Stories (ES)

Ronald Vill

Las escenas domésticas de Ronald Vill

Por Andy de Calzadilla, Yamil Hevia

¿Qué es el arte?, pregunta absurda no por lo infantil de la discusión, o por la imprecisión de una definición, sino por la enajenación del que pregunta en la construcción del enigma, como si el arte fuese en sí mismo y posibilidad del preguntar. En verdad, una vez realizada la pregunta, debemos asumir que “el arte es”. La pregunta, entonces, se vuelve más interesante y productiva de la siguiente forma: ¿Qué arte? Nos queda, de esta manera, una decisión, o múltiples según las determinaciones: ¿qué arte producir?, ¿qué arte exponer?, ¿qué arte consumir?, ¿qué arte comprar?, o ¿qué arte vender? Como respuesta a la primera pregunta: ¿qué arte producir?, Ronald Vill propone el arte del realismo o arte vital, siguiendo una idea del pintor realista norteamericano Edward Hopper: “El gran arte es la expresión externa de la vida interior del artista, y esta vida interior tendrá como resultado su visión personal del mundo. Ninguna hábil invención puede reemplazar el elemento esencial de la imaginación. Una de las debilidades de mucha pintura abstracta es el intento de sustituir las invenciones del intelecto por una concepción imaginativa prístina. La vida interior de un ser humano es un vasto y variado reino y no se ocupa sólo de estimulantes arreglos de color, forma y diseño. El término vida, tal como se utiliza en el arte, es algo que no debe despreciarse ya que implica toda la existencia y la función del arte es reaccionar ante ella y no a huir de ella”. 

La serie más reciente de Ronald Vill se titula Escenas Domésticas, la cual ha sido el crisol en el que el artista ha concebido y desarrollado esta fotografía vital o del realismo. Las palabras que dan nombre a la serie nos recuerdan al arte del costumbrismo y de lo cotidiano, quizás en el sentido que lo entendió Courbet con sus obras-manifiesto del realismo, las cuales fueron interpretadas predominantemente desde la dimensión político-social del arte, en detrimento del cambio psíquico en la mirada del artista. El impacto de esto último en las obras es apreciable en las nuevas composiciones en las que el punto de vista comienza a ser el de la gente común. 

La obras de esta serie, Escenas Domésticas, aun cuando son de gran proyección social, no les es ajena la pericia compositiva. En la simplicidad estructural de sus escenas, seccionadas en dos planos por fronteras bien definidas, se perciben ilusorios desplazamientos de los ejes de simetría que generan desbalances, los cuales son compensados con el aprovechamiento de los intersticios y espacios vacíos. 

Tal es el caso de Cumpleaños, donde la fuga del pastel de arroz hacia la derecha de la mesa produce una aparente sobrecarga en esa zona de la pieza. Esta es sopesada en el extremo izquierdo por el personaje de “la negra”, quien aparece, siempre desde una posición más retirada, en el último instante de la exploración visual. Se presenta de manera extraña, como colocada en ese sitio porque simplemente hay un espacio que llenar. Y es que ese último resquicio que supone un conflicto compositivo, el artista lo transforma en una oportunidad para generar aún más desplazamientos, pero esta vez a nivel discursivo: desde la sátira al sobrecumplimiento anual de la producción de arroz, a la formulación mucho más velada, de la problemática racial al interior del sector campesino.

Pero si se trata de la sutileza como medida para el uso efectivo de los espacios vacíos, nunca resulta inoportuno referir Piñata. La obra se resuelve con dos pirámides invertidas, en cuyo encuentro se trazan los ejes vertical y horizontal. En la complementación de ambos es justamente donde se restaura el equilibrio de la pieza, pues uno corrige el desbalance que genera el otro. La diferencia en tamaño, así como el sobrepoblamiento en la pirámide inferior, es nivelada en la superior, mediante un movimiento oscilatorio a lo ancho del espacio, el cual es sugerido a través de ese ligero desliz de la casa a la izquierda del eje vertical. La luz, en una vocación más expresiva, participa de esa integración espacial en la proyección de grandes sombras, que refuerzan el dramatismo y la ansiedad generados por la mano que sostiene los hilos. 

La incertidumbre es un elemento recurrente en la producción de Ronald Vill, no se presencian declaraciones contundentes, se desvela lo necesario para levantar sospechas pero no lo suficiente para confirmarlas. Esa dinámica del mostrar-ocultar se estructura en Atlas a partir de la disposición de planos de luz y sombras perfectamente articulados por la diagonal que traza el brazo izquierdo del personaje. Satisfacer la duda que se despierta en ese eje, a causa de la tensión entre la fuerza requerida para soportar la fruta y el esmalte de uñas, servirá de incentivo para la exploración incisiva. Aun cuando se mueve en el registro de la indeterminación, la obra se presenta con total franqueza en esa suerte de frontalidad que se produce por la incorporación al primer plano, y a modo de marco, del motivo rectangular del fondo, en cuyo centro se halla entre sombras el rostro del personaje. La distinción de algún rasgo facial o cierta prenda femenina, no son suficientes para sosegar la ansiedad, que orienta la mirada hacia la camisa desabotonada, la cual no arroja evidencias concluyentes más allá del reconocimiento, en la forma de uno de los intersticios, del fantasma de una vagina. El saldo que deja la pieza es el malestar por la frustración de las pretensiones casi compulsivas de identificación y clasificación, imposibilita ejercer nuestra condición humana de generar sistemas ordenados y altamente estratificados que proponen específicas formas de interacción.

Uno de los criterios que ha ayudado a Ronald Vill en la creación y desarrollo de esta serie es la verosimilitud. Las obras se conciben como si fuesen una continuación de la realidad. Para el artista no basta con fotografiar a las personas, por ejemplo, con poses agraciadas y naturales, sino que busca captar, a través del lenguaje fotográfico y de la composición visual, la sensación de atención, como si de un barrido de ojos se tratase, y que justo nuestra mirada se detiene en la escena en representación. La fotografía tiene el inconveniente de “congelar” la realidad, en oposición al proceso natural de ver una realidad en movimiento y la falta de este en las obras afecta su verosimilitud. En este sentido, el movimiento representado tiene, necesariamente, que estar relacionado con el recorrido de nuestros ojos por la superficie de la fotografía, y este movimiento es una repetición de nuestra mirada en la realidad. Esta repetición crea la ilusión de realidad y vida en la obra.

El arte vital o del realismo se logra cuando todos los recursos técnicos empleados por el artista están en función de representar la manera en que vemos el mundo, busca develar del proceso de la mirada. La fotografía vital o realista es aquella que explora el aspecto visual de la condición humana. Para hacer este arte vivo, sin embargo, es necesario penetrar en el fenómeno todo de la vida humana, en el proceso psicológico de vivir.

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