Stories (ES)

Reinaldo Ortega

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Entre la utilidad y las tramas sociales

Por Magaly Espinosa

«Me atraen las cosas que no tienen forma concreta pero que causan un efecto emocional en las personas”.

Jonathan Olivares

Los objetos que nos rodean tienen un sentido de utilidad relacionado con la forma que los identifica y diferencia, fueron confeccionados para responder a demandas de la vida cotidiana o de la vida espiritual y bajo estas premisas se tejen las obras de arte, que tienen el poder de desplazar la utilidad haciendo de ella puro artificio, porque desde la forma artística las apariencias adquieren significados diversos que estarán regidos por la metáfora.

En la obra de Reinado Ortega la utilidad alcanza un protagonismo estético, dado que aunque la belleza de los objetos que construye parte de lo que simbolizan en la vida diaria, su nueva apariencia los ha convertido en inútiles.

Desde mi primera aproximación a sus piezas me debatí ante esa nueva apariencia, ante la impronta de la destreza formal que las obras presentan y los contenidos invocados, que parecen perder importancia ante ella. Teniendo en cuenta esta antinomia y partiendo de un oficio impecable, lo que considero parece motivarlo es alcanzar que su habilidad casi artesanal, se ponga en función de las formas de metaforización o de las alegorías que refieran obras cuidadosamente confeccionadas, al respecto comenta: “…Caracterizar nuestros tiempos es parte de la disciplina con la cual ejecuto mi obra, y se me hace un ejercicio agotador y engorroso por las constantes mutaciones que surgen en nuestra sociedad…” 

La tradición del ready made, está tras los pasos de aquellos creadores que por diversos caminos interactúan con el mundo de los objetos que nos rodean, para descubrir la propia analítica del arte o para entrar en la madeja de lo utilitario. De ello dan fe, en nuestro contexto artístico, creadores como Los Carpinteros, Abel Barroso, Yoan e Iván Capote y Tamara Campo, entre otros, en un esfuerzo personal de conseguir acercarse a las redes que  atraviesan  la analítica y el oficio,  en ese vuelo constante sobre lo real.  

Reinaldo, preocupado por los conceptos y contenidos sociales que el arte puede asumir, opta por la representación de lo real, a través de una metodología que comienza con el diseño de cada pieza, hasta su producción final, siguiendo los pasos de un proceso que no deja espacios al azar. Al estar en presencia de obras autónomas que no responden al encargo social, ni a la función utilitaria que caracteriza dicho encargo, será la apariencia estetizada de esa utilidad la responsable de su inutilidad, ella sólo funge como referente o fuente de inspiración para que la objetividad propia de lo material permita la entrada de un submundo de entrelazamientos, estos pueden encontrarse, por ejemplo, entre pequeñas piezas engranadas con un impecable refinamiento, cuyo resultado será una cama en forma de bandera, o una gran fotografía enmarcada por cuchillos filosos, bajo el título: El verdadero sostén del ingenio.

El artista teje o hila, ensamblando cada fragmento de la pieza, de forma tal que los mismos se pueden desarmar y volver a armar, rememorando los momentos más idílicos de la manualidad cuando un solo hombre elaboraba todo el producto y en ello le iba el honor. 

Desde esta ética manual emerge la poética particular de Reinaldo Ortega, la que lo diferencia de sus colegas, abriendo otra posibilidad en esta línea creativa, donde el interior de los objetos y  su hechura es puesta a la vista del espectador, como una masa uniforme y perfecta.

Los objetos rememorados, que sirven de base a las piezas, cambian su función bajo las nuevas relaciones que se establecen entre ellos, no pasan a ser otro objeto, no se trata de un vaso convertido en fuente, o de un auto transformado en avión, sino que puede ser un machete que al unirse a la representación de un falo, evoca el carácter falocéntrico de nuestra cultura. 

Al empalmar esa representación con la alegoría al valor que sustenta el machete,  y darles movimiento, entonces dependerá del esfuerzo físico del perceptor que la pieza se active, un poder físico que retiene el orgullo machista, con toda su carga peyorativa. Pero a su vez, el diálogo que se establece entre machete y falo, las trueca, aprovechando los mutuos significados que la cultura popular les imprime cuando los relaciona. 

En sus obras no solo se aprecia un acercamiento a ese diseño de lo híbrido con el que Yoan e Iván Capote identifican sus piezas, son también un engranaje que nos impulsa a desear que las mismas comiencen a funcionar para que todo ese ensamblaje perfecto se humanice. 

Habría que comentar muchos aspectos, porque además de diversas soluciones en este desplazamiento entre lo formal y lo contenidista, de la presencia en una misma obra de lo escultórico y lo fotográfico, lo más llamativo se centra en cómo logra que brote la belleza de lo puramente técnico, tratando de que esa técnica exprese un presente social y cultural. 

Queda pues al espectador descubrir cómo en el proceso que sustenta la creación del artista hay algo más que un esfuerzo para darle un cuerpo al movimiento, un desnudar la exterioridad, una masa uniforme de piezas que intentan acercarse a la rica y compleja utilidad de las tramas sociales.


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