La mano que acaricia los sueños
Por Magaly Espinosa
La pintura vuela, descansa y vuelve a volar, logrando que no sepas donde empieza un vuelo y termina otro, el punto en el que todo se evapora para que el regreso ocurra tras otras apariencias.
En la obra de Williams Lezcano, la pintura se convierte en un constante viaje. Él utiliza el alquitrán como material y pigmento para realizar sus obras, pues considera que este le ofrece unas posibilidades especiales en la expresividad que aspira lograr aplicando finas pinceladas y rasgaduras en el lienzo, obteniendo con ello disimiles texturas. El color parece miel y al mezclarse no se logra discernir si es un mundo humano, natural o animal, ni el tiempo con su carga de pasado y presente, ni las simulaciones que buscan alcanzar el sentido ilusorio de las cosas.
El proceso creativo de este artista ha transitado por diversas formas de conjugación de esos contenidos. En unos se destacan multitudes de personas y paisajes que se difuminan, mientras que en otros, la naturaleza absorbe al ser humano, acercándolo a ella, consiguiendo que los animales adquieran apariencias, poses y gestos humanos.
Relacionada con el primer contenido señalado se encuentra la serie Entre calles (2007-2013) está ejecutada sobre papel de pequeño formato. En ella la monumentalidad de la ciudad se traga a las diminutas figuras que semejan un enjambre sin puntos de llegada ni de salida, recorriendo las calles o rodeando altas torres, aparentemente perdidas a los pies de edificios, casas y plazas. Espacios invadidos de multitudes que se apiñan a cada lado de una ancha calle como en disputa, esperando para iniciar una marcha o el paso de un cortejo. El suceso no es lo que se destaca, sobresale la cercanía en la que se encuentran la ciudad y la multitud asumiendo la misma apariencia fantasmagórica, sin embargo, parecen urbes vivas, en movimiento, que imaginan cuerpos como hilos, desprotegidos ante un incierto destino.
Las estrechas calles nos rememoran su Camagüey natal, junto a edificios apuntalados y plazas que pueden pertenecer a cualquier sitio o a cualquier tiempo. Son imágenes híbridas en las que se suelen encontrar figuración y abstracción, porque como él señala, reproducen un recuerdo, no le interesan los modelos reales1, manchas que se acercan a las apariencias, fragmentos de plantas, macizos rocosos que imitan el movimiento de una ola o a rostros humanos que apenas emergen de él.
Por momentos, las imágenes inducen a pensar en un mundo que va a desaparecer, porque las débiles líneas que sugieren figuras, están expuestas al vacío del paisaje deshumanizado que las rodea. En este sentido la pieza Caos que forma parte de la serie Sitiadas (2014) es una de las que producen un mayor impacto, pues la ciudad, rodeada de muros y edificios afilados, cae, rodeada de multitudes que la abandonan. Tanto en esta obra como en el conjunto de su creación, las circunstancias están sugeridas, debemos imaginarnos los sucesos futuros, intuir para poder predecir los posibles desenlaces.
En otras, como hemos señalado prevalecen figuras antropomórficas, pues la montaña posee rasgos animales y humanos o los hombres parecen formar parte de la naturaleza o bien se confunden con ella. Las diferentes poéticas desde las que se conjugan estos elementos se logran apreciar en las series: Asfalto vivo (2016), Mar de bestias (2018), Broken Profile (2019-2020), Titanes (2020) y Bosque vivo (2021). La primera, es la única con predominio de la figura humana y se encuentra integrada por tres imágenes, en una, las torres finas de la ciudad brotan del cuerpo como si ese germinar lo calcinara, en otra, estas están contenidas en él, en la tercera, es la torre misma formando parte de una roca o de una montaña.
En la serie Bosque vivo, el artista vitaliza al bosque cuando lo humaniza, desde figuras aladas que parecen danzar, jugar o pelear o bien dispuestas a iniciar una batalla. Del propio cuerpo emergen fragmentos que están unidos a él, evocando situaciones que podemos solo imaginar o intuir tras la belleza de los trazos que los enlazan en movimientos tan delicados como las propias figuras.
Entre sus últimas series, muy cercanas a las disposiciones estéticas de las antes comentadas se hallan: Fábulas (2020-2022) e Insomnio (2021). En la primera que toma su nombre de un género literario, en el que los personajes que la habitan suelen ser animales que personifican acciones y posturas humanas, siguiendo este principio, Williams posesiona diversos animales, poderosos, débiles y pequeños, sobre una barca apiñados como si brotaran de un mismo cuerpo, a manera de un pulpo que amplía sus tentáculos. Siguiendo esta estética y formando parte de dicha serie, ocupará un espacio particular la pieza, La nave de los locos: cinco versiones colocan a los animales en diferentes circunstancias, siempre mirando en dirección contraria, unos a la derecha y otros a la izquierda, protegiéndose mutuamente a la espera de la llegada a su destino. En una de las versiones S/T, la nave se quiebra y los animales que transporta salen disparados en todas las direcciones, en otra también S/T, hay dos grupos de animales, los de la izquierda se lanzan al agua para alcanzar a la de nave que está frente a ellos repleta también de animales.
Es un Arca de Noé, integrada solo de animales, que no van en pareja, ni tratan de salvarse de un cataclismo universal, solo navegan, pero las poses de reposo y en estado de alerta, anuncian una espera de lo que puede ocurrir en el viaje.
En la segunda serie, un conjunto de animales esqueléticos, posan de lado y solo vemos su torso y su rostro, algunos despiertos, otros a medio camino entre la vida y la muerte, mirando en una sola dirección. En dos de las piezas que la integran, los animales están hundidos en el fondo blanco del papel, todos se miran serios, inmutables y, la calma que muestran intuye que han llegado a un acuerdo.
En su conjunto las series se convierten en un cuento que nos narra las vicisitudes de sus protagonistas, algunos del reposo aparente pasan al salto, al intento de salvación, otros se evaporan escondiéndose en la naturaleza, los que se escabullen dentro de su ciudad, conteniendo así, desde tan disímiles sucesos, las incógnitas que toda narración soporta sobre los destinos de sus protagonistas, para ellos el tiempo transcurre de manera tal que hace posible la coexistencia del pasado con el presente. Los giros de la imaginación desvirtúan lo real, embelleciéndolo o dándole entrada a los sueños, porque en ellos no importa lo verosímil, basta lo que inventa la memoria, el subconsciente o los restos de los días vividos.