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Julio César Peña

Nada de la muerte, mucho de la memoria

Por Ricardo Alberto Pérez

La ausencia de la carne y del músculo no siempre simbolizan una cercanía o presencia de la muerte; específicamente las calaveras dejan ver las estructuras de nuestra cabeza, imaginar todo el material subjetivo que habita en ella al compás de la existencia ya es una aventura diferenciada, que escapa de cualquier límite o control. Imaginarse las calaveras fuera de ese significado tradicional con las que la mayoría las relaciona, es abrirle un camino vigoroso e inquietante dentro del campo de interpretación de los espectadores; en esa aventura se sumerge la obra de Julio César Peña Peralta (Holguín, 1969), un creador sagaz que desborda ironía y polisemia a través de sus piezas. 

Con un quehacer en donde la constante acumulación de contenidos desempeña el roll crucial, Julio César Peña tiene la virtud de descubrir y asumir entre los diversos lenguajes pictóricos al grabado como su principal herramienta expresiva, y de esa manera sumarse con una poética inquietante y singular al ya riquísimo y variado panorama del grabado cubano contemporáneo, prestigiado durante varias décadas por el talento de figuras como Rafael Zarza, Ángel Ramírez, Belkis Ayón, Sandra Ramos, e Ibrahim Miranda, entre otros tantos. 

Como algunos se especializan en expresar la magnitud del paisaje natural en todo su esplendor, estamos ante un proceso creativo que se interna en cada uno de los más insospechados vericuetos del paisaje urbano, una auténtica radiografía de una ciudad que de hecho, por sus esencias es bastante extravagante, y se vuelve más extravagante  tras el tránsito de sus personajes ultra pintorescos, que simbolizan la sobrevivencia dentro de una insularidad que termina por ser tácitamente cruel. Sin discriminar, que su mirada es antropológica, abraza lo diverso y lo representa con un sarcasmo que se sostiene sobre las vigas del diáfano humor. Por ese camino me atrevo a afirmar que los aparentes rasgos folkloristas de los que se apropia, le sirven para enraizar su relación con lo popular, elemento del que se nutre con avidez. 

Así nos deja el espíritu de una crónica en constante construcción, nos hace cómplices de su desandar, insertándonos en esas atractivas y necesarias conexiones que logra establecer la cultura entre las diversas expresiones creativas; por ello hay momentos en que retorno a estos grabados y algunos de los seres que brotan de ellos, como provocaciones me hacen revivir los rasgos de aquellos seres creados por Virgilio Piñera, capaces de crispar la piel y hacernos entender mejor las pulsiones que se desatan en esta isla. Al percibir los distintos grupos sociales ilustrados por Julito Peña, se comprende el alcance real de su poética, a partir de esta transgresiva procesión de los rostros se alcanza una lucidez sorprendente, que ofrece abundante combustible para analizar los eventos más ríspidos y veleidosos.

En un gesto de audacia se trasciende a la calavera llegando a representar al esqueleto desde una amplitud conmovedora, capaz de desenvolverse en secuencias narrativas de sólida postura conceptual y de un inusual lirismo, alcanzado a partir del reverso de lo que comúnmente conforma la metáfora. Son momentos en que nuestra mente debe dejarse llevar por la irreverencia de esta mirada y de esa forma descubrir una nueva manera de percibir el entorno. 

Así lo inusual siempre representa un reto mayor, una aventura rodeada por el misterio de lo desconocido, el grabador asume ese riesgo de manera muy radical, pues cuando la guillotina cae, no habrá vuelta atrás, es una decisión irrevocable lo que se estampa, y definitivamente constituye la obra. De esa manera no cesa de convocarnos desde las jetas magras, en puro desafío no renuncia a gorras, espejuelos y aretes; y así se vale una vez más de la potencia que engendran estas contradicciones dentro del plano visual que él construye. 

A través de sus estampas Julio César Peña no desecha la oportunidad de mostrarnos una Habana actualizada, engrampada en una serie de contradicciones que no dejan de ser dolorosas verdades, esos síntomas de la ciudad que padece y a la vez continúa mostrando encantos dentro de esas drásticas transformaciones que le vienen encima.

Es muy llamativa la forma que tiene de fantasear el universo de sus calaveras, los motivos y variaciones que utiliza respaldan a una auténtica vena creativa, que toma de muchas partes y las esparce en un nuevo contexto; estas imaginerías, en ocasiones, quedan muy cerca del carácter de lo underground y nos remite a las ricas tradiciones del grafiti y el tatuaje; una responsable de inscribir en el espacio colectivo ese torrente imprescindible de arte popular, y la otra de una memoria quede como testimonio en el espacio privado (la piel humana).

Reconocido con diversos premios, dentro y fuera de Cuba, no solo se limita a expresar sus inquietudes a través del grabado, también se interna con frecuencia en el mundo de la pintura a donde suele trasladar los mismos códigos, símbolos, y personajes que ya han sido protagonistas en técnicas como la xilografía.

Julio César Peña
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