Stories (ES)

Eric Alfaro

Provocaciones al buen (re)trato

Por Dayneris Brito

La “representación” pura y simple de lo “real”, el relato desnudo de
“lo que es” (o ha sido) aparece así como una resistencia al sentido.
Roland Barthes

El tema de la crisis representacional en el arte –que se viene advirtiendo desde los movimientos de vanguardia en el pasado siglo– ya no resulta un factor que inquiete o estimule los confines de la producción simbólica contemporánea. Para los que vivimos abstraídos en la actualidad artística y sus diversos entresijos, lo tradicional per se parece haber sucumbido ante la gran ola de posmodernismos culturales ceñidos a lo efímero, lo perecedero y a la estancia transitoria de sus formas concretas. Pero aún cuando las “Bellas Artes” pierdan terreno en los predios de la era medial y de los constructos conceptuales, su presencia sigue siendo una experiencia enriquecedora para los adeptos del arte.

Tal vez por esa razón –y por la candidez del gesto desinteresado ante un panorama que se advierte sórdido y maniqueo– resultan tan atrayentes las obras de Eric Alfaro Gómez (Moscú, 1991). Para este creador, el retrato será el soporte mediante el cual se desdoble en un verdadero conocedor del sesgo académico, haciendo suyo cada uno de los juicios que den paso a la “buena pintura”. Su poética, aun en ciernes, es la de un filántropo que escudriña en las sensibilidades humanas y devela mediante la pintura realista el gesto tierno, la mirada quejumbrosa o el erotismo insinuado. En su interés por el ensanchamiento del oficio y la entronización del retrato como amalgama de saberes técnicos y formales, se produce el maridaje entre novedad y tradición, reciclaje y obra auténtica.

En su serie Flowers (2016), la flor es colocada como elemento singular que persiste en cada una de sus modelos y al unísono, funciona como mero pretexto para dar lugar a la experimentación formal y el regodeo estético, apropiándose de un mimetismo inusitado. Pervive en sus rostros una ingenuidad a ratos, que en ocasiones no es más que el resorte para develar los entresijos de la imagen: la sexualidad y sensualidad que esconden sus poses candorosas.

Por otra parte con Needle (2017) opta por imágenes febriles en detrimento del trazo preciosista, dirigidas hacia la pincelada nerviosa, el dripping y los fuertes empastes. Aquí, los tatuajes sobre la piel de sus personajes devienen metonimia de distorsión y dislocación de una realidad que en efecto se nos presenta tan penetrante e incisiva como la propia acción de la aguja sobre los tejidos musculares.

Pero si hasta el momento Eric Alfaro ha transitado con pasos seguros por su devenir pictórico, quizás su vuelo poético alcanza más altura en sus dibujos en blanco y negro. Es en este terreno donde el artista se encuentra a sí mismo y explota sobre manera sus potencialidades como dibujante al optar por la imitación de rostros reales escogidos de fotografías y recuerdos cotidianos. En su valorado dominio técnico y su perspicacia para captar gestos conmovedores y verídicos, radica la persistencia de un sello propio que no por figurativo carece de espacio y sentido. Todo lo contrario. La representación a ultranza constituye el reflejo de una investigación previa a la creación donde sobresale el buen pulso, el conocimiento anatómico y la imaginación desmedida.

Supongamos que su postura es la de un cronista de géneros que coloca a sus figuras en los límites del calco para hacerlos devenir en personajes con actitudes legítimas, de ahí que respiremos en sus mujeres un hedonismo logrado por el regodeo estético de sus más sensuales atributos (cabellos, labios, mirada) y al mismo tiempo veamos al pintor en su estudio, humanizado. Ambos caminos le funcionarán al artista para hallarse sondeando entre la renovación formal del retrato, y la incorporación de atributos que contribuyan a su absoluta lucidez. Precisamente en este ir y venir, Eric Alfaro encuentra sus logros más acertados.

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