Stories (ES)

Guibert Rosales

El artista itinerante

Por Katherine Pérez Domínguez

La experiencia de la emigración en un mundo globalizado. Entrevista al artista cubano Guibert Rosales Abreu.

El artista cubano Guibert Rosales Abreu nació y se formó como artista en la ciudad de La Habana. Hace apenas tres años reside entre nosotros, en la ciudad de Valencia. Su obra, vehiculada a través de la escultura, el performance y la fotografía, aborda temas relacionados con la identidad y la emigración.

Katherine Pérez Domínguez: En pocas palabras, ¿cómo definirías tu trabajo como artista?

Guibert Rosales Abreu: Me preocupa aquello que en cada momento de mi vida forma parte de mi experiencia personal. Reflexiono sobre problemáticas sociales con las cuales estoy involucrado de una manera más directa o emocional. Me interesa hacer topografía social de las ciudades, de los países que pasan a formar parte de mi habitad. Esto me permite tener una mirada mucho más objetiva. La experiencia y las vivencias me otorgan argumentos, valoraciones, reflexiones sociales que terminan desembocando en mi obra. En mi trabajo ha estado muy presente el tema de la identidad, en un primer momento vinculado a la nación cubana. Tras mi salida de Cuba, sin embargo, la reflexión sobre la otredad y la actitud europea ante las realidades periféricas de los países empobrecidos ha sido ineludible.

KPD: El tema de la emigración ha estado muy presente en el imaginario visual contemporáneo, y en tu trabajo lo has abordado con intensidad y evidentes tintes autobiográficos. ¿Desde qué aristas te aproximas al tema en tu obra? ¿Qué aspectos te interesa destacar?

GRA: El drama de la emigración me ha tocado de cerca, he sido y soy un emigrante, lo cual tiene un coste emocional. La emigración forma parte de mis preocupaciones como artista, obviamente porque es parte también de mis preocupaciones vitales. Me interesa trabajar con las implicaciones emotivas que propicia el desplazamiento de personas. La ruptura con el nexo familiar, con el lugar de origen, son aspectos en los cuales centro mi trabajo. Estos elementos son intangibles, poco visibles, se padecen de forma individual y es difícil su comprensión si esta realidad no ha formado parte de tu vida. La emigración siempre está acompañada de la incertidumbre, del temor ante lo que te depara el futuro. La idea de aclimatarse en un nuevo contexto hace que vivas en un punto intermedio emocional y mentalmente, en un tercer espacio entre el lugar de origen y el lugar de acogida. Este desgaste emocional es el que me interesa llevar a mi obra, y la producción del 2013 y 2014 está muy impregnada de esos sentimientos: la sensación de desespero, de soledad, de indefensión son las que traslado a obras como Volver, El Viaje o Rosa Náutica. La cuestión migratoria continúa siendo releída por el arte, pero los tiempos determinan la manera en que se reescriben las reflexiones en torno a este tema. Hoy el desplazamiento de las personas se da en un mundo que funciona como una sala de tránsito, pero lleno de paradójicas fronteras y controles que dejan claro dónde está el poder y donde están las naciones residuales a las cuales se les mantiene al margen del estado de bienestar. Cada artista tiene un acercamiento subjetivo a la realidad y una manera particular de enfrentar las circunstancias de su entorno; lo importante para mí es abordar la sociedad sin estereotipos.

KPD: Tu obra guarda una clara relación con la escena artística cubana de los años ochenta y los caminos abiertos por esa generación en el arte nacional. ¿Herencia u homenaje?

GRA: El arte que se realizó en Cuba durante esa década tiene una marcada influencia en mi trabajo. Es cierto que es un periodo que no viví personalmente y por tanto lo he podido valorar desde la distancia, y me ha llegado como una especie de herencia espiritual. Creo que lo más destacado del arte de ese momento es la vitalidad con la cual se creaba, la actitud. El trabajo de artistas como Juan Francisco Elso Padilla, José Bedia, Ricardo Rodríguez Brey o Pérez Monzón incentivó en mí el interés por la antropología, la actitud de pensar el material adecuado, el interés por la búsqueda y la investigación, el acercamiento hacia temas socio-culturales sin caer en tópicos regionales. Sus posturas artísticas abrieron nuestro ángulo de visión sobrepasando la geografía de la isla.

KPD: Una de las experiencias vitales y artísticas más interesante que desarrollaste en Cuba fue el proyecto Boceto para un Archipiélago. Háblanos de este intenso viaje por tu tierra y lo que supuso para tu obra.

GRA: Este proyecto se inició justo en una etapa en la que junto a Roberto Martínez (artista y amigo), investigábamos sobre los ochenta. La cercanía con personas como Corina Matamoros, Frencis Rosales o Karelia (viuda de Juan Francisco Elso) influyó sin duda en mi interés por los procesos de materialización de las obras, por la experiencia vital como punto de partida del arte. Boceto para un archipiélago es consecuencia de ello. Las obras debían ser el resultado de la experiencia que acumuláramos mientras caminábamos los 1400 km que tiene la isla de un extremo a otro. Pero siendo honesto, teníamos más incertidumbres que certezas, no teníamos muy claro sobre qué y cómo debíamos hacer nuestras obras. A la larga, esta incertidumbre sobre cómo debíamos enfrentarnos creativamente a la realidad fue lo más importante: aprendimos a producir arte desde el azar. La primera gran lección que nos dio el camino fue que los artistas nos acercamos a la sociedad con mucha soberbia, consideramos que tenemos atributos para narrar historias sociales con la profundidad y el rigor que merecen. La propia realidad se encarga de mostrarte su complejidad a cada paso. Aunque parezca muy lógico, la idea de vivir, tener una experiencia y transformarla en un hecho sensible (arte), es algo que olvidamos con facilidad.

KPD: Si bien inicialmente tu camino como artista parte de la escultura (que no has abandonado nunca definitivamente), gran parte de tu obra se mueve en la conjugación entre el performance y la fotografía. ¿Qué suponen ambos lenguajes?

GRA: La performance o las acciones públicas me permiten tener un acercamiento eficaz a la hora de hablar o reflexionar sobre una determinada situación o contextos. El hecho de que hiciera teatro durante dos años creo que también influye en esta elección. La convivencia escénica con el público me seduce. Creo que me resulta un modo muy efectivo para trasmitir sensaciones y tiene a su favor que el espectador vive una experiencia efímera y mucho más cercana a mí como artista. Estas acciones las elaboro como actos personales y espontáneos, por tanto, generalmente el público que puede verlas es el público cautivo del azar, el transeúnte que pasa y se detiene. La fotografía es el medio que registra estas acciones públicas, es el testimonio parcial, la memoria que selecciono para mostrar. No suelo hacer video, me gusta la fotografía como lenguaje, contiene el testimonio fragmentado de un suceso y por tanto deja margen a una interpretación mucho más amplia y poco concreta. La escultura y la instalación son también parte imprescindible de mi obra. Es un trabajo más premeditado y planificado. Un artista para mí es un comunicador. Me interesa narrar y articular pensamientos, reflexiones, mediante la construcción de objetos y el trabajo con el espacio. Creo que es totalmente conciliable el oficio intelectual con el oficio manual.

KPD: Uno de tus últimos proyectos ha sido la organización y comisariado de la exposición La Tercera Orilla, una muestra de arte cubano contemporáneo en la Universidad Politècnica de Valencia y la Kir Royal Gallery de Valencia. ¿Qué objetivos perseguías con este proyecto? ¿Cómo valoras la figura del artista-comisario? ¿Qué ventajas e inconvenientes encuentras al ejercer ambos papeles?

GRA: Mi interés por el comisariado surge de mi experiencia como docente, una actividad que ejercí durante dos años. Siempre he sentido la necesidad de revisar y analizar las posibles y nuevas derivas del arte en la isla. Considero que es beneficioso generar una memoria sobre el arte cubano. Padecí mucho durante mi trabajo como docente la ausencia de materiales actualizados que catalogasen las obras y los artistas más contemporáneos. Por otro lado, obras de artistas muy jóvenes recién regresados del ISA o San Alejandro quedan en el olvido o desaparecen pudiendo ser esto un testimonio gráfico del crecimiento profesional de un artista. Esta idea de dejar constancia, aportar un grano de arena a la memoria visual de las artes plásticas cubanas a través de un catálogo, fue uno de los objetivos del proyecto. El otro era construir un modesto paseo visual a través de diferentes décadas, siendo los años 90 el eje central a través de la obra de Los Carpinteros, Carlos Quintana, Glenda León, Alexis Esquivel, pero también con la presencia de un artista como José Bedia, indiscutible paradigma de los años 80, y de los artistas más jóvenes, como es el caso de Wilber Aguilera.

KPD: En tu opinión entonces, ¿una exposición de arte cubano sigue teniendo sentido? ¿Son las marcas consagradas desde un punto de vista territorial válidas aún en el panorama del arte contemporáneo?

GRA: Para esta exposición, desde el punto de vista conceptual, me interesaban criterios de pensadores que hablan de la hibridación cultural, como es el caso de Néstor García Canclini o el carácter líquido de nuestra contemporaneidad abordado por Zygmunt Bauman. El arte cubano se reescribe cada día. Hoy no se definen ni tendencias ni estilos, somos polivalentes de pensamiento y por tanto también lo son nuestras experiencias y expresiones visuales. Dentro del aparente caos siempre hay orden, hay nexos entre generaciones, evoluciones hacia nuevas formas de trabajo, y de todo ésto quería hablar en La Tercera Orilla. Deseaba que nos olvidáramos de las marcas almidonadas que tanto daño le hicieron al arte cubano a finales del pasado siglo, quizás un conveniente estereotipo de un arte superlativamente social y politizado, incluso la sobresaturación dio lugar en muchos casos a un arte socialmente frívolo. Creo que el arte cubano debe tener cuidado con las expectativas que generan estos nuevos tiempos políticos. No hay nada de malo en querer formar parte de los circuitos internacionales, solo hay que velar que esta ansiedad no provoque una fatiga temprana del talento y la vitalidad. El arte es una filosofía de vida, si maduras como persona generalmente maduras como artista, no tiene que existir una edad de oro límite para ello.

KPD: Tu traslado a Europa te ha dado la oportunidad de insertarte en el ambiente artístico español. De hecho, recientemente has obtenido uno de los premios en el certamen Al Norte, presentando dos instalaciones en el Patio Corintio de la Laboral de Gijón. ¿Cómo valoras el panorama artístico europeo?

GRA: Siendo mesurado en mi criterio, Europa sin dudas ha jugado un papel imprescindible dentro de la cultura occidental incluso dentro del arte contemporáneo de los últimos tiempos. Pero existe una crisis del modelo social europeo y eso es extrapolable al arte. Los modelos de desarrollo actuales han envejecido y con ello la innovación dentro del arte europeo occidental. Se percibe cierta fatiga dentro del arte, hay un exceso de seducción formalista y visual. Latinoamérica sin embargo está teniendo aires más frescos. Todo es cíclico y percibo que en este momento América tiene mucho que decir y de un modo más vital. Todo el pensamiento post-colonial reverdecido en las últimas décadas, los movimientos sociales reivindicativos (algunos de ellos fracasados). En América aprendimos a hacer propio lo foráneo, a mirar con humildad al otro sin demérito de lo nuestro. Esto ha sido un gran acierto dentro del arte latinoamericano. A Europa le falta exorcizarse de la paranoia eurocentrista en la cual convive. En el caso de España, por ejemplo, percibo cierto alejamiento de la escena latinoamericana, cuando existen unos lazos muy concretos que nos unen indiscutiblemente. Aunque eso por suerte está cambiando.

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