Magazine 32 (ES), Stories (ES)

Ernesto Ferriol

Entre lo visible y la desaparición

Por Liannys Lisset Peña Rodríguez 

María Zambrano, dijo alguna vez que el dibujo pertenece a la especie más rara de las cosas, que es género del ser al borde del no ser. Quizás sea por ello que Ernesto Ferriol lo escoge como método, cuaderno de bitácora, para anotar sus raptus involuntarios; insistir con inquietud en el pasado, como un acto cognitivo sobre el presente; y hablar de todos los recuerdos, en un contexto donde se ha hecho común el olvido; o porque es la única manera de adentrarse en eso que denomina Fernando Castro Flórez, como terreno nebuloso de la memoria.1

Este artista me confesó una vez; que sin el dibujo no puede desglosar esa información de lo real que le interesa; que rasga un pedazo de papel y dibuja para lograr entreverla, tenerla, sin atraparla (…) como esas astillas del mundo, que van y vienen, y no duran mucho; empiezan a desaparecer en cuanto aparecen.2

Ferriol construye sus escenas como un todo poético, sobre la vida caótica y sus habitantes desamparados. Lo erótico no es más que un ardid. Siempre en la pretensión de sembrar la duda. Lo que puede descubrir la lógica de lo visto en el espacio del deseo, la carne o el sexo; no es más que el propósito de relatar desde la experiencia de lo real. Pues toda representación simbólica está basada en “patrones de verdad”, sostiene Joel Snyder. Con ellos el artista refuerza sus historias y los transforma en ficciones visuales; a partir de imágenes poderosas (shunga) y a la vez frágiles (ukiyo-e). Como esa forma única que cada uno tiene de fabular desde lo vivido. Estas estructuras complejas terminan en la acuarela, como género del que se ha apropiado, en esa amalgama cultural con la que coexiste.

Es en la equivalencia de pensar y dibujar donde se torna el cuerpo una realidad en constante conflicto. El desnudo es solo apariencia. La insistencia en lo erótico es una llamada a la prevalencia de la imagen en las retinas. Las orgías; lo carnavalesco, o absurdo, tienen como finalidad el voyeurismo; la mirada del otro; ese caos de lo morboso, irremediable e incluso inmerecido; propios de una estética cercana al realismo sucio. 

Naturaleza dual; en la que se intuye el contraste entre la sensibilidad dionisíaca y la noción apolínea, de búsqueda incesante de la forma perfecta. Según Nietzsche ambas logran abarcar la profundidad de la existencia humana y acogen también lo irracional e imposible, que no se puede expresar a través de palabras. El artista estimula los instintos, el deseo; en la simple mirada de los personajes hacia el que observa; como una invitación, interrogante, e incluso desafío; a buscar todo lo que ha sido velado y no está a simple vista. 

Historias reales, morbosas, negras. Sustitución trágica de la vida por una verdad, no precisada; que se sostiene en la idea que aparece, luego de ser contemplada muchas veces. Sus intenciones son ante todo interpretativas. Son imágenes que poseen, y a la vez suspenden, como decía Walter Benjamin. Porque nuestra propia existencia, en su devenir se aferra, a esta suspensión. Son superficies simbólico-retóricas que acogen escenas descarnadas, eróticas; pero paradójicamente el placer que pueden generar, se transforma en verdades amargas al intelecto y pensamiento.

Una obra claramente nietzscheana, de contraposiciones y equilibrios: como las sombras precisan de la luz. La imagen siniestra es perfecta ¿qué más perverso y a la vez armónico que un cuerpo de mujer? Ahí se advierte lo venusino, en la preponderancia de lo femenino como un elemento que produce tanto gozo como desdicha. Pero, aún así, precisa detenerse, contemplarse e incluso quedarse en ese doble filo de lo bello, que, desde lo dionisíaco, persiste en alcanzar la experiencia sublime. 

Ferriol es un artista baudeleriano que sostiene en la individualidad creativa, su cinismo y pone a prueba todas las formas de los sentidos y el intelecto en una obra sin tapujos, oscura; pero finalmente bella; esa que apunta Schiller: aspira ante todo a la verdad. Esa que solo se esconde en el caos; señalaba Poe en El principio poético; que habita en nuestra alma siempre, como un instinto que busca lo perfecto y remite a una condición de la trascendencia más allá de la vida. 

Todo tiene que ser inteligible para ser bello, solo el sapiente es virtuoso; la verdad es un valor relativo a la creación y el arte no representa solo al cuerpo, sino al alma, decía Sócrates. Es quizás ese tipo de belleza socrática más próxima al hombre, con sus ambivalencias y naturaleza imperfecta; la que pueda definirse en las obras de Ernesto Ferriol. Pero este, insiste en preguntarle, como Baudelaire, cada vez que intenta atraparla, si viene del hondo cielo, o emerge del abismo, de mirar infernal y divino.

1 Castro Flórez, Fernando: El don (amoroso) de la memoria (demorada). Consideraciones sobre la puntualización dibujística de Concha Martínez. Texto tomado de la web de la artista.

2 Didi-Huberman, Georges: Vislumbres. Editorial Shangrila. Septiembre 2019 p.23

Ernesto Ferriol
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