Stories (ES)

Juan Pablo Estrada

Entre sólidas e inmensas gravitaciones

Por Antonio Correa Iglesias

«Es por mí que se va a la ciudad del llanto, es por mí que se va al dolor eterno y al lugar donde sufre la raza condenada (…)”
La Divina Comedia.
Dante Alighieri

La fotografía más contemporánea en Cuba ha venido dando pasos significativos en la conformación de una generación que ha encontrado en este medio una manera muy especial de dar cuenta de una visualidad.

Hoy quiero presentar a un joven artista que desde la fotografía ha comenzado a dar sus primeros pasos en el mundo del arte. Juan Pablo, con un lente despejado -aunque en formación- captura escenas con un magnetismo extraordinario. Formado en el mundo analógico, Juan Pablo devela rostros que sin pretensión de retratos, esquivan todo tipo de formalidad para sumirse en una absurdidad escatológica. Sus motivos redundan entre un abstraccionismo sublime donde las composiciones fotográficas inmiscuyen elementos irreconciliables y una figuración que -aunque puede ser localista en cierto sentido- comienza -producto de su propio proceso de formación- a priorizar planos que pueden, en un desarrollo futuro ser mucho más interesantes.

Y es que es lógico que en todo proceso de fascinación, el artista se vea imbuido de una sensación de desenfreno que lo lleve a capturar y convertir en fotograma todo cuanto se le atraviesa. Porque se aprende a hacer fotografía haciendo fotografía y esto lo tiene muy claro Juan Pablo que, en un esfuerzo que jamás será impugnado, escruta tras el visor toda composición posible o proclive a ser embalsamada por esas químicas que lo acercan tan eufórica y perversamente a un mundo alquímico ya escindido.
Debatiéndose seguramente entre una fotografía documental y ciertamente auto-sugestiva por biográfica, Juan Pablo dramatiza su puesta en escena incorporando elementos de tipo textuales que vienen a reforzar la narratividad de la obra.

Sin embargo, el intervalo en que transcurre este enigma y ficción fotográficos, tiene un correlato muy fuerte en la realidad, lo cual viene a introducir una suerte de viso “turístico” más cercano a la comprobación desnaturalizada y efectista que a la acción propiamente poética. La diferencia debe encontrarse en quien utiliza la fotografía para fisgonear en las heridas y quien usa este medio como recurso tropológico. Recuerdo en estos instantes una de esas ideas lapidarias que siempre caracterizaron a Emilio M. Cioran y que de cierta manera refuerzan esta tesis “(…) toda idea es neutra o debería serlo, pero el hombre la anima, proyecta en ella sus llamas y su demencia (…)” (1)

Esto es un elemento a considerar sobre todo, en la propia indagación y ensayo fotográfico. Juan Pablo, imagino que lo tenga en cuenta pues su fotografía, al menos sus últimas series han ido ganando un sentido concéntrico que se ha venido comprobando en una pulsión que se crispa en el artificio, desplazando lo espectacular, al menos en ese sentido fatuo, tan cercano al recuerdo y a la exasperación de las lentejuelas.

Habría que destacar al menos la serie La nube del no saber (2013) que aunque respira cierta autonomía como obras que se agrupan, se desbalancea como serie, como unidad.

Piezas como El filtro, Oniromancia, Remedos, a la que se incorpora una de las S/T constituyen pilares de la serie, son en sí mismas una serie a partir de la cual Juan Pablo ensaya otras fotografías, no menos valiosas pero no tan sólidas. Pero en uno u otro caso no se atisban resbalones ni sobresaltos. Juan Pablo sabe lo que quiere en fotografía y lo sale a buscar; lo encuentra en oportunidades, en otras la propia naturaleza evasiva de lo que persigue le tiende trampas de las cuales se incorpora pues vigila, como Rodrigo en el mástil mayor, el contrapunteo de lo evanescente. Puede decirse lo mismo de la serie La vida en el hampa (2010) donde son mucho más visibles estas itinerantes sucesiones que se expresan en encrucijadas, más que en la acepción diestra de los nombramientos.

Sin embargo, hay dos obras cuya carga magnetiza a toda la serie y descubre cómo se va evaporando lo cotidiano en Juan Pablo dando paso desde el laberinto de las encrucijadas a una poiesis que rompe la inconclusa monotonía por la invisible sorpresa del sobresalto.

Zahori y la obra final S/T de esta serie son un bucle. Nada se cierra en el sentido tácito, en todo caso, se enfatiza en el sentido cíclico, en la naturaleza de las cosas, donde lo único que no “cambia” es la territorialidad de sus personajes.

Un cielo encapotado es el preludio del apocalipsis como duración negativa en una contemplación metafísica de lo que se pretende transitorio pero resulta agónico y eterno. Quizás el carácter díptico que estas dos obras contrapuntean, esboza en su interioridad los nueve círculos del infierno, suerte de vestíbulo apuntalado por el cual todos tenemos que peregrinar. Desde el limbo a la traición, sus personajes aparecen como espectros de una dolorosa lealtad que se mide en sus palabras y gestos, en sus desasosiegos, en sus esperanzas frustradas, en las sombras que proyectan, extensión de su condición de caminante y hombres vegetativos. Un niño ensombrecido, mustio, desvencijado por una territorialidad que no cambia, cierra este díptico donde el renacimiento nietzscheano se convierte en parábola, en burla, en antítesis que llora con la pesadez con la que se arraigan las raíces del helecho.

Estas dos series de las que hemos estado apuntando algunas de sus vicisitudes, son solo el anticipo de un trabajo que debe ir estabilizando el nivel conceptual y la limpieza técnica de Juan Pablo. Es alentador y es alentador cuando uno ve como un joven creador logra, desde sus primeros pasos acertar en sus maneras de decir.
Habría que añadir igualmente a estas dos series, al menos dos piezas, que tienen la capacidad de respirar por sí mismas. Obras donde lo lúgubre invade la puesta en escena, lo lúgubre como esa humedad que se esconde en los espejos venecianos y que se tensiona entre la excresencia y la podredumbre donde germinan tonos verdes, grises y amarillos que tanto me recuerdan la poesía de T.S.Eliot:
“Allí estaban, solemnes, invisibles;/Se movían sin premura, sobre sus hojas muertas,/Bajo el calor de otoño, en el aire vibrante” (2).

Quizás Juan Pablo no ha visto -espero que sí- en estas dos obras un punto común que las convertirían en un díptico, quizás sí. Lo cierto es que el enigma del movimiento será ese espacio de convergencias y divergencias donde se expresa a sí mismo.
Y es preciso en esta búsqueda encontrar las razones de un cambio, una transformación que se mimetiza en el escarnio que despavorido huye ante la mirada enjuiciadora y crítica. Por ello, estas dos obras que adolecen de un título refuerzan un inventario de tonos cutres donde radica su potencial heurístico.

Los dos encuadres irradian una febril discapacidad que enrostra con una elocuencia abrumadora, el deceso de las ilusiones; compartido a intervalos por una esperanza “cierta” pero engañosa. Ahora que se han muerto todas las ilusiones -me susurra Matamoros- queda al descampado la corrosiva naturaleza de las cosas, desprovista de todo impulso metafórico, aunque muchos continúen extasiados con los atuendos de un rey que anda desnudo. El paralelismo de estas dos obras es en última instancia el paralelismo de sus ausencias, ausencias que desbrozan sus enconadas finalidades, una vez que muestran una zona de construcción de la imagen que ha expurgado todos los esmaltes para penetrar en la sofocación sanguínea que late en el desencanto. ¿Qué nos queda sino el relentecido y mecánico traqueteo del tiempo? Un tiempo que, como la ficción, no se puede penetrar, un tiempo que consume todo y lo disuelve en los contornos de una curiosidad que se evapora como las esperanzas.

Juan Pablo ha comenzado con buenos pasos, con esos que tienen a las asimetrías como verdad profunda y fertilizante. Juan Pablo es una fracción de sí mismo en la fotografía, por ello su fotografía ha ido ganando la gracia y la delicadeza de la difícil sencillez, una fotografía que acoge en la insatisfacción de sus cargas verbales, un tono alto y riguroso.


1 Véase Emilio M Cioran – Adiós a La Filosofía y Otros Textos. Alianza Editorial. 1980
2 T. S. Eliot “Cuatro cuartetos” Fondo de Cultura Económica. 1989. Pag. 7