This City
Por Nayr López García
My City es contraste, estridencia y nostalgia. Esta serie –que inicia en abril de 2017– recoge la manera en que su autor, Desbel Álvarez, percibe y siente la ciudad que habita: La Habana, urbe que ya cuenta con poco más de 500 años desde su fundación en el lejano 1519. La mirada de Desbel se concentra en sus edificaciones, especialmente aquellas concebidas durante el siglo XX. Pero esta mirada se aleja de los días de inauguraciones y de esplendor arquitectónico.
Por el contrario, My City es un recorrido distópico por algunas calles habaneras, centrándose principalmente en fachadas emblemáticas. A primera vista podría parecer un merecido homenaje a tan importantes símbolos, lo es de alguna forma; pero al hurgar en los detalles –no muy escondidos– se encuentran muestras ineludibles del impecable paso del tiempo. Y es precisamente tiempo lo que escriben esos muros, pilares de historias que se filtran desde sus cimientos y, un siglo después, constituyen libros abiertos, capítulos sobre pasado y presente, todavía por escribir.
Toda la visualidad contribuye al sustrato vetusto de las composiciones, parecieran fotos en sepia. Matrices colográficas, reza el pie de obra. Es cierto, Desbel es grabador y como tal, ostenta de un cuidadoso dibujo y gran interés por el detalle. Ahora expone la matriz, una parte importante de ese proceso, se ha apropiado de la técnica, reestructurado su modus para expresar su nueva poética. Utiliza también todo tipo de materiales que encuentra a su paso, desechos a los que les otorga una vida útil, renovada: maderas, cartón y otros materiales de construcción; así como tierra y otros elementos naturales. Construye su ciudad desde aquella fáctica, las calles que recorre, los espacios que habita; como si fuera esta una dualidad de realidades.
En su andar, Desbel se sitúa en el kilómetro cero de las carreteras cubanas, el Capitolio –inaugurado el 20 de mayo de 1929 y restaurado desde el año 2010– presume en esta ocasión un sinnúmero de graffitis, ventanas rotas y puertas clausuradas. Poco queda de la recién estrenada cúpula de oro y, por supuesto, de todo el esplendor de este coloso neoclásico, emblema y orgullo de La Habana. La perspectiva es otro aspecto a señalar; no resulta la típica vista frontal del inmueble, como captan muchas de las pintorescas e improvisadas cámaras que discurren justo en el frente de su escalinata; sino que Desbel se coloca desde un perfil, dando la sensación de quien se ha paseado por Prado, el mar a las espaldas, y se encuentra finalmente con el fin e inicio de todos los caminos de la Isla.
A pocos metros sobrevive una de las joyas del art decó en Cuba, el edificio Bacardí, concluido en 1930, fue en su tiempo el edificio más alto del país, todavía hoy espacio para diferentes oficinas de negocios. Es posible sentir desde la matriz, prácticamente monocromática, el juego de tonos, las esbeltas líneas que conducen la mirada hacia lo alto donde aún habita el murciélago, emblema de una familia que legó cultura y tradición para nuestro pueblo. Sin embargo, es la tentativa de una construcción que se viene abajo como piezas de un castillo de naipes.
Tres hoteles de renombre y prestigio conforman el conjunto: Nacional (1930), Riviera (1957) y Habana Libre (1958), se asoman desde tres puntos del Vedado. Cuando se piensa en los hoteles habaneros, estos encabezan la lista. Ahora, de la mano de este autor, ostentan una visualidad de decadencia y mala fortuna. Pareciera que pueden descomponerse de un momento a otro, que los maderos pueden desprenderse y deshacer su estructura.
Las viviendas, otra tipología arquitectónica que aborda el artista. Entre ellas sobresale el Focsa, edificio terminado en 1956. Verdadero orgullo de la ingeniería cubana; por aquellos tiempos fue el segundo más alto del mundo construido con hormigón, después del Edificio Martinelli de Sao Paulo. Quien lo transita, experimenta placer, siente que la brisa del mar lo conduce por sus pasillos, pues su construcción aprovecha con esmero la iluminación y ventilación naturales. Aquí, en My City, se consume desde la base, como paso lento de un fuego invisible. Va quedando poco de su erguida figura. Con él desaparece el símbolo de toda una urbe concentrada en un solo inmueble, así lo expresa su estructura: 373 apartamentos, garajes, supermercado, tiendas, restaurantes, etc.; concepto de una pequeña ciudad autónoma, inspirado en las ideas de Le Corbusier. Prácticamente convertido en cenizas, parece que grita, pero desprende un gemido apagado que se esfuma como el humo.
Otras dos piezas rompen con el retrato figurativo de las edificaciones. Una mesa y un taburete representan metáforas de toda la urbe. Fachadas en deterioro, no se reconoce ninguna en particular, puede ser cualquiera: ventanales, puertas, aleros, columnas…, un panorama de devastación que invita a conocer qué hay detrás, qué guarda en su interior y cómo habita; el pronóstico no es alentador.
Álvarez, no se conforma con las paredes impolutas de la galería, prefiere sacar sus obras al aire libre, a su espacio natural, y las coloca sobre las superficies de las que se inspira: muros corroídos, montones de basura, deshechos esquinados… Desde allí, listas para ser fotografiadas, la distopía no parece tan irreal.
My City es una reconstrucción de la ciudad, una ciudad que se mueve y envejece, y donde el tiempo y el status quo lucen su potestad. Su autor pone en crisis la posibilidad de trascendencia y permanencia del ser humano; la manera en que ha contado su historia a través de supuestos inmortales. Ocupa un lugar entre los paisajistas urbanos. Cartografía su caminata de un día cualquiera y anuncia una actitud, su gesto crítico y reflexivo.