Magazine 32 (ES), Stories (ES)

Ismael Gómez Peralta

Un golpe entre la luz y la nostalgia

Por Ricardo Alberto Pérez

El sentido de la pérdida, de lo arruinado o desaparecido que ingresa de formas múltiples en la memoria parece ser uno de los sostenes principales del universo pictórico de Ismael Gómez Peralta (Batabanó, 1966). Ante todo prevalece y se legitima el valor de todas las vivencias ocurridas en esos sitios que él reconstruye y sirven de referentes a un nuevo conglomerado de imágenes, dotadas con un fuerte contenido de subjetividad capaz de modificar la expansión de las formas y las tonalidades. Aquí se hace visible la fortuna de vivir perseguido por las esquinas, de almacenarlas entre la intensidad de los afectos y la magia de los recuerdos.

Su obra nos brinda la posibilidad única de revisitar el espacio urbano conducido por la espesura de una experiencia muy particular, que desde una suerte de ritornelo o caprichosa ronda de obsesiones traza un mapa atestado de pulsiones simbólicas y líneas de placer capaces de legitimar ante nuestra mirada una ciudad tan auténtica como esquiva. 

En este camino resaltan las depuradas maneras de echar a andar estas ficciones sobre los lienzos, diría que se aprecia una brillante capacidad de transitar por una línea delgada que separa lo abstracto y lo figurativo, preservando el rostro de las cosas, pero dejando sobre él una especie de niebla, o condición que predomina “cuando el desastre lo arruina todo dejando todo tal y como estaba”. Cada imagen (lugar) va presumiendo de un velo, hecho también de pintura, de oficio, de gesto, de todo lo que el ser en desbandada quiera verter sobre la superficie.

Las sorpresivas transiciones del color le imprimen una singular vitalidad a estas piezas, ellas impactan en el ánimo del espectador y consiguen promoverle disimiles sensaciones e ideas. En este trabajo se advierten más de un nivel expresivo, que interactúan, se complementan y terminan por transformarse en una sola atmósfera tan inquietante y seductora como las que conocimos cuando estas estampas eran sitios reales y palpables como nuestras propias existencias. Tratando de seguir esos rastros se advierte, por ejemplo, que visualmente el azul funciona como bálsamo, o efecto de sosiego, algo que sutilmente acompaña el proceso que sufre la luz dentro del espacio representado y se manifiesta de alguna manera como esa voz que la isla no deja de emitir desde sus entrañas, copando cada rincón para provocar espejismos y superposiciones propias de un destino colectivo. 

La poética de Ismael Gómez Peralta ofrece la posibilidad de emprender varios tipos de lecturas, en cualquiera de ellas que elijamos la condición dialéctica va a ser protagónica (es decir, asistiremos con intensidad a las diferentes etapas de un evento in progres y hasta cierto punto de destrucción). Una de ellas representa la relación, desde la arquitectura, entre el esplendor y las ruinas; para la cual, sin dudas, La Habana constituye un modelo en grado superlativo. En una visión desde la antropología; la complejidad se vuelve desbordante y a la vez de una riqueza espectacular, detalle que advierte el gesto del artista y lo transforma en un alimento esencial.

Dentro de su ruta pictórica en repetidas ocasiones Gómez Peralta recurre al templo, a esa solemnidad que constituye la cápsula de una de las expresiones de la Fe. En ese terreno tan fértil para construir y descentrar metáforas aborda tanto el exterior como el interior de las iglesias, llamando la atención en su bojeo el desplazamiento que lo lleva del centro urbano hacia las periferias, recorrido que coloca detalles de lo privado en un orden evidente de preferencias. Hablan explícitamente de esta experiencia piezas como: Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús en Reina y Belascoáin (2004), Santa María del Rosario (2004), Iglesia de San Francisco de Guanabacoa (2005), Un camino para ti (2007), entre otras.

Es un hecho irrefutable que La Habana, su historia y permanencia, ha sido abordada, diría que de manera despiadada, desde los diferentes lenguajes creativos (las artes plásticas, la literatura, el teatro, el cine, la danza) por artistas tanto del patio como de diferentes latitudes; fruto de esos abordajes han nacido decenas de Habanas, justo desde esa multiplicidad que es casi un bosque por su simbología y espesura. Podríamos hablar de una Habana Inventada (o de ficción), de otra desaparecida (con fuerte componente nostálgico), la que ya en ruinas (aun hinca fuerte en algunas zonas de la memoria), y esta sufrida y perseverante (que no pierde tiempo para atreverse a ser altanera). Lo cierto es que dentro de esa galería o parnaso La Habana que al golpe de acrílico y otras tintas nos ha obsequiado Ismael Gómez Peralta alcanza un lugar también irrefutable.

Si observamos algunos títulos de sus piezas, accedemos a otro tipo de exploración que será facilitada por la manera en que cada metáfora visual asienta su naturaleza dentro del lenguaje escrito; la nostalgia, la sorpresa, la incitación, la ironía y la decepción con frecuencia hacen estragos en ese vínculo entre pensamiento e imagen. Al final llama poderosamente la atención como hasta lo más grave y agudo es procesado por un aliento poético, así lo vemos en: Los vientos de la Historia (2007), Lloviendo en mi oscura memoria (2008) y Desnudo en las sombras (2007). Estamos ante un relieve nombrado desde la urgencia y también desde la reflexión, empalmado una y otra vez por la costra del devenir, un relieve que el artista se llevará con él a donde quiera que vaya, llegando a buen puerto gracias al carácter y la voluntad que, sin dudas, contiene.

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