpetuo retorno.

Hay un extraño estatismo en sus lujuriosos cuadros, una inmutabilidad que habita en los objetos, sus personajes, en el ambiente perfectamente controlado, como si aguardaran con premeditación algún suceso que revierta el letargo. Detrás de la necesidad de mantener el supuesto equilibrio se esconde la beligerancia, la impotencia, los ideales reprimidos.

En un eterno resurgir, Osy Milian se desdobla una y otra vez en sus imponentes telas, su voz es la de muchas mujeres que defienden sus derechos, la de millones de jóvenes y adolescentes en situaciones; es el sentir del migrante y del que aspira a serlo, es el pesar de la diáspora que todavía se siente “dentro”. Hay en su obra cierta ingenuidad, una duda en la que todavía existe la esperanza. Pájaro en mano cruza los mares, viene y va dibujando en su cielo una única cartografía, armando en su peregrinar esas cápsulas de disímiles espacios de mundo, que aún en la distancia le sugieren un reencuentro.

Osy Milian
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