Stories (ES)

Carlos Zorrilla

Lo raro ordinario de todos los días

Por Mónica Pérez

No existe algo que fustigue más lenta y dolorosamente al hombre que la perpetuidad de un entorno que no lo complace y en el que se ve obligado a vivir. Las disposiciones ajenas que condicionan su vida o que imponen constructos de los cuales no quiere participar, así como las circunstancias que por fuerza mayor transforman su panorama, generan en el individuo luchas intestinas que, al ebullir, instantáneamente se manifiestan. 

La pintura de Carlos Zorrilla (La Habana, 1988) es uno de esos terrenos donde la combustión interna del artista explota para activar su maquinaria creativa. Y lo hace por medio del color, los empastes, el dibujo solazado entre lo hiperrealista y el desenfado, la luz que transforma, que artificia, las figuras y formas caprichosas… todo tributante a la siempre extrañeza de sus ambientes. Lo raro que percibe el pintor en su cotidianeidad, aquello que considera insólito y, sin embargo, día a día le impacta, encuentra en su obra un escenario ideal para su recreación. Quizá, constituya un recurso para entender el sinsentido desde su naturaleza, o simplemente una forma de atacarlo. 

Búnker (2019) nos muestra una pagoda descontextualizada, sumida en una neutralidad ocre que elimina toda relación con espacio y tiempo. La edificación asiática tan común en el paisaje citadino de esas regiones, nos llega re-significada desde la apropiación y las sutilezas asociativas criollas. Una nueva connotación asume a partir de las posibilidades que, como estereotipo arquitectónico ajeno, ofrece al discurso de Carlos Zorrilla. La estructura hermética que otrora albergara un sentido religioso, ahora se vuelve templo de algo más, algo que se cobija al resguardo de una paredes “carmín intenso” que a pesar de lucir perecederas, la progresiva presión que se genera entre sus tablas, así como la adaptabilidad a movimientos tectónicos, las hace parte de un sistema verdaderamente duradero al tiempo.

La soledad que rodea este búnker, el mutismo casi impuesto que lo vuelve inaccesible, se traspola a los sinuosos pasajes de Tactic (2022). Un laberinto se adueña de toda la superficie de la obra a modo de reto visual. Mientras nuestra vibra infantil nos sumerge en la búsqueda infructuosa de una salida que una vez más se nos oculta, el simbolismo canaliza en otros niveles las inquietudes del artista. Nuevamente el rojo con toda su carga semántica… la hoz y el martillo como punto de partida. El complejo entramado expone sus vergüenzas, deja al descubierto caminos ya prediseñados, obstáculos ya preconcebidos, salidas utópicas. Esas que inducen a las forzadas, las que, como mismo burlan la ilógica perpetuidad de los muros, duelen. Realidades inverosímiles a las que nos enfrentamos diariamente con cierto frío en el estómago y de las que Carlos Zorrilla reflexiona mediante su sincero, virtuoso e inteligente hacer.

Cita con la ausencia (2021) revela una de las más ondas problemáticas que afecta hoy al cubano. Bien sea por escapar del referido laberinto, bien por las secuelas apocalípticas de una pandemia que ha arremetido contra el hombre, la ausencia se ha instaurado legítimamente en nuestras vidas. Dos sillas vacías colocadas en lo que parece una escenografía teatral, acaparan todo el dramatismo de la obra. Sobre ellas una potente luminaria impacta y resalta la condición disfuncional que las condena, su peripatética existencia entregada una vez más al sinsentido. Y en la espera que se vuelve eterna, una columna de fuego amenaza con consumirlo todo, como si desde la metonimia los asientos apuntaran a la condición humana. Ciertamente, se trata de un escenario onírico que nos conmueve, que nos enrola allí donde no parece brillar esperanza ni consuelo alguno. 

Pero si aún en medio de la desolación, nos sorprenden destellos dorados que nos cautivan y nos convencen de su refulgente realidad, es bueno recordar siempre aquello de que “no todo lo que brilla es oro”. El zinc que se disfraza del tan preciado mineral en Delirio (2022) ofrece un escenario simulado, trágicamente risible, donde la momentánea ilusión solo agrava la corrosión que se acumula bajo la farsa ¡Cuán seducibles somos! ¡Cuán tentables y manipulables! Ni en la trabajada lama que yace bajo lo que nos encandila, reparamos. Lo grotesco del terreno aunque continúa siendo visible, ya no importa. En definitiva… los dobleces y paradojas que nos consumen.

Las formas difusas que adquiere el paisaje en esta última obra –parte de la más reciente serie del artista– son el resultado de lo que la memoria fotográfica puede proveer. En esta nueva fase creativa, Zorrilla recurre a la memoria para llevar al lienzo escenas ya vividas y allí re-connotarlas. Los subterfugios de la mente nos traen imágenes desgastadas, imprecisas, contaminadas por la subjetividad del pintor, que son ahora revisitadas y transformadas. La lobreguez que aquí anula la intensidad del color de las obras anteriores, se traduce en el uso de grises y ocres, así como de una luz que como mismo incide cautelosa, lo envuelve todo.

Color y luz llenando los vacíos humanos, estructurando los espacios. Color y luz abrigando sentires, tiñendo de belleza lo raro, lo ordinario y hasta la terrible realidad de todos los días…

Carlos Zorrilla
Carlos Zorrilla
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