Seducción de lo irrevocable
Por Ricardo Alberto Pérez
Noel Morera, Matanzas 1962, parece sentir las cosas demasiado grandes, objetos y seres multiplican su tamaño varias veces antes que él pueda sacarlos a habitar en sus piezas. Mientras pinta, dibuja o imprime lo que ya venía dilatado en la idea a ejecutar, termina por establecerse en una desproporción muy llamativa. Lo más conmovedor cuando me pongo en el plano de espectador es que dicha desmesura minan el concepto y la factura en una misma proporción, entregando imágenes que por su carencia de algún tipo de moralismo, parecen provenir de un estadio superior.
Todo indica que él es un artista que representa la naturaleza de lo indomable, de ahí que su calidad expresiva se comporte en los diferentes soportes (la pintura, el dibujo, el grabado, la cerámica y otros) por igual, confirmando la capacidad de mutar sin decaer de un lenguaje a otro. Su presencia tiene el aroma del desacato, sello que en los procesos creativos refuerza e intensifica la voluntad de trascender. Así queda sumergido en los ciclos de lo insondable, manipulando una manivela que a su mente le resulta muy familiar.
La obra de Noel se lanza a reinterpretar el entorno, convencida, sobre todas las cosas que “el arte es una lengua que habla por sí sola” y que lo más determinante está en conocer bien las condiciones del contexto donde estás creando, para que tu estrategia de resistencia sea eficaz, y la creación no quede absorbida o vulgarizada por el rigor de las circunstancias, que en este caso resultan ser bien opresivas. La gracia de lo singular coloca su trabajo en una franja perdurable donde el guiño irónico se repite una y otra vez.
Aquí las imágenes que finalmente se prestan para ser transformadas en arte, han sido capturas con un tino muy selectivo y consciente, de ese torrente cotidiano desde el que somos bombardeados. Los sentidos, despiertos, las llevan hasta el soporte que le va corresponder a cada una, y entonces ocurre la confrontación que dirá la última palabra.
En Noel la reacción en el sentido estético también es elevada y consistente, sobre todo porque con anterioridad ha existido un diálogo permanente, donde el artista es taladrado por interrogantes que lo hacen actuar de forma muy creativa, entonces las obras se pueden llegar a interpretar como respuestas capaces de comentarnos con lucidez el fenómeno de la acumulación.
Específicamente la pintura de Noel Morera es intensificada con frecuencia por intervenciones surreales, capaces de tratar lo cotidiano desde una ironía abrasiva. En cada uno de los protagonistas de sus cuadros surge una prolongación o extensión que termina por escindir la obra en dos planos contemplativos. Sobre todo se impone desde lo formal como una bofetada irrefutable ante el lastre de lo igualitario, aquí una libertad conlleva a la otra libertad.
También se nota que le saca mucho partido al efecto de todo aquello que es súbito e inesperado, dilatando la imaginación de los espectadores: abriendo las manos ante la boca de lo desconocido, para ver que puede caerle en ellas y una vez en posición del hallazgo representarlo desde la violencia de su propia velocidad.
En su quehacer igualmente se hace protagónica la fuerza expresiva del dibujo, volviendo más cálido y personalizado el mensaje, como si su voluntad de decir se desbocará de forma más espontánea que en otros soportes. En ocasiones sus propios personajes dan la sensación de parecer sorprendidos con lo que ha sucedido con sus cuerpos y las transformaciones que en una especie de delirio él decidió darle.
En sus territorios germinan los anti-mitos, o sencillamente los mitos quedan bajo una estrangulación inapelable que favorece el carácter especulativo y abierto de la imagen. Las personas y las cosas dejan a través de los espacios una proyección totalmente alucinante, entre otros aspectos recobrando y reanimando la multiplicidad ideográfica de las sombras. En fin, lo diverso es una obsesión que se afianza y define la organicidad sobre la cual también pueden crecer los hongos.
